*2003
1. MAIZAL
El viento surcaba la amplia estepa, conmoviendo al maizal indiferente…
El sol abrazaba la tierra en forma intermitente, entre oscuras nubes que empezaban a poblar el cielo.
A un lado de la plantación, un largo trecho partía hacia el lejano horizonte sin final.
Comentarios:
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Imaginemos lo que pudo producir en un hombre que experimentaba un sentimiento religioso al contemplar la naturaleza, el impacto y la difusión de las ideas de Descartes. ¿Qué diría él frente a la explicación del mundo como una máquina en movimiento, un mundo que de sagrado ya no tenía prácticamente nada? Lo cierto es que no tardaron en surgir las reacciones a este mecanicismo cartesiano, tanto de parte del empirismo inglés, como de la misma corriente a la que pertenecía Descartes, el racionalismo.
Una de estas más representativas reacciones o respuestas, ha sido sin lugar a dudas el sistema filosófico de Baruch Spinoza. Para Spinoza la totalidad de lo existente no es una máquina por una parte, y espíritu por otra, es una unidad inquebrantable, a la que llama Dios o Naturaleza (Dios sive Natura). Así, con Spinoza retorna el carácter místico de la visión de los paisajes naturales, de los sinuosos caminos, de los susurrantes arroyos, y de las colinas sublimes, es la naturaleza como fondo, como fundamento, y a su vez, como expresión, como testimonio divino (Natura naturans, natura naturata).
2. MUCHACHA AGRESTE
Su mirada era profunda como el cielo, sosegada como un lago durmiente. Mientras hablaba, sus cabellos de sortija eran acariciados por el tenue viento que surcaba la campiña.
Comentarios:
¿Qué sería esta muchacha agreste para Descartes? Un organismo maquinal, guiado por pasiones y espíritus vitales a través del flujo sanguíneo. La naturaleza misma para Descartes no es más que una máquina, que debe ser dominada por el hombre para su propio beneficio, a través de los principios matemáticos creados por él mismo en su geometría analítica. El mundo es gobernado por las leyes de la mecánica, que revelan un movimiento uniforme, robótico, formulado por la ecuación de la cantidad de movimiento p=m.v (p: cantidad de movimiento, m: masa, v: velocidad).
Pero aparece Leibniz, mente universal, ve al mundo como puntos de fuerza, como mónadas inextensas, como un flujo de comunicación vital, emitida por Dios en una maravillosa “armonía preestablecida”. La naturaleza se dinamiza, cobra “fuerza” desde el genial pensamiento leibniziano, y así la nueva fórmula lleva el sello del renovado avance matemático, el cálculo infinitesimal (creado por Newton y por el mismo Leibniz). La fórmula reza, y ritualiza: Ec=1/2 m.v2 (Ec: energía cinética, m: masa, v: velocidad).
3. VISIÓN DE SCHELLING
Oscuras nubes llenaban el cielo, mientras el viento conmovía a los trigales; y entre aquel plantío, sentado sobre una roca, el joven Schelling observaba cautivado. Su semblante aun infantil era todo asombro y alegría. Luego caía la lluvia, y él levantaba las manos y los ojos hacia el cielo; las gotas se escurrían por su rostro de niño.
4. CALLES
Rostros serios se pasean por las calles calurosas, al lado de automóviles apresurados, rugiendo en sus caballos de hierro. El viento conmueve a los árboles del paseo central, ubicados entre el ardiente asfalto azotado por el sol...
Los hombres se afanan, mientras la naturaleza una y otra vez se recrea. Un respiro es muerte, una muerte vuelve a ser vida...
5. CONTEMPLACIÓN
El hombre permanecía inmutable, estoico, imperturbable, fumando su oscura pipa, mientras el mundo se apresuraba ante él. Todo era una sola cosa que se movía, árboles y viento, instinto y pensamiento, el mundo en devenir eterno.
6. PRADERA
El cielo estaba abierto y tranquilo sobre la pradera que se extendía hasta perderse entre los lejanos árboles del horizonte. El ganado pastaba, indiferente a las aves que se posaban en sus lomos, mientras algunos arrieros cabalgaban tranquilos, alejándose por un camino de arena...
7. SANTA LUCIA
La tarde esta quieta, el viento no se asoma. Los árboles del paraíso cobijan a las dos guitarras que cantan al barrio Santa Lucía. Una canchita de arena separa la parte trasera de un oratorio, del colegio en el que estamos sentados.
Los sones son tristes como esta tarde dormida en su silencio, como el tiempo que pasa y que retorna, una y otra vez.
8. DESCRIPCIÓN DE LA NATURALEZA Y EL ESPÍRITU
El campo despertaba en hondos bostezos de acre viento, conmoviendo a los altos bambúes, en un dialogo inefable con las copas de los árboles lejanos. ¡Ah! Tenue silencio entre el coro de los gallos, silencio que llenaba al crepúsculo, a la tierra y al firmamento, silencio que revela al hombre en el alma de las cosas, fundido en ellas, en un abrazo de muerte y vida. ¡tanta insignificancia al lado de tanta elevación! En el hombre condensada toda existencia y abismo.
9. EN LA UNIVERSIDAD
La universidad esta en silencio, es el tiempo en el que no existen clases ni exámenes, solo el frío viento de invierno recorre las calles y pasillos.
¡Ah! Si así fuera todo el año, esto sería poesía, viento, color, aroma, hoja seca, danzante...
10. JULIO DE 1998
El sol se proyectaba a través de los cristales de la ventana, bañando el verde de la alfombra y el pequeño mueble repleto de libros. A lo lejos, por la misma ventana, se divisaba a los altos edificios asuncenos, medio grises, medio marrones, casi inhabitados, que como monstruos sin vida observaban.
11. EN LA BIBLIOTECA
Suenan los teléfonos en forma alternada, entre el tac tac del teclado que va formando letras en el monitor. La biblioteca es silenciosa, fúnebre, por eso la amo tanto. Cada ruido es como una estaca que se clava entre los pensamientos de los libros. Algún murmullo que traspasa el aire, algunos pasos solitarios, algún momento sin tiempo, y un timbre quejándose, todo ha terminado.
12. LLUVIA
Caen las gotas por el piso, que resuena en una música armoniosa. Se forman ya los charquitos, y los diminutos senderos de agua que caminan ya raudamente. La armonía lluviosa ahora ya se conjuga con los truenos y las luces de los rayos, pareciera que el mismo Brahms habla desde los cielos enfurecidos.
13. PLAZA DE VILLARRICA
Sentado sobre el cemento, como un poeta, o como un idiota, escribiendo simplemente lo que pasa, aquí, por estas calles, o aquí adentro, en esta alma errante. Es de noche, y el viento habla entre los árboles de los sonidos lejanos del Ybytyrusu; y es que ni este grito urbano puede ocultar la libertad de esta selva que vive entre las cosas, aun es las mas frías y adustas.
14. LLUVIA
Silva el viento entre los altos edificios, pronto caerá la lluvia entre los errantes pensamientos… ¡Ah! Estos montes de cemento, austeros, estoicos, ven pasar el tiempo entre los ladrillos ausentes, son monstruos que dormitan en el sueño humano. Ya cae la lluvia y se elevan los humos del asfalto; se consume el alma, despacio, con la tormenta abrasadora.
15. MIRANDO LAS ESTRELLAS
Cansado de andar hacia ninguna parte, se tiró hacia los yerbales del camino, y durmió al amparo de las estrellas; y él las vio por primera vez, sonrió en todo su ser, y se entrego a su sueño de infinito.
16. BOSQUE
A lo lejos se erige el bosque, sereno, ausente y profundo, se abraza con el cielo y con las nubes, y respira, respira…
17. LIBROS
Amanecía, y Villarrica se llenaba del acre aroma de la tierra, efluvios diluidos en los paisajes campesinos. Y tras la ventana que miraba, los libros abiertos, unos sobre otros, ¡ah! Libros que hacen al hombre sabio, aun mas sabio y sensible, y aun mas profundo y sufriente… Libros peligrosos como abismos, como fieras salvajes que devoran; libros sin nombre y sin tiempo, sin compasión, sin luto… La naturaleza, los libros son la naturaleza, son la mañana que se hace muerte frente a la ventana que mira y se entrega, que abraza y promete, el último secreto, la luz, la fuente.
18. UN DOMINGO
El viento pasa entre los edificios y el asfalto, las hojas secas parecen danzar en las veredas, es Domingo, y el antes nervioso centro de Asunción esta tranquilo. Esta el sol en su cenit, y mira con su enorme ojo las calles ausentes, las plazas desiertas, los cristos clavados de iglesias, el río vivoreante, perdiéndose...
19. UNA TARDE EN VILLARRICA
Desde el balcón los dos hermanos sonríen, ha llegado el profesor, que levanta el brazo y los saluda con una sonrisa. La madre de los niños abre la puerta y les da la bienvenida, tiene una bebe dormida en sus brazos; es joven aun, a pesar del trabajo y de los hijos; su alegre semblante los invita a pasar.
Ya en la sala, los niños los saludan, ambos están con sus guitarras, ansiosos. El mas pequeño, Luís, tiene la mirada despierta, y la risa a flor de labios; su hermano, Víctor, es delgado, y de rostro alegre y sensible. Se sientan, los niños se abrazan a sus guitarras y mueven sus pequeños dedos entre las cuerdas; la casa se llena de escalas de sonidos, el maestro gesticula y dirige, la madre observa.
El tiempo pasa, los niños mejoran, la guitarra canta y llora en sus manos, el maestro esta satisfecho, los padres y abuelos contentos; Noel observa en su tristeza y en su gozo. Los niños practican el vuelo, sus rostros de inocencia se iluminan, la música los llama desde un misterio.
20. EN EL NEUROPSIQUIÁTRICO
Llegaron al hospital, poco a poco se fueron internando en un lugar repleto de frondosos árboles de mango; una larga calle empedrada conducía hacia el edificio. A media que pasaba el tiempo se fue haciendo normal el desfile de personas con los ojos inflamados, de andar cansino y tembloroso, pedían un cigarrillo o algún dinero para yerba mate. Cuando llegaron al pabellón de mujeres fueron en busca de una interna a la que Gabriel venía entrevistando desde hacía un tiempo, y él, fiel convencido de la capacidad que tiene el arte para conocer y ser conocido, le pidió que pintara el paisaje repleto de mangos. Ella accedió sin problemas, Gabriel le fue pasando papel, pinceles, tempera, le enseño a mesclar los colores, y le animó a que comenzara; ella comenzó construyendo el follaje de los árboles, luego se ensayo con amplios troncos, y con la tierra oscura que la sustentaba.
Ya el sol caía lentamente, Gabriel y su compañera miraban atentos el desarrollo del trabajo; Noel miró hacia el cielo, respiró hondo y se despidió, lo esperaba la facultad de filosofía, llena de árboles abstractos de hegeles y marcuses.
* 2004.
21. ANTES DE LA LLUVIA
El viento recorre las calles de la ciudad, los árboles en la plaza parecen danzar, una tormenta va subiendo del río, hasta llegar a mi pluma y mi cuaderno.
El viento es triste y nostálgico, trae los aromas de los bosques y los campos, de los ayeres y los sueños, de las lágrimas y arrebatos.
Cae la lluvia, la gente corre, mi pluma escribe, el viento silva, las ramas lloran, un auto pasa, la historia es nada, el hombre es el mundo, y todo entre sus brazos, abraza...
22. DESDE EL EDIFICIO
En lo alto de la ermita, en la cumbre de un monte de cemento, un hombre estaba mirando, tenía lóbrego el semblante, y el espíritu arrebatado. El sereno Ybytyrusu se posaba ante su vista, llamando al loco y al poeta, al infierno y al ensueño. ¡Ah! ¿Cuándo partirá el destino hacia los campos y bosques?
23. POR LA RUTA
El cielo estaba abierto, las estrellas titilaban, y el hombre caminaba a un costado de la ruta, rumbo al hogar guaireño. Veía pasar automóviles e ideas, colectivos y motos, platones, sénecas y plotinos.
24. ALQUIMISTA
La luna esta llena, y brilla como un sol, son las tres de la mañana, y el hombre-fausto esta en pie, va preparando su laboratorio, encendiendo su fuego. Espera que el momento sea el apto, y que por fin tenga en sus manos la piedra filosofal, ¿lo lograra en la noche radiante? ¿contestara la pregunta?
25. TERERÉ
El agua fresca de hierba, fluye del tereré; el viento arremolina las hojas secas en el piso; un hombre esta sentado en un banquillo de la plaza, mientras los autos pasan, con pensamientos de ayeres, y silencios.
26. EN SEMANA SANTA
Es semana santa, el centro de Asunción esta muerto en un hondo silencio; la casa esta vacía, a oscuras las piezas, el viento penetra por el ventiluz, una lámpara esta encendida, hay música, Barrios, Brahms, Schubert, pensamientos, penas, risas, recuerdos, otra vez pensamientos, Schopenhauer, nada...
27. CIUDAD Y CONTEMPLACIÓN
Ladrillos, madera, hierro, electricidad, información, humo, palabras, gente, pensar, mirar..., contemplar...
28. MIRANDO AL YBYTYRUSU
A lo lejos el Ybytyrusu habla, y su discurso es tal como siente el alma, distante, ausente, sin tiempo, ni espera, sin afanes, ni sueños.
29. CIUDAD
La ciudad, el otoño, oscuras nubes entre edificios, el asfalto azul y los charcos...
Nada quede afuera, ni los perros y gatos, tampoco las casas coloniales, ni las plazas arboladas, que la ciudad cante con la voz de su alma.
30. JUNTO AL ALBA
Iva consumándose el alba, y con ella despertaba la humilde y desolada barraca, que en lo alto del terreno contemplaba al monte Ybytyrusu. Un frió viento invernal penetraba por los espacios sin ventanas y se abría paso en la abandonada choza. Pero para Teofilo, habitante circunstancial de aquel lugar, quien escribía en un pequeÑo cuaderno, quien miraba hacia la lejanía del cerro, aquel hecho no le parecía infortunado. Cubierto con dos sabanas, y acompañado por un “tatá” de ramas secas, plasmaba su melancólico espíritu entre las líneas de las hojas, mientras el viento zumbaba bajo la techumbre de paja.
31. MAYO
El centro de Asunción susurra despacio su lúgubre melodía otoñal.
Siempre la naturaleza retorna por sus causes, siempre el hombre verdadero retorna a su primera transformación.
Siempre en mayo es otoño.
Siempre, Asunción, vuelve todo, sin premeditación.
32. AMANECER
Amanece, los gallos cantan tristes desde la lejanía, y su son se expande por los fríos y ausentes patios. Desde la penumbra de la habitación se observan los amarillentos frutos del limonero japonés, que en la penumbra brillan como tenues faroles; y el viejo cocotero, austero y grave, contempla tranquilo a la ciudad.
33. MEDIODÍA
Se mueve el centro de Asunción, es el mediodía, y la gente se agolpa en los bares para comer; filas de automóviles se esparcen por las calles, se quejan las bocinas, la gente ríe al pasar, otras solo respiran el humo mientras caminan con rostros adustos.
34. MADRUGADA
Respira la fría madrugada otoñal, y trae los efluvios de la selva, esparcidos ahora por las calles de piedra, dormidas en el silencio. A lo lejos un perro esta ladrando, es que va un ebrio caminando, hablando de sus vanas quimeras y tormentos. Ha comenzado el concierto de los gallos, ahora cerca, ahora en la otra manzanza, azar enturnado que conjuga la melodía natural.
35. MAYO DEL 2004
Volvía luego de años de ausencia, su mirada ausente se perdía en el paisaje lleno de cerros y praderas; tal vez ya nada importaba y la naturaleza podría volver a ser sagrada. Apenas bajo del bus, el acre viento del campo conmovió a su semblante. Observo oscuras nubes en el cielo, que caminaban por la noche, dejando a veces intersticios por donde la Luna observaba con su ojo luminoso. Frente a él partía un largo trecho hacia los enormes cerros.
El valle aun quedaba lejos, y la naturaleza tenia mucho que decir. Mientras caminaba ella enseñaba, él escuchaba: el compás de los grillos, el grito del tetéû, el tenue murmullo de los manantiales, el silencio nocturnal del espeso y profundo bosque. Luego de un tiempo, el dialogo inefable terminó, el bosque profundo fue dando paso a una extensa pradera, que en la lejanía mostraba un paisaje de cerros, nubes y estrellas, y en lontananza un tenue resplandor, era una humilde choza, que aun respiraba en la noche, ausente, triste, en su pequeña mirada de luz.
36. PALABRAS Y NATURALEZA
El lento paso de las nubes pinta el azul cielo, entre los altos follajes conmovidos por el viento. Y van las palabras, lóbregas y austeras, enlazando ideas, de la vorágine de lo mutable. Es la magia de los versos que palpita en el devenir cargado de naturaleza y pensamiento, es la voz de un silencio que todo lo penetra en la profunda evocación del todo.
37. EN EL RANCHO
Reina la más completa desolación, una choza sin puertas ni ventanas, un lúgubre viento que surca la chacra y que recorre triste el pequeño lugar. Una pequeña meza, tres rusticas sillas, en una esquina una montaña de paja, y otra vez, una honda desolación. Es de siesta, y el sol reparte sus más potentes rayos que se introducen entre los desnudos marcos de madera.
38. EN EL RANCHO
A la tenue luz de la blanca bujía alientan los pensamientos, entre una leve llovizna nocturnal que baña a los campos de la colonia. A lo lejos, el canto sucesivo de los gallos, y desde un rancho vecino el quejumbroso ladrido de un perro. En la silenciosa madrugada del campo, el hojear un libro o un cuaderno hacia llenar la humilde choza de los sonidos del papel. Y bien lo sabia Juan que la búsqueda nunca tendría fin, que ella era la llama que mantenía encendida su pequeña vela espiritual. Y los campos, los bosques, las ciudades, los parques, todo era material de combustión para la vigilia, para la misma naturaleza que deambula serena en su mágico circulo de voluntad.
39. MAGIA
El viento y los pensamientos, los árboles y las palabras, todo se abraza en la contemplación del artista, en la hermandad escondida de la magia.
40. ALMA Y MUNDO
El mundo se mueve, todo se mueve, los sonidos, las hojas, los autos, los pensamientos, el cosmos es un mar de infinitas transformaciones del alma.
41. A LA HORA DEL MATE
Fluye el agua caliente por la boquilla del termo, cae sobre la yerba, y esparce un tenue aroma por los espacios de la habitación; aroma de montes que se expande con los pensamientos hacia los lejanos parajes, cobijantes de sueños de infinito.
42. CIUDAD Y STRAVINSKY
Hojas polvorientas, del silencio de los libros que meditan la Idea, junto a los sorpresivos ensayos de Stravinsky, que despedaza su corazón por el aire nocturnal de Asunción.
43. UN ALMACEN DE CAMPAÑA
Al costado de la ruta 8, bajando un sendero por la estepa, yace el pequeño almacén, entre cerdos que descansan en charcos, y gallinas que picotean la húmeda tierra.
Los recibe una joven madre cargando en sus brazos el crío, es de tez morena y de pálidos ojos; tras su figura se muestran sus vacíos estantes de madera con algunos paquetes de yerba y unas botellitas de caña, todo bañado en el polvo y el silencio de la desolación del rancho.
44. ANTES DE LA LLUVIA
Pronto caerá la lluvia sobre la ciudad, Villarrica se conmueve con los árboles que danzan al compás del viento que los agita. A lo lejos, un arriero interrumpe su caminar y observa al cielo oscurecido. Ahora una tenue penumbra se disuelve por las antiguas calles, las gotas caen, el cielo triste, llora...
45. CAMPO
La soledad del campo cubre de tristeza al alma, noble sentir que eleva al que observa, mas allá de la tragedia, mas allá de la miseria.
46. CAMINOS
¿Dónde van los caminos de arena? Se preguntaba un hombre con su guitarra a cuestas, errando por los senderos de chacras y bosques.
47. AREGUA
Aregua, sus viejas casonas, sus calles aromadas, su vista lejana, el lago sereno, el cielo, profundo e inmenso, el verde horizonte, intuición que despierta a un mundo que se abraza a todo.
48. EN LA TERMINAL DE VILLARRICA
Llegó a Villarrica en una noche fresca y húmeda, era ya cerca de la medianoche, buscó entonces un espacio en los bancos de espera de la terminal. En uno de los bancos estaba un soldadito, que dejaba flotar su brazo izquierdo en el aire, mientras suspiraba hondo a su sueño adolescente; en otro de los bancos se encontraba un niño lustrabotas, que buscaba descanso bajo su blanca remerita rotosa. Noel se extendió en uno de los bancos, entreabrió su mochila y retiro unas ropas que las ubico bajo su cabeza como una almohada. Mientras trataba de dormir se concentraba en el viento que afuera hablaba entre las altas copas de los árboles, y que arrastraba hojas secas y basuras por los pasillos silenciosos. En una esquina un perro se rasgaba sus pulgas, y emitía un triste quejido de insatisfacción. La noche acercaba así al sueño, entre soldadito, niño de la calle, y perro, en el lóbrego paso del viento por la desolación del lugar.
49. AMANECER
Acaba de amanecer, y el sol ya se eleva desde el fondo del cerro, bañando de oro las copas de los bosques, las amplias praderas, y los caminos de arena que van a todas partes. El pequeño tajamar refleja el ojo luminoso del sol, cual bella pintura que a su vez muestra el azul cielo y las verdosas plantaciones de sus costas.
50. RETORNO
Noel volvía luego de un tiempo, subió por las gradas de la humilde casa, miro hacia la ventana, la señora Felicia dormía, dio tres pasos y colocó su mochila y sus libros al costado de una silla, luego volvió frente a la ventana, esta vez ella abre los ojos, le da la bienvenida desde su cama, él se sienta frente a ella, y como hace años, ella empezó a desglosar sus penurias. El solo escuchaba la voz, como el viento que traspasaba la habitación, hasta perderse en el quebranto humano, hecho una sola cosa con la naturaleza generosa que se entregaba desde la ventana. Pidió disculpas un momento, y se dirigió hacia el pozo del patio; a lo lejos diviso el viejo camino de arena que se perdía al horizonte, y la alta pradera verde que descansaba en el crepúsculo de primavera. A pesar del tiempo del reloj, del mundo cotidiano, el sentir de la naturaleza nace y muere a cada instante, en la mágica nada que constituye el todo.
Volvió entonces sobre sus pasos, aviso a la señora que saldría a caminar. Mientras se dirigía la noche iba cayendo sobre las calles, un tenue viento rozaba su frente y sus pensamientos, los ayeres revivían en lo que tienen de constante, un sentir que hace el destino de los hombres.
51. ADIOS COLEGIO
Ya era de noche, él bajaba por la escalinata de las graderías del campo de fútbol del Colegio Nacional, traspasaba la oscuridad de la cancha de arena, hacia el Colegio Fernando de la Mora; no pensaba en nada, solo respiraba el aire nocturnal del colegio, contemplaba el lejano cielo azul tras el arco sur, y cada tanto giraba la cabeza y gozaba con las luces de las altas ventanas de las aulas del edificio del colegio. –Adiós querido colegio- se decía en susurros, antes de perderse por las oscuras calles del club Guaraní.
52. CREPÚSCULO
El cielo se ha pintado de matices rojizos y azulados, con una tenue extensión de blancas nubes en su parte más alta. Al este el Ybytyrusu va oscureciendo su verdoso pelaje de árboles, entre algunos raspones de campos de cultivo. El anochecer cae despacio sobre la colonia, los ju`í cantan a lo lejos, las aves se acurrucan ya en sus últimos trinos, y en lontananza las luces del cielo, tímidamente se asoman...
53. ATARDECER
Un extenso campo verde se extiende frente al rancho, margaritas y blancas azucenas lo pintan de belleza primaveral. A lo lejos palpita el Ybytyrusu como un gran animal que descansa, mientras el cálido viento del atardecer campesino remueve su pelaje boscoso.
54. PAISAJE
A lo lejos la extensión de un terreno verdoso, bañado en pequeños charcos que lo pinta de plata; el ganado pasta indiferente en las lejanías, y en lontananza, el Ybytyrusu contempla entre las nubes.
55. TRANQUERA CUÉ
El camino mas corto a “Tranquera Cué” era por los esteros, pisando barro, arena y agua, entre pastizales tristes y pequeñas plantas de agua. En lo más alto del cielo un abismo azul nos miraba, en tanto que densas nubes grises se paseaban sobre la lejanía de los altos árboles y de los humildes ranchos.
56. AGOSTO DE 1998
Lentamente iba amaneciendo, desde lo alto de su montaña de cemento observaba la lejanía del Ybytyrusu, y también las luces de las calles que aun destilaban su brillo en la semipenumbra, entre un extenso follaje verde oscuro. Ese día comenzaban las clases de la segunda etapa del probatorio de medicina, debía caminar hasta la vieja catedral de Villarrica, junto a la cual pasaría un transporte que acercaba a la universidad, que se encontraba en las afueras de la ciudad. Fué por las silenciosas calles del amanecer, llegó a una plaza frente a la iglesia, buscó un banquillo un poco alejado, y se extendió sobre la madera, acomodando su cabeza sobre su equipaje de libros, usado como almohada. Miraba a su alrededor, la experiencia florecía en su nuevo mundo. Mientras, esperaba tranquilo al colectivo, viviendo satisfecho su destino de entonces.
57. IMAGENES
El sol baña el extenso pastizal del lugar . A unos metros, a la sombra de un par de lapachos y de un árbol de pomelos, un perro dormita indiferente a las moscas que se pasean por su oscuro pelaje. Desde la lejana espesura de otros árboles, variedades de trinos ensayan las aves, junto al constante trémolo de las cigarras.
Al campo paraguayo, al sombrío matiz socio-económico de los ranchos, se suma la tristeza de estos pastizales, y el lejano rumor de las islas de bosques.
58. PAISAJE CAMPESINO
Una desolada extensión de labrados campos me hace frente, taciturnos cocoteros yacen impasibles sobre estas tierras de hondo silencio. Pequeñas y lejanas techumbres de paja pintan este horizonte campesino, frente a la imponente presencia del Ybytyrusu, enorme animal de sueño eterno.
59. BOSQUE
Se internó en un pequeño bosque, las altas copas apenas dejaban penetrar algunos rayos que morían en las infinitas hojas de los árboles. El camino arenoso que lo conducía estaba vestido de hojarascas que hacían aun más sombrío el ambiente. Numerosas aves entonaban lóbregos cantos desde todas partes...
60. UNA LECHUZA
Una lechuza se me cruzó en mi paseo crepuscular por el bosquecito de los Amarilla, sus enormes ojos me revelaron toda la naturaleza que busco. Esos grandes y filosóficos ojos me penetraron y los penetre. Hasta que extendió sus alas, y en un tosco vuelo se perdió entre la espesura misteriosa de los árboles.
61. PAISAJE DE TRANQUERA CUE
Una lejanía de cerrazones cubre las cumbres del Ybytyrusu, frente a un extenso y yermo campo que se extiende hacia la distancia de sus pies. Oscuros graznidos bajan de los vuelos de los tero teros que en momentos ensayan sus vuelos rasantes por el estero.
Distantes pensamientos como el horizonte, se pierden en una incierta lontananza que a todo lo conmueve.
62. LA CANCIÓN DEL CAPATAZ
Se expande el purahé’i jahe’ó del capataz. Instintivamente ha captado el pulso de la polca, aprendió a cantar con la música con la que su madre lo acunaba en la tristeza de algún rancho campesino.
63. LUNA
Un ojo tenebroso y brillante se eleva sobre la oscuridad de los bosques lejanos. Luna pletórica de misterios y leyendas que alimenta al alma de los pueblos de esta tierra.
64. EL LADRÓN DE MANDIOCAS
Una sombra se desliza por la oscuridad de una chacra, ahora ha ganado un camino de arena, sus pies de labriego pobre levantan el polvo de su afán... Camina como un espectro, casi sin caminar, para no despertar el sueño de los perros, ni la sospecha de algún capataz. Carga su tormento en su espalda, hurtadas raíces de mandioca para sus niños que no saben esperar. Ahora un perro lo olfateó, la queja nocturnal acelera sus pasos, que luego se pierden en la oscura lejanía de un camino convertido en selva.
65. EN LA UNIVERSIDAD
A lo lejos, bajo un cielo blanquecino pintado de algunas nubes, se extiende una pequeña colina de arena colorada; antes era el vertedero municipal de cateura, ahora no es mas que aquello, arena acumulada sobre los basurales fósiles. Frente a la facultad se extiende un amplio terreno empastado, bellamente adornado con enormes árboles que le dan la apariencia de un bosque. Un aroma silvestre sube por las gradas del edificio, repartiendo su fresco regalo por los pasillos ahora desolados.
66. PAISAJE
El cielo se pinta de colores a lo lejos, anaranjado, rojizo, azulado, ora se mueve el sol y los matices cambian como la figura de un ave que estremece su plumaje.
Desde la lejanía del horizonte llega una tierra verde, llena de arbusto, pasto y árboles, trae a su paso un desierto camino asfaltado, que pierde sus líneas hacia los pueblitos cercanos.
67. CIUDAD
Dos filas de autos se extienden por esta calle, que cada tanto es traspasada por apurados vendedores de tickets de estacionamiento, que raudamente corren entre los autos para sustentar la miseria de sus vidas...
Edificios humedecidos muestran en las alturas ropas en colores tendidas en cortos hilos en los balcones, y también ventanales que muestran algunos muebles o algún ventilador de techo muerto en su oscura quietud.
68. ASUNCIÓN
El centro de Asunción, con toda su calamidad a cuestas, con la podredumbre de su gente, con las pulgas de sus perros callejeros, con sus sindicalistas repitiendo estúpidos cantos, con sus madres-niñas vendiendo caramelos, en fin, con todo su nauseabundo olor social, es sublime en su totalidad, es sereno respirar para quien puede acercarse sin lucha a ella.
69. UNA MOSCA
Una mosca recorre la choza como un bólido enloquecido, la juego con manotazos, pero se escurre entre mis dedos, y continúa su ronroneo de mosca, burlándose de mi siesta y mi silencio.
70. PAISAJE DEL CAMPO
Concierto de cigarras y grillos. La noche sube desde la tierra. Una oscura claridad cubre el cielo en los nubarrones y lejanías celestes. A veces el cielo abre un ojo por donde se asoma una vista lunar. Un tenue viento despierta el triste aleteo de las hojas de los árboles intrestecidos.
* 2005.
71. TARDE DE ASUNCIÓN
Ha caído un clima fresco, casi invernal, ha arrastrado al calor en un viento frío y triste... Es Asunción en un soplido propio de otros lugares, o es el alma de la tinta que se conmueve al ver lo visible, tantas veces invisible en su aparente y constante insignificancia.
72. VILLARRICA
Es bella Villarrica. Cuando va amaneciendo, una frescura crepuscular retorna de los cercanos bosques. Algunas carretas circulan por las calles llevando los productos del campo hacia el mercado; y mientras van en el carro, el mate caliente les acompaña. Ya clarea, las sombras caminan y se alejan, la tinta se agita, pinta su tristeza y alegría.
73. POR LOS MONTES
Por los montes, por donde se esparce un tiempo escondiendo su sentido, distante, por aquellas lejanías que son tristeza, por aquellos causes que son ilusiones, por aquella humildad que a todo lo enriquece...
74. CALLES
Las calles, en silencios y penumbras escuchan pasar al viento. Algunas hojas secas danzan sobre el asfalto, vienen hacia la pluma y luego se alejan, allí donde solo una tristeza las alcanza...
75. CAMINANTE
Lentamente dirigía sus pasos, miraba a la vereda y a sus pies mientras caminaba, luego levantaba la mirada y observaba a las personas: una vieja con anteojos y papada prominente, un señor entretenido en un periódico, una mujer, y un hombre sorbiéndole la boca, un perro, una paloma, y unos gusanos imaginarios que se conmovían en un charco.
El asfalto era de un azul muy oscuro, pequeños causes de agua similares a filas de hormigas se dirigían hacia el río. El caminante no sabia si dudar de la realidad de lo que le alcanzaba sus sentidos, o de aquello que constantemente circulaba por su pensamiento.
76. DIA LLUVIOSO
La lluvia cae despacio acariciando la techumbre de paja con un leve chirrido impreciso. Un cielo mas oscuro que esta misma noche habla en sus ronquidos de trueno. Desde lejos, llega el sonido de algún camión solitario que va por las rutas desiertas. Lluviosa madrugada campestre de un mayo otoñal.
77. CAMPO
El campo se extiende hacia bellas lejanías por una amplia alfombra verde adornada con unos árboles solitarios. Mas allá, unas islas de bosques sobre un prado verdoso que acoge al ganado indiferente.
La silenciosa tristeza del campo es sagrada, porque de su propia sangre surge el mas excelso gozo que a todo contenta.
78. CAMPOS
Oscuras nubes en lo alto contrastan con una lejana claridad en el cielo, un viento viene bajando, trayendo un frío soplido de las austeras pendientes del Ybytyrusu. Amplias praderas de esporádicas casitas, tristes árboles de otoño, silencio abrasador de una ermita... Por estos campos no pasa la gloria ni el deseo, no los necesitan.
79. OBSERVACIÓN
La lejanía del cerro se pintaba en su pupila ausente, los primeros rayos ya bajaban de la cuesta oscurecida, y ya el sol mostraba su ojo de fuego como un extraño animal que se asomaba en lontananza. Un hombre observaba bajo su techumbre de paja, un inmenso gozo desbordaba por su conciencia, hermanada con la totalidad austera del campo.
80. EN EL CRUCE
El asfalto que se extiende con una curva a lo lejos, solo en ocasiones es recorrido por algún automóvil. Frente al observador, y atrás de él, se encuentran unas viviendas con techos de paja, animadas con el movimiento de vacas, gallinas, y cerdos. La gente en los ranchitos mira curiosa a aquel que los observa. A pesar de la infaltable presencia de los televisores, a la gente del campo aun llama la atención el “arribeño”. Pero luego de un tiempo los adultos vuelven a sus tareas cotidianas, y algunos niños quedan ahí, estáticos, extrañados, hasta que cruza su vista algún ómnibus, llevándose consigo su atención, y hasta pareciera a sus pequeñas almas.
Al lado del observador suena un aparato celular, es un joven del lugar que atiende una llamada, es que la postmodernidad ha llegado también por estos lugares, sin consideraciones de cultura ni sociedad, esta aquí, como salida de la nada, esta aquí y nos transforma, esta aquí, y nos llama...
81. CAMINANDO POR VILLARRICA
Las tardes de la ciudad de Villarrica eran tristes, y quizá porque un alma triste lo pintaba todo de ese dramático color. Pero esa tristeza no era como aquella que podría cambiarse luego en alegría; no, esta era más profunda, más vital, independiente de cualquier otro sentir, y que se presentaría como mera negatividad. Si, era una tristeza sublime, que convertía en arte al mundo.
Decíamos, las tardes de aquella ciudad guaireña eran tristes, Noel tomaba sus libros, descendía de su montaña de cemento, y caminaba hacia algún recuerdo de bosque en la ciudad, hacia la serenidad de alguna plaza urbana. Siempre cuando cruzaba alguna esquina observaba hacia las lejanas cumbres del Ybytyrusu. Noel pensaba en unir la cercanía de su alma a la cordillera con una cercanía también física; pensaba en la idea de vivir un poco más cerca de aquel lugar enigmático.
Y una tarde de aquellas, salió a caminar por los suburbios de Villarrica, que aun mantenían su aire campestre, con sus caminos de arena, con la jovialidad de la gente, con la presencia de los infaltables animales de campo: vacas, caballos, gallinas, perros. El alma de Noel estaba hambrienta de campo y naturaleza, y aquellos roces del aire que bajaba del cerro cercano lo hacia caminar como en sueños, liviano como una hoja llevada por el viento...
Noel se planteaba la posibilidad de que alguno de aquellos humildes, y para él tan felices hogares, pudiera darle algún albergue.
82. DESDE EL EDIFICIO
Las noches eran frescas y apacibles desde “la montaña de cemento”, un edificio de Villarrica de unos tres pisos. El Ybytyrusu era tragado por la lejana oscuridad del cielo estrellado, la ciudad parecía ya completamente dormida, solo unos perros ladraban a lo lejos.
Noel perdía su espíritu en aquel silencio sepulcral. Noche de calles desiertas, de la frescura de los montes, de un viento errabundo, hondo, que al espíritu alertaba.
83. UN CAMPESINO
Un campesino ha ido en busca de su ganado, desde la lejanía se lo observa, luego regresa con el ¡siga! ¡siga! Corriendo con su enorme sombrero pirí amarillento, con su camisa de botones y mangas largas, con el pantalón hasta los tobillos, que ya deja lugar al pynandí del hombre del campo.
84. LLUVIA EN EL CAMPO
El largo tape po’í se extiende unos kilómetros, recorriendo mandiocales, maizales, islas de bosques, terrenos de maleza, pastos, lagunas, todo, bajo el cielo gris que ve pasar a unas oscuras nubes. El viento ya habla con más fuerza, estirando las cabelleras de los cocoteros. Caen las primeras gotas, el cielo llora su tristeza...
85. NOVIEMBRE COLEGIAL
Terminaban los exámenes, y un grupo de compañeros de colegio salían alegres de los sepulcrales pasillos de noviembre del colegio. Bajaban unas calles, y pescaban alguna camioneta que los llevara hacia el centro de Asunción. Luego llegaban a la costa del río, allí donde unos viejos cañones apuntaban hacia alguna lejana selva del otro lado de las aguas. Unas botellas de vino sangraban en la roja tarde que caía. Las rústicas casitas de chapa, madera y cartón se oscurecían lentamente alrededor de las primeras lámparas encendidas. Y todo en lejanía, el río, las selvas de la otra costa, las casitas de chapa, los recuerdos, los sentimientos, las tristezas... Noel se acostaba y soñaba sobre el pasto, mientras sus amigos y amigas hacían girar una botella de preguntas embriagadas.
86. LLUVIA EN LA CIUDAD
Cae la lluvia sobre la ciudad. Un tono triste lleva los surcos de agua por el asfalto azul, arrastrando a su paso bolsitas de hule, cerillos, hojas de árboles secas... Un cielo oscuro y sublime se muestra entre los monstruos de cemento, grisáceos edificios que dormitan en su sólida muerte...
87. DIA DE DICIEMBRE
Acostado sobre una cama de tejido de piolas, observaba a un cielo profundo que ya mostraba a la curva figura de la luna y a las primeras estrellas. Era Diciembre, el canto de las cigarras llenaba la tristeza del crepúsculo...
El mundo, la vida, se mueve aunque uno no lo haga, y así, no hace falta actuar para que las cosas cambien; de aquí que el alma contemplativa pueda ser mas despierta y sagaz que una que llena el día con tareas y preocupaciones.
88. MUERTE, VIDA, Y ESCRITURA
Alguno que escriba la tristeza de los nubarrones, la lejanía de los campos yermos, la imprecisa hondura de los bosques, o la muerte que palpita en cada ser que nace... Alguno que escriba y que sienta en las palabras y el viento, viene siempre a pisar descalzo las hojas secas y tristes del mundo que siempre mientras vive, en lo mas sublime y espiritual de su ser, también muere...
89. ARROYO
Un calmado arroyuelo va bajando desde los pies del Ybytyrusu, lleva el murmullo de las selvas vírgenes a su paso, ¿quién sabe hacia qué lejano paraje se esparcirán sus aguas? ¿quién sabe quien lo espera desde siempre? ¿dónde va el arroyo tranquilo, melodioso, y ya taciturno?
90. CAMINANDO POR VILLARRICA
Caía la tarde en Villarrica, Noel salía a caminar buscando el tono de su espíritu en la contemplación de las calles tranquilas, aun recorridas por los legendarios “carumbes”, o por personas de semblante sereno. Y el Ybytyrusu, el gran símbolo espiritual que a toda la ciudad hermanaba, siempre imponía su enorme alma de misterio...
91. CALLES DE ASUNCIÓN
La gente llena las calles, hay un calor infernal. Algunos traen sus compras y hablan, otros miran como energúmenos, otros apurados, con sus corbatas y maletines.
Sobre el asfalto azul un árbol quiebra sus ramajes, pasa algún ómnibus que remueve sus hojas, o algún viento cálido que no se distingue ya del humo de los automóviles o del tufo de tantos animales afanados.
92. SIESTA EN EL CAMPO
Estar sin hacer nada, sin querer nada, sin hastiarse de nada ¿QuÉ tan dificil puese ser lograr esto? La siesta del campo no solo es triste, es sepulcral, y es sublime. Un calor bochornoso quema a la tierra labrada, pero el sol tambiÉn vigoriza a la rica espesura de los árboles de los alrededores. Y mientras, un tenue viento regala una fresca caricia, pareciera desde las altas cumbres del cerro.
* 2006.
93. ESPERANDO LA LLUVIA
La siesta duerme, ya hace tiempo que no llueve. Los tajamares y manantiales están secos, los arroyos están flacos y taciturnos, la tierra esta dura y ardiente, los pastos agonizantes... Entre los árboles, las cigarras cantan su eterna melodía estival, pero, ¿cuándo vendrá la lluvia? Ahora solo susurra el viento norte entre la espesura verde y los fuertes rayos del sol...
94. EN EL CAMPO
La tierra seca y polvorienta conduce hacia los ranchos del valle; lejanía de montes y campos pintan el austero paisaje; y el viento va trayendo el acre aroma de las selvas apartadas...
95. PAISAJE
El cielo esta abierto, tranquilo, pintado por albas nubes. A lo lejos, el pequeño bosque, lleno de árboles “ybyra ju”; y frente al bosque, en un campo abierto, tristes cocoteros yacen esparcidos.
96. CASITA
Esta ahí la vieja casita de paja, las malezas ya la han invadido, esta ahí, muriendo en su desolación, en su soledad repleta de dejadez.
97. HOJAS SECAS
Caen ya las hojas secas del árbol inmenso y silencioso, caen ya las hojas secas sobre nuestra muerte… ahora esperamos al viento que lleve nuestros afanes como cenizas, y que por fin descansemos entonces...
98. UN MENDIGO EN LA CALLE
En las sombras de una ciudad había un mendigo que se acurrucaba; su acre olor a caña se adueñaba del rincón de miseria; gateó unos pasos y abrió la boca, llegó un espasmo, se sentó de nuevo; quedó algo lánguido, pero mas relajado, y dijo: Aquí tienes vida, un regalo para ti que todo lo aprovechas; apuesto a que te mantienes con este tipo de alimento. ¡Je! ¡Je! Que tal una siesta en este piso de reyes?
99. EN EL CAMPO
Un vasto silencio llena todo el campo. Solo se asoman tenuemente, allá el quejido de algún rumiante, o allá el ronco sonido de un automóvil. El sol va acurrucándose tras la lejanía poblada de bosques; el triste canto de las ranas del estero despide a los últimos rayos.
100. VILLARRICA
Lo dijo Ortiz Guerrero en su poesía “Suma de Bienes”: “¡Voy! ¿Dónde? Voy al valle donde duerme el alma del silencio”. Lo dijo en el tiempo en que estando enfermo abandonó Asunción, para aislarse definitivamente en su rancho de Villarrica.
101. AMANECER DE ASUNCIÓN
Callada y despacio, la vieja ciudad empieza ya a desperezarse, pronto expandirá de nuevo su grito de eterna insatisfacción... despacio, callada, despierta Asunción.
102. FILÓSOFO
Tenía perdida la mirada en alguna lontananza del río, o quizá en algún pensar abismal. Luego de un tiempo dio media vuelta y volvió hacia la ciudad, tenía que seguir pensando en los grandes filósofos, el gozo mas grande de su vida.
103. AMANECER URBANO
Amanece, el sol sube despacio la cuesta de su resplandor, la ciudad empieza a desperezarse, entre el rugido de algunos autos o el caminar solitario de algún obrero por las veredas silenciosas. La ciudad de la lucha, de los inmensos afanes, de nuevo enarbola su bandera de guerra y camina al filo del abismo...
¿Nos unirá a ella un verso? ¿Nos unirá con las verdes plazas y los oscuros edificios, con la basura y los mendigos, con el humo y los perros?
104. AMANECER DE ASUNCIÓN
Duermen las viejas calles asunceñas, con su colorete de modernidad; las sombras aun llenan los rincones silenciosos que de poco se retiran al asomarse desde lejos el sol y el bullicioso afán de la muchedumbre. Un adusto “trabajador de la basura” sobre las gradas de un comercio de cortinas cerradas, ha quedado sumido en su extraña interioridad.
105. EN EL VIEJO RANCHO
Han pasado dos años, pero el cielo del valle sigue siendo tan azul e inalcanzable, y las nubes como siempre, indiferentes, haciendo y deshaciendo extrañas figuras en lo alto. La casita sigue en silencio, solo se oye el murmullo del follaje de los árboles del pequeño bosque a su costado; ya no esta la montaña de paja que mi viejo amigo había puesto en la esquina del rancho; tampoco esta la guitarra, ni el asado, ni los amigos, ni el vino, tampoco están mis afanes; todo lo llevó el viento, solo el silencio ha quedado intacto, silencio de chacras de tristeza, y de bosques solitarios...
106. UN HORNERO
En el bosquecillo de los árboles tristes y de la hojarasca seca ha anidado un hornero en uno de los gruesos ramajes oscurecidos; a veces sale del nido, llevando el vuelo hacia las cercanías, luego retorna sobre su anterior trayectoria, trayendo en el pico algunas extraña carga que la introduce en el nido. Luego de un tiempo solo se escucha su canto como si despidiera al día, junto al frío viento y al cielo profundo y gris del crepúsculo.
107. CAMINANDO POR EL CAMPO
Sus pies no acostumbrados a andar descalzos a veces pisaban espinas, entonces paraba un momento la marcha para quitárselas como podía. Luego continuaba intermitentemente hasta encontrar alguna sombra al costado del arroyo, allí se tumbaba sobre el pasto, y se perdía en el lento paso de las nubes que iban formando y disolviendo las más jocosas imágenes.
108. SEMILLAS
El campo silencioso, como apartado del mundo, como rincón lejano que se ha escapado del bullicio de las ciudades… en el campo sereno esta una semilla, en la ciudad muerta esta otra, y ya la cosecha nos da palabras y conocimientos…
109. LA CASITA DE LA ANCIANA
La vieja casita de paja albergaba a la anciana solitaria, que cada vez que Noel ascendía el largo camino de arena que llegaba de la ruta asfaltada, lo saludaba con una sonrisa y con el lánguido brazo en alto. Por el solitario ranchito recorrían algunas pocas gallinas, también había una vaca junto a su crío.
Cierto día que Noel retornaba de la bulliciosa ciudad, la anciana lo invitó a pasar. Dentro de su pequeña choza albergaba la imagen de santa Librada, adornada pomposamente, como si estuviera apunto de salir a una procesión. La anciana le comentó que esa imagen era su máximo tesoro, que ningún dinero del mundo podría comprarlo, mientras miraba a la santa con un aire de satisfacción que pareciera rejuvenecer aquel rostro envejecido.
110. PAISAJE
Los campos son solitarios, ningún alma se ve por los tape po´i de la chacra cuando es domingo, solo se divisa la melancólica lejanía azul del Ybytyrusu.
111. CIUDAD
A la vieja ciudad sombría aun le queda un misterio rebosante, y ya llegan las palabras muertas a tratar de quitar tal sabia de sus huesos de cemento.
* 2007.
112. BOSQUECITO
Un largo sendero arenoso nos conduce hacia el interior de un pequeño bosque, allí, la sombra melancólica de los árboles, junto a los melódicos gorjeos de los “guyrá”, nos llevan a una especie de hogar olvidado...
113. ARBOL SECO
Un árbol seco es perfectamente serio, es como un anciano que medita en toda una vida ya vivida, es como un preguntar insistente a la muerte, por la vida…
114. ABRIL DEL 2004
Cuando llegaron al rancho de Luis Amarilla, este estaba aun a medio terminar, le faltaban las puertas y las ventanas, y la parte de arriba del techo de paja estaba descubierto; sin embargo Noel solo bajó su mochila, y miro hacia la lejanía del Ybytyrusu, y dijo: "yo me quedo aquí". Era como si toda su vida había caminado para llegar hasta ahí. "Esto es el paraíso" se dijo, y se sentó como para siempre a contemplar al silencio…
115. UNA MADRUGADA EN LA COLONIA
Eran como las cinco de la mañana, en lo alto las estrellas destilaban aun todo su resplandor; el clima de grados bajo cero no invitaba a levantarse de la cama, y menos aun a caminar. Pero la voluntad de estos hombres no estaba solo para sobrevivir agradablemente, sino para cumplir con aquello que no era un simple principio, sino que era la vida misma que se conmovía y que entre el barro de la miseria caminaba.
El cielo estaba poblado de oscuras nubes grises, mientras los árboles realizaban una extraña danza con el viento. En un principio, uno de ellos iba con los pies descalzos, mientras el otro lo hacía con un calzado deportivo; pero el rocío que había caído y que aun se podía sentir había bañado con una capa espesa de agua al pasto y a todas las plantas, de modo que el calzado se fue haciendo incómodo poco a poco. De ahí que luego de un tiempo tuvo que quitárselo, y pisar la tierra humedecida y el pasto casi congelado. Los pies del hombre ardían a pesar de lo frío del piso, en efecto, los polos se encontraban una vez más, ¿y acaso no sucede lo mismo con otros fenómenos de la vida? Pero había que seguir, a pesar del sufrimiento, a pesar del miedo a seguir sufriendo, pues la vida se desbordaba, y enseñaba, enseñaba al hombre a conocerla.
116. CIUDAD Y PENSAMIENTO
Las calles desiertas de la ciudad podrida, y la lejanía del río inocente, son los impulsos de un pensamiento que busca saltar… y empezar desde esta historia… a pensar.
117. CIUDAD MUERTA
La ciudad muerta respira su fatal enfermedad: el mismo aliento de las cosas, que ha pintado sobre lo macabro juegos de luces y espectáculos; es el tétrico circo que impide que divisemos tan solo un momento nuestra propia fealdad.
118. ESPERANDO
Un hombre esperaba el bus que lo llevaría por los campos, por los desiertos parajes poblados de naturaleza. El hombre aguardaba y miraba el grisáceo cielo de otoño, y se decía a sí mismo: ah, mi alma es tan tétrica como el cielo, mi alma es como este mundo en ruinas, mi alma es como la vida, un padecer que en un instante, en solo un suspiro, se hace sublime…
119. NOCHE MARAVILLOSA
A lo lejos brillaban las luces del alumbrado público de la ruta 8. Como luciérnagas se veía bajear a los automóviles desde un lugar que estaba mas allá de una amplia estepa oscurecida. Aquella lejanía contrastaba con la cercanía de las cosas en la casa, los árboles que apenas movían sus hojas sombrías, el apagado camino de tierra a un costado, la verdoza botella de vino, la silla vieja, el observador mismo, el mundo… tan patente como una nada.
120. MOTO Y MADRUGADA
Aquella vieja moto no arrancaba, una y otra vez la empujábamos hacia arriba por el tapé po´í, para después soltarla hacia el bajo, pero nada, solo se limitaba a un tenue ronquido que enseguida terminaba. Eran como las tres de la mañana, con la patada de la moto rota, con un motor congelado, y con unos perros que desde lejos no paraban de ladrar. En lo alto las estrellas brillaban como si las ciudades no existieran, como si la modernidad nunca hubiera llegado, como si esta moto destartalada no fuera mas que un meteorito caído del cielo. Pero la moto por fin arrancó, y llenó con su ronroneo todo el valle, hasta la desolación de la más lejana chacra durmiente.
A la moto, una porquería de moto que luego volvió a paralizarse esta vez en la ruta, la volvimos a empujar, y volvió a arrancar. Fuimos a devolverle la moto al dueño, a quien encontramos tirado en la vereda de su casa, borracho. Y ya le inventamos el dicho, para tal moto, tal borracho.
121. EL RANCHO DEL FILÓSOFO
Un joven silencioso, que al caer la tarde se retiraba a un paraje boscoso a rezar, cierta vez se decidió a hacer una choza en medio de la desolación. Con el pasar del tiempo todos en la compañía se preguntaban cuál fue la razón para hacer tal obra. Nadie podía responder con certeza, pero lo cierto es que el rancho queda un largo tiempo sin puertas ni ventanas, y con un claro en la parte más alta del techo. ¿Pero para qué lo había hecho? Por entonces apareció por la compañía un hombre excéntrico, algunos decían que era un poeta, otros que era un pensador, otros que tal vez era una especie de delincuente que buscaba hacer de las suyas, también hubo alguno que dijo que era un enfermo en busca de salud. Lo cierto era que tal personaje era amigo de aquel loco que construyo el rancho en medio del bosque. Sucedió entonces que el forastero al visitar por primera vez el rancho bajo su mochila repleta de libros y dijo: “Aquí yo me quedo, desde siempre he caminado para llegar hasta aquí.” El amigo se comprometió con el constructor de la obra, mando construir las puertas y ventanas que faltaban, también la parte del techo que había quedado abierta. Desde entonces retornaba a aquel lugar siempre que podía, lo lleno de los sonidos de su guitarra, de sus pensamientos y de su contemplación. Luego de un tiempo los campesinos le dieron su nombre al lugar: “el rancho del filósofo.”
122. CALOR PARAGUAYO
Un calor agobiante castiga a la ciudad, en especial a algunos fastidiados hombres trajeados que deben sufrir a la incómoda moda de unos lugares que ni se acercan al infierno veraniego paraguayo, y esto, por más que ahora estemos en primavera. ¿Pero cuál sería la moda ejecutiva paraguaya? no sé, pero no estaría mal poder hacer negocios con pantalones cortos y una camisa liviana. También están los lavadores callejeros de autos, sus armas defensivas son una bombilla, una guampa con yerba mate, y una jarra cargada con agua fresca de remedios de yuyo. Corren estos condenados a alimentarse, entre las brasas del sol y un asfalto que arde hasta casi volver al estado líquido; ah, ¿será que el asfalto tampoco fue hecho para este condenado país? En cualquier caso estamos acostumbrados; tráiganme aquí un tereré refrescante y un siesta tranquila bajo la sombra de un árbol, y el Paraguay será otra vez la tierra prometida.
123. DICIEMBRE EN EL CAMPO
Es diciembre, un silencio sepulcral llena el campo; las aves entonan sus cantos, y el viento pasa zumbando entre los ramajes de los árboles tristes; a lo lejos, el sol resplandece en el cristal líquido de un tajamar; y también, dibujadas en el horizonte, donde unos postes de cemento marcan el final de la estancia, unas vacas pastan en la serenidad.
* 2008.
124. BOSQUE Y TRISTEZA
En la profundidad de un vy’a’ÿ se abrió el ka’aguy po’i como un paraíso, el mba’asy se hizo riqueza, y la naturaleza peteï jopói.
125. FINALES DE DICIEMBRE DEL 2007
Día Primero
Cuando el sol aun estaba muy alto, Juan salió de su casa con unas tres mochilas a cuestas, más también llevaba consigo profundos sentimientos, y numerosos pensamientos que rumiar. Cargó un poco de agua al auto, y se dispuso ya a partir rumbo hacia el campo. Un amigo de Juan, Vicente, proveniente de Villarrica, pero que estudiaba en Asunción, le había pedido que lo esperase para hacer el viaje. Pero Vicente no aparecía, Juan eligió entonces una esquina para esperarlo, mientras escuchaba a Bach, en la única emisora de música clásica de Asunción. Juan observaba contemplativamente como se entrecruzaban las personas entre si como laboriosas hormigas. Niños, jóvenes, adultos, ancianos, ricos, pobres, todos comprando para fin de año.
En la mañana había caído una lluvia, de modo que el asfalto y las veredas estaban aun mojados, dando un tinte lúgubre al paisaje, y eso, a pesar de que el sol ya bañaba el centro de la ciudad con sus potentes rayos. Juan observaba aquello como a una obra teatral, inmerso en su contemplación, desde su automóvil de vidrios oscurecidos y aire templado. Al momento algo le quitó de su ensimismamiento, era su amigo que caminaba esquivándose de la gente; ensayo unos cuatro bocinasos, hasta que Vicente se dio cuenta y caminó hacia el auto. Ni bien Vicente se adentró al auto le dijo a Juan:
- Juan, quisiera pedirte otro favor, aquí cerca de la avenida Colón necesito retirar unos papeles, si es posible antes de viajar.
- Si, ¿cuál es la dirección?- Preguntó Juan.
- Madrid casi Lisboa- Respondió Vicente.
- Perfecto, hagamos un pequeño viaje a Europa- Dijo Juan dibujando en su rostro una leve sonriza.
Al recorrer cerca de diez cuadras, empezó caer de nuevo la lluvia. El hecho de no encontrar la dirección, junto a un extraño ruido que hacía el limpiaparabrisas empezó a fastidiar a Juan. Toda la sublimidad de Bach era opacada por un extraño crujido. Luego de preguntar primero a un mecánico, y después a un bolichero, encontraron el lugar. Juan se quedo dentro del auto esperando, ubicó la máquina un poco delante de la casa, sin apagar el motor. Vicente otra vez se retrasaba, al poco tiempo apareció una ambulancia frente a la casa en donde estaba Vicente, unos enfermeros empezaron a moverse, entraron en la casa de al lado. Juan ya empezaba a perder la paciencia, seguía lloviendo, y Vicente no regresaba; no simpatizaba con la idea de que la noche lo agarre con la ruta resbaladiza; retrocedió el auto, lo puso tras la ambulancia, he hizo escuchar en la cuadra un largo bocinazo. La siesta del barrio Sajonia se lleno de una queja cruda, mientras los árboles oscurecidos lloraban. Al momento salió Vicente por el costado de la casa, venía acompañado de una pequeña muchacha con la que conversaba nerviosamente. Juan se dijo a sí mismo: "¿Qué es esto? ¿una pelicula surrealista? No me dijo que iba venir a ver a una empleadita".
Vicente subió al auto, tenía la frente sudada, empezó a hablar sobre lo que se le cruzaba en la cabeza; Juan empezó a tranquilizarse, ya había dejado de llover, y Bach reinaba sin disputa de nuevo en sus oídos. Las palabras de Vicente las podía acoplar bien al sonido trágico de la música bachiana.
Luego de tales correrías se pusieron ya rumbo hacia Villarrica. Pararon en una estación de servicios sobre la avenida Eusebio Ayala; cargaron gasoil, agua, y calibraron las ruedas. El viaje a Villarrica, a pesar de la costumbre, siempre era largo. La música de Bach solo duró hasta Ypacarai, a partir de ahí tuvieron que conformarse con cachaca, cumbia, reguetón, pero también con la noble música paraguaya. Antes de llegar al cruce de Piribebuy, Juan estacionó a un costado para descargar la vejiga, observó a su alrededor, el viento zumbaba entre las ramas de los altos eucaliptos, una extensa pradera verde se extendía hasta la lejanía, y no se divisaba ningún ser humano, ni siquiera una casa, el silencio era claro, solo armonizado con el paso de los autos que arribaban la pendiente de la ruta, y con la pequeño ruido del compresor del aire acondicionado. Subieron de nuevo al auto, Juan se adelantó a un camión que trabajosamente venía arribando la ruta, y que descargó su ira con un bocinazo que llego hasta Ciudad del Este.
Antes de llegar a Itacurubi de la Cordillera, apareció al costado de la ruta la imagen de la media res de un caballo que tenía las piernas traseras abiertas, apuntando hacia el cielo, mientras unos cuervos le destripaban el vientre. Al pasar el auto los negros carroñeros se apartaron del cadáver mutilado. Era solo un caballo muerto, pero en esta imagen toda la naturaleza hablaba, enseñaba como siempre lo hace, en el hecho más insignificante inclusive. Es la naturaleza, el teatro de guerras sin tregua, que en última instancia buscan la nada.
Al llegar a Coronel Oviedo, Juan paró en una estación de servicios, aprovechó para entrar al baño, y compró dos latitas de cerveza. Empezó a manejar más despacio. Subió un poco el volumen, buscando siempre la sintonía de radios con música paraguaya. A Vicente pareció afectarle algo la cerveza, pues empezó a emitir un rosario de agradecimientos a Juan, mientras que éste se concentraba en devolverlos, tal como se hace con la pelotita en un partido de ping pong.
A medida que avanzaban, el Ybytyrusu se revelaba de a poco como un animal enorme, su belleza conmovía a Juan como siempre lo había hecho, desprendiéndolo de los asuntos cotidianos, y proyectándolo hacia un conocimiento sublime, que sanaba al cuerpo y al alma. En momentos como ése, el gozo elevado de la contemplación de la naturaleza se sobreponía sobre el natural temperamento melancólico de Juan, se sentía renacer en aquella situación límite.
Al llegar a Villarrica, decidieron pasar por el centro de la ciudad, visitar a unas chicas del lugar, y beber un poco mas de cerveza. La ciudad estaba cambiando, estaba dejando de ser aquel pueblito amable de antes, para ponerse a tono también con el consumismo mundial. Un caos de letreros publicitarios llenaba a la estrecha avenida principal, entre motos, autos, y personas que circulaban aun lentamente, a ese ritmo de pueblo que Juan siempre valoraba.
Ya había caído la noche, cuando llegaron a la casa de las chicas, las dos ya estaban sentadas en la vereda de la casa. Una de ellas era la novia de Vicente, en tanto que su hermana era una especie de amiga-novia de Juan, ya que este nunca estaba demasiado tiempo por la ciudad. Pidieron más cerveza, y Juan bajo su guitarra del auto, y estuvieron cerca de dos horas en el lugar, guitarreando, bebiendo, y estando con las chicas. Luego se levantaron y fueron todos hasta la casa de Vicente, que quedaba en las afueras de la ciudad; al pasar por un autoservice compraron dos kilos de chorizo para la cena. Cena, por decirlo así, pues comieron los chorizos a las tres de la mañana. En fin, se fue el placer y llegó el sueño.
Día Segundo
Cerca del mediodía Juan se despidió de su novia con infinitas promesas de amor. Se dirigió hacia tierra adentro, ahí donde ya solo queda un desierto, porque los jóvenes campesinos buscan afanosamente la ciudad, dejando a su paso solo el silencio y la tranquilidad. El campo solitario, los bosquecillos fragantes, las chacras abandonadas, los arroyos melodiosos, los arandú ka’aty del lugar, todo ello llamaba desde la lejanía al alma de Juan, y él respondía a aquel llamado, viajando gozoso hasta el campo.
Como en aquel día hacía mucho calor, Juan decidió, antes de llegar a su destino final, pasar por la casa de un amigo en la que había dejado anteriormente un ventilador de pie. El camino de arena aun estaba humedecido por la lluvia que había caído en las primeras horas de la mañana, de modo que Juan dirigía cautelosamente el automóvil. Extraño era el paisaje que se divisaba desde afuera, con un auto bordó de vidrios oscuros, abriéndose brecha en el camino de barro, entre los altos cocoteros impasibles y un sol que ya se mostraba en toda su plenitud. Al llegar a la casa de su amigo, vió a éste que estaba mango guýpe (bajo el mango) tomando todavía tereré. Juan llegó al lugar, su amigo le invitó a comer antes de partir de nuevo. El silencio que percibía en la casa de su amigo era insondable, el viento norte removía despacio las plantas de la casa y las ramas de los árboles. Juan bajó su guitarra, y mandaron traer un poco de vino para acompañar el almuerzo. Ya el caer la tarde Juan subió la guitarra y el ventilador al auto, para continuar asi su camino hacia la casa de unos arandu Ka’aty (sabios del campo) amigos.
Al llegar a un cruce de caminos Juan giró hacia la derecha, la cola del auto se le fue hacia un costado, Juan giro el volante hacia el costado contrario, pero las ruedas traseras siguieron deslizándose, el auto hizo un medio trompo, pero al final pudo salir del barro. Juan respiró aliviado, mientras unos campesinos se sonrieron medio asombrados en una de las casas de la esquina.
Luego de un momento llegó a la casa de sus amigos; no se percibía ningún movimiento de gente en el rancho, sin embargo las puertas de la casa estaban abiertas. Juan bajó del auto y abrió la tranquera, lentamente pasó como una víbora gigante por el pastizal de la casa, hasta llegar al fondo, en donde ubicó el auto bajo unos árboles tupidos. Bajó sus mochilas, la guitarra, y el ventilador; ubicó todo sobre una meza ubicada en el amplio corredor propio de todas las casas del campo. El ka’aguy’í (bosquecillo) que estaba en frente ya había empezado a oscurecerse, y en él las cigarras ya empezaban a ensayar sus trémolos que inundaban a todo el lugar. Al momento aparecieron los dos perros de la casa moviendo animadamente sus colas, era la señal de que alguno de los dueños de casa estaba ya por ahí, y en efecto, subiendo la cuesta del camino de arena venía Sebastián, con su equipo de cañas de pescar a un lado de su espalda, y en una de sus manos un gancho con la pesca del día. Al llegar Sebastián exclamo: -Joooo… Juan, reju piko? (Juan, viniste?)- Luego de una conversación protocolar Sebastián invitó a Juan a que se acomode en una de las habitaciones que siempre utilizaba en sus visitas. Lentamente fue arreglando sus cosas, mientras caía ya la noche. De una de sus mochilas extrajo una computadora portátil, la encendió, y la luz del monitor brillo en la oscuridad como si algun póra (habitante, fantasma, espíritu) se hubiese aparecido en el lugar.
Al poco tiempo fueron llegando Felipe e Ignacio, acompañados por Soraida, la sobrina de los arandu ka’aty. En la penumbra del campo, a la luz del ñasaindy (luz de la Luna) compartían todos las ocurrencias y relatos jocosos de aquellos hombres del campo, que destilaban en sus palabras, como salidas de los montes profundos, tanto la tragedia como la comedia incesante de la vida humana.
En la penumbra, Juan buscaba constantemente los brillantes ojos de Soraida, que tampoco desprendía sus miradas del arribeño. Una vez terminada la cena, Juan quitó una silla afuera, y la apoyo contra uno de los horcones del corredor del rancho. El cielo estaba abierto en toda su inmensidad, como un río de estrellas que se perdía en los oscuros horizontes de los montes lejanos. Atrás de Juan, metidos en el corredor, sus amigos continuaban los comentarios sobre sus observaciones de la naturaleza.
Día Tercero
Al día siguiente, al levantarse, Juan encontró a sus amigos en el corredor del rancho aun en penumbras, bebiendo ya el mate e intercambiando comentarios. El lugar, cercano a las colinas de la cordillera del Ybytyrusu gozaba aun de una tupida vegetación. Allí se decía se había gestado el grupo revolucionario 14 de Mayo en tiempos de Stroessner, y según contaban, huyendo de los policías y militares sus integrantes se refugiaron en las inexpugnables selvas del Ybytyrusu. Ignacio, el mayor de los tres era el que mejores anécdotas tenía, pudo vivir hasta los dieciocho años al lado de su padre, un arandú ka’aty que le transmitió no solo casi todos sus conocimientos, sino también casi todos sus recuerdos. Le relató a Juan como en una siesta el guitarrista guaireño Carlos Talavera, se pegó un tiro acostado en un catre, y mirando al sol a través de un parral.
Al correr el día Juan se dedicó unas horas a escribir en su computadora y a leer los libros que había traído. El silencio campesino, armonizado por el canto de las aves o por la queja de alguna vaca, era inquebrantable en aquel lugar. Luego decidió ir a caminar por el ka’aguy po’í, por donde rumiaría sus pensamientos y experiencias en esas constantes idas y vueltas que hacía por las picadas desoladas del bosquecito.
Al regresar, luego del tereré, Soraida sirvió el almuerzo. Durante la siesta Juan tenía la mirada perdida hacia el horizonte del Ybytytusu; en unas horas mas partiría de nuevo.
Ya de regreso, al entrar a la ciudad de Fernando de la Mora, por la avenida Mariscal López, la emisora de música clásica empezó vivir, Juan se dijo a sí mismo: “Bienvenido a Asunción”. Empezó a manejar mas despacio, la música le invitaba a la contemplación.
126. LOS HELMAN
Don Romualdo Helman mascaba tranquilo el naco, como si esto le permitiera recordar mejor aquello por lo que le preguntaban. Sus palabras eran tranquilas, como el tenue viento que bajaba fresco de los bosques del cerro. – Mi abuelo emigró con sus padres de la Argentina, donde a su vez habían parado, huyendo de la persecución nazi a los judíos de Alemania. El estado paraguayo de aquel entonces le había facilitado la compra de grandes extensiones de tierra en la zona de Ybycu’í, en donde los Helman y los Feltes tenían pensado instalar un ingenio azucarero. Planeaban la posibilidad de que el ferrocarril se extendiera desde Sapucai hasta el lugar de la industria. Sin embargo, camino al Paraguay, en una penosa travesía a caballo y carreta, mi bisabuelo murió de una extraña enfermedad en las costas de Corrientes. Tal golpe no pudo ser asimilado por la familia, que una vez llegada al Paraguay cayó en la más profunda apatía, casi rayana ya a la indiferencia hacia el mundo. ¿Qué perdieron los Helman con la muerte de aquel patriarca? Creo que perdieron la mística, la mirada visionaria. Dejaron de mirar hacia arriba, y se fijaron en lo mas bajo de la naturaleza humana; cayeron en la miseria moral y económica; dejaron de ser “Hell”-“Mann”, “hombre de luz”.
127. MEDIADOS DE ENERO DEL 2008
Día Primero
Cruzó el asfalto ardiente de la calle Paraguari como si fuera una especie de bestia de carga, con una mochila a sus espaldas, dos bolsones colgantes, una a cada lado del hombro, y luego, en una mano una guitarra vieja, y en la otra una botellita de agua para sofocar el intenso calor. El viaje hasta Villarrica fue tranquilo, en un ritmo que pareciera se hacía mas rápido debido ya a la costumbre. Al llegar a la casa de Vicente, éste ya lo estaba esperando en su portón, en la altura elevada de su casa, a unos dos metros de la calle. Como no estaba el vecino que prestaba a Juan el estacionamiento de su casa, decidió dejar el auto en la calle hasta que regresara. Los dos amigos se sentaron, Vicente tenía una jarra de tereré en su costado, y en su regazo su infaltable guitarra. Así, la tarde fue perdiendo su esplendor ante el sublime crepúsculo que caía al son de los más encumbrados temas de Agustín Barrios “Mangoré”. Luego de unas horas notaron que el vecino ya había vuelto; luego de conseguir el permiso, Juan fue introduciendo lentamente el automóvil que relucía tenuemente bajo la tupida parralera de la casa. Luego de cerrar el auto, el dueño de casa invito a Juan a sentarse. Juan tenía la mirada perdida hacia la lejanía del campanario de la iglesia Santa Lucía, estaba suelto y tranquilo, como si el viento “norte piro’y” del anochecer se llevará toda imagen y toda preocupación de su conciencia. Solo tenía aquello, el patio oscurecido y silencioso, la iglesia que se erigía enorme casi frente a la casa, y el vecino que alababa la tranquilidad del barrio. Al momento apareció Vicente algo agitado con un mensaje: las chicas ya llegaron. ¡Ah las chicas! El experimento de la vida abría sus puertas ahora hacia las chicas, jóvenes y lozanas, risueñas, dispuestas para el juego nocturno de lo cuerpos.
Día Segundo
Al amanecer Juan salió hacia el patio a respirar. El viento hablaba despacio entre los altos ramajes de los árboles, mientras los gallos desde todas partes ensayaban sus cantos, que a Juan le parecían melancólicos y sublimes. ¿Pero porqué Juan parecía conocer algo ahí donde casi nadie prestaba la menor atención? Cuando niño, un tío suyo lo observaba con constancia, cada cierto tiempo lo veía dejar sus juguetes y perderse en sus extrañas contemplaciones interiores. Al tío aquello siempre le parecía curioso. Pero ya había pasado el tiempo, Juan ya no era el niño de antes, pero aun leía como un niño los símbolos de su interior, ya reflejados también en toda la naturaleza.
Luego del almuerzo Juan se despidió de sus amigos y dirigió de nuevo sus rumbos hacia las compañías, ahí donde la naturaleza aun habla al oído, ahí donde lo primitivo y fundamental del modo de vida nos remonta con claridad hacia la naturaleza humana.
Dejando la ruta se adentro por un camino de tierra, culebreando entre las depresiones del terreno. Llegó al rancho de uno de sus amigos, que ni bien lo vió fue a abrir la tranquera para que pasara el auto. Ni bien bajó del auto, luego de colocarlo bajo uno de los inmensos árboles del lugar, vio a los dos perros de la casa moviendo las colas, como si efectivamente fueran dos medidores descontrolados del entusiasmo de los perros.
Juan llegó al corredor de paja, se sentó y bajo sus bultos sobre la meza. Frente a él se abría la espesura del pequeño bosque, árboles y malezas que caprichosamente se ubicaban al otro lado del cerco de alambres de púa. Se escuchaba también desbordar a la vida, innumerables pájaros revoloteando y cantando. El aroma espeso y puro de los bosques llegaba con la brisa fresca de la mañana.
El viento, Juan siempre preguntaba por el viento -¿ja reko pio viento sur hina?- el campesino le miró, salió al patio, arrancó unas hojitas de una planta que tenía a mano, las dejo caer en el espacio, y afirmó: - ha, o’rremolineá hina-. El viento no se había decidido.
Día Tercero
Luego del descanso, la reflexión, y la contemplación, aun faltaba una enseñanza para que se cierre el tercer día. Ya cuando se disponía para volver, al querer arrancar el auto se dio cuenta que el tablero estaba muerto. Había un problema eléctrico; un problema que Juan ya conocía, y para el cual ya se había preparado. No sin cierto disgusto, abrió el portabultos y extrajo de ahí un cable. Hizo un puente de emergencia con el cable en la parte eléctrica del auto, y el tablero volvió a cobrar vida. Volvió a cerrar el capó, pero seguía habiendo un problema, cada cierto tiempo el motor caprichosamente paraba. Juan estaba sumido en la incertidumbre. Paso frente a un oga’í en el que estaban haciendo un carú guasú, el tablero marcó aceite y batería, y el auto no avanzaba por mas que Juan insistentemente aceleraba. Los lugareños observaban curiosos como aquella máquina roncaba ruidosamente sin avanzar demasiado en su marcha. Juan tenía todos los nervios en tensión, empezó a recordar algunas groserías que había olvidado. En fin, el auto ando cien metros y paró su marcha. Juan se bajó enojado del auto, abrió el capó y se encontró con que uno de los extremos del cable que había puesto se estaba paseando, produciendo chispazos en el otro extremo. Retiro el cable, y al volver a entrar el auto el milagro se produjo, el tablero estaba vivo y el auto pudo arrancar. Juan tomó la ruta ocho y se despidió de sus tormentos del día.
Ya en la zona metropolitana al bajar por una de las calles del centro de la ciudad de San Lorenzo, la radio empezó a sintonizar la emisora de música clásica. Juan comenzó a manejar más despacio, y a contemplar tranquilo la interminable lucha de la voluntad consigo misma.
128. BUSCANDO EL HASTIO
Caminar otra vez por la senda que da la enseñanza perenne del hombre y sus miserias. Cuando Juan salió de su casa un cielo grisáceo pintaba el panorama de callados edificios y de calles ya refrescadas por el viento. Luego de unas horas de viaje, el Ybytyrusu se abrió imponente a pesar del día nublado, dando la bienvenida anticipada a la ciudad eterna de Villarrica.
Juan llego a la casa de su amigo. Sentado en el patio de la casa se preguntó a sí mismo: "¿Qué pasará hoy si la vida gira en torno al dolor, al hastío, y a la contemplación? ¿acaso he venido para seguir quebrantándome? ¿acaso he venido a hastiarme de la existencia? ¿acaso he venido a contemplar? Solo quiero tranquilidad, ella es el camino para el hastío, y éste me empujara a la contemplación. Ah! Hasta creo que ya escucho la sinfonía del mundo; ah, ya llega el aburrimiento, ya llega la totalidad nihilista".
129. CONTEMPLANDO EL YBYTYRUSU
Desde la lejanía, la cordillera del Ybytyrusu da la bienvenida, acostada ahí como un enorme animal de sueño eterno, comunica una sensación de serenidad y silencio. Las amplias praderas corren hacia los bosques y se internan en las sombras de los árboles profundos… Ya el penetrante aroma de la verde espesura se hace camino y plenitud. Ah el viento sagrado de la montana, murmura entre las altas copas de los pinos y eucaliptos. El camino del “ser” esta en la tierra.
130. ASUNCIÓN
La calle es ruidosa, poblada de ronquidos de motores, de voces de gentes, de frenéticas bocinas, es un manicomio civilizado. Cual hormigas se entrecruzan las gentes, llevando carteras, maletines, mochilas, mercancías; y adentro, míseros pensamientos, y emociones rastreras. Calle infernal, en donde apesta el humo de los motores, tanto como el sudor interminable de una ciudad que hierve todo el año. Asunción, fruta podrida, dura e infame, déjate contemplar...
131. PERRO ATROPELLADO
Hay un perro viejo tirado en la calle ¿a quien le importa? Solo es un mísero animal. Mas ya no es tampoco simplemente un animal, ahora tiene las tripas al aire ¿qué se podría decir? Pues, es una cosa ensangrentada arrojada al piso, quizá algo un poco mas que un vómito.
132. BOSQUES
El largo camino de tierra serpentea hasta perderse al horizonte, entre la espesura verde de los bosques lejanos. Pareciera que todo se ha paralizado, es que el campo se expresa en su infinita serenidad ¿será que la felicidad es la quietud? Desde lo alto, las copas de los árboles parecen responder con el viento.
133. EL LOCO DEL MERCADO
Arrojado, harapiento, mugroso, yace en el piso el loco del mercado. Rumia su tabaco viejo, mientras desempolva sus amuletos desgajados. El loco piensa en su lejanía, esta poseído por su pasado, quizá ayer era un chico corriendo por los campos florecidos, quizá era un laborioso joven, quizá era solo una pregunta en el abismo, quizá…
134. El silencio de una siesta de muerte erige un pensamiento. Los árboles hablan con el viento de una extraña ausencia…
A lo lejos, el Ybytyrusu contempla imponente a la vida que pasa…
135. En la gloria de un crepúsculo las oscuras nubes llegan desde las montañas lejanas, mientras el viento silva despacio entre las copas de los árboles conmoviendo a su paso a la quietud de los mandiocales.
136. El camino de tierra es tan largo como una patria, poblada en sus costados por la espesura de los árboles, ah! senda de fuga que se pierde al horizonte de una tristeza crepuscular…
137. En la punta del cerro se divisa un árbol solitario, en la distancia es casi solo un punto, pero es inmensamente expresivo en su estoico retraimiento, frente a un cielo azul, pintado por inmensas nubes.
138. Noches serenas, con el brillo de las estrellas al cielo, junto al aislado ronquido de algún automóvil surcando la ruta ocho. Noches serenas, en Santa Lucía, charlando sobre filosofía, o en la colonia 14 de Mayo, mirando pasar a la vida.
139.
El cielo esta cubierto de nubes, destilando tristeza por todo este mundo adolorido…
El cielo pregunta, y los árboles lújubres e impasibles responden.
140. El ganado va en fila hacia el estero, cruzando el camino de la hierba seca cortada por el viento. A lo lejos, como sabio inconmovible, observa el gigante Ybytyrusu.
141. Ya conoce la fría ciudad la pena profunda de todo lo que a-parece, conoce el viejo reclamo del hombre hacia el cielo gris, conoce a los perros vagabundos que solo añoran la basura del día y las esquinas de la noche…
142. El sendero arribaba entre las plantaciones de mandioca hacia un bosquecillo silencioso y mágico; el viento traspasaba el camino con un tenue murmullo entre los árboles; el maravilloso templo de la naturaleza abría sus puertas a la sensibilidad del hombre, a la música de la vida que palpita en la inteligencia.
143. La ciudad esta desierta, dormida en su tranquilidad aparente, mañana despertara con el trueno alborotador del deseo humano, mañana, cuando el hombre sea la ciega voluntad que se dirige hacia la nada…
144. La desierta campiña habla entre las copas de los árboles, habla con el triste canto de la naturaleza agonizante…
145. Llevé la silla de madera hacia una pendiente del terreno, como a treinta metros de mi pobre rancho. Desde ahí divise el paisaje de la lejanía: campos abiertos, árboles solitarios, animales pastando, mientras en los cultivos cercanos el viento hablaba despacio…
146. Frío, el viento invernal recorre la soledad de las calles tristes, se diría que no es solo el viento errabundo, es la misma historia que arma sus nudos sublimes a la par del pensamiento humano.
147. Un largo trecho de arena se pierde entre la espesura de los árboles, unas nubes caminan lentamente, como indiferentes al basto cielo azul de la comarca. Un tibio viento del noreste atraviesa la soledad, y desde lo lejos llega el agudo ronquido de un camión. Todo se aquieta a pesar del devenir de este campo repleto de vida.
148. Ir por los caminos agrestes de arena, por los silencios de chacras y bosques, por el infinito camino del sol perdiéndose al horizonte… ir, buscando la clave, el secreto, de la vida, de la hermosa muerte…
149. Quieta la mañana calurosa, solo algunas palomas corretean sobre el asfalto, bajo el sol implacable. Un hombre observa mientras el tiempo se esfuma en el mar de la vida y la muerte.
150. La ciudad, fúnebre mar piedra, cemento y asfalto, silva en la fría soledad del domingo, silva con el viento que sube despacio del río, trayendo el mensaje del tiempo, la vida y sus ciclos, las ideas y sus dones de espíritu…
151. Un niño jugaba en una vieja casona de Limpio, corría en medio del laberíntico jardín de la abuela. La acre fragancia de las plantas, el canto de los pájaros desde la alta espesura de las árboles, todo ello en la maravillosa libertad de la mente de un niño entregado de lleno al conocimiento del mundo.
152. Como el soplido del viento, como la salida del sol, como la caída de una fruta en su madurez, escribe así, porque es el tiempo de hacerlo.
153. Se queja el cielo con dramáticos estruendos que acallan por un momento a la música del bosquecillo cercano, y ahora ya cae la lluvia lentamente, bañando de una sabia tristeza a la amplitud de los campos desolados.
154.
Mientras la ciudad se aburre en el silencio sepulcral del domingo, unos pensamientos buscan donde posarse, aletean como pájaros de las ramas de los árboles, o surcan el cielo grisaseo y triste sobre los oscuros edificios muertos.
155. Noviembre ha alargado la sublime tristeza de la tarde, ahora el sol recien empieza a bajar cuando la gente abandona apresurada las oficinas del centro de la ciudad. Al salir a la calle se siente un tenue viento que sube del río y que conforta al alma en medio de tanta miseria urbana. Mientras la gente puebla las veredas en cruses sin fin de palabras, cuerpos, objetos, a los costados de la marcha interminable de nerviosos automóviles y motocicletas. Filosofía y poesía preguntan por el devenir del mundo, y a su manera esperan, y piensan...
156. Ha amanecido, las aves entonan sus cantos por doquier, gallinas, cerdos, perros se agitan y corretean por el patio todavía rociado, mientras el ganado pace tranquilo en los pastizales cercanos.
157. Sobre un techito de hormigón que da hacia el ventiluz han crecido unos helechos, y ahora puedo ver desde mi cama sus sombras en la ventana de cristal, moviéndose con el viento, como si fueran bellas ideas platónicas, acaso inmersas al mismo tiempo en el dinamismo del mundo...
158. AMANECER DE VILLARRICA
Desde todas partes la gente arriba hacia la ciudad, hombres con sus picos y palas, mujeres con sus bolsones repletos de productos del campo, así, la ciudad despierta de a poco, a mitad de camino aun, entre pueblo y ciudad cosmopolita, entre la serenidad y la angustia.
159. AGOSTO DEL 2008
Noel subió al colectivo que iba hacia Ciudad del Este, estaba repleto de campesinos, con sus kepis y sombreros, con sus bultos y sus niños callados, encontró un asiento al lado de un hombre que tenía totalmente abierta la ventanilla, dejando pasar una correntada de aire que aliviaba el calor. Al superar el omnibus la ciudad de San Juan Nepomuceno, el camino se hizo de arena y de polvo, junto a los campos yermos, de vacas flacas y gallinas que corren por los patios. Al llegar al pueblo de Aba’i el guarda avisó a Noel, el colectivo paró frente a la iglesia, que estaba con las puertas cerradas, sus altos pinos apenas eran acariciados por el viento. A un costado de la iglesia estaba una despensa, en donde Noel preguntó por la casa del señor Duarte. Una anciana tuerta le indicó confusamente entre castellano y guaraní donde debía dirigirse. Caminó entonces por los polvorientos caminos buscando el cementerio del pueblo; luego de unos minutos llego a la extraña ciudad muerta, extraña imagen en medio del campo desolado. Siguió el camino por la izquierda unos doscientos metros, envió un mensaje de texto, y ahí la vio desde lejos, era la princesa saliendo de la linda casita; un fuerte abrazo, un .beso, la busqueda terminó en un instante.
* 2009.
160. SEPTIEMBRE 08
Junto a la pequeña sombra de la vieja despensa Baesa, Noel esperaba al colectivo que se dirigía hacia la colonia 14 de Mayo; la temperatura era elevada, el asfalto ardía con el calor reinante, Noel se pasaba por la frente un pañuelo, mirando hacia la curba de la ruta, en las cercanías del arroyo paso pé. Luego de un rato llegó el polvoriento colectivo, Noel subió rápidamente, hacia la parte trasera del camión vió un espacio libre, entre los numerosos asientos ocupados; las ventanillas estaban abiertas, raudamente traspasaba el aire por ellas, calmando así el intenso calor. Llegó el colectivo a la colonia, Noel se ató una remera a la cabeza, y como un árabe por el desierto empezó a caminar por la senda, de arena y polvo. Pasó por ranchitos, tajamares, plantaciones de caña, maiz y mandioca, y por fin llegó a la casa de su amigo; luego de saludar a la gente de la casa se sentó, respondió algunas preguntas de rutinarias, y empezó por fin a tranquilizarse.
166. JUNIO DEL 2009
El tiempo era cada vez menor, raudamente abandono su apartamento, caminando entre el gentío de las calles Paraguari y Félix de Azara. En la esquina un taxista leía concentradamente el periódico, cuando se sobresalto en el instante en que Noel le pedía que apure la marcha hacia la terminal. Siguiendo el pedido, el taxista se abría paso, zigzagueando por las transitadas calles de la ciudad; cada vez que se estancaba la fila de automóviles quitaba la cabeza y observaba hacia el frente, tratando de testear la situación. Al traspasar la zona del mercado 4 el taxista hizo humear como los viejos trenes al enfermo toyota amarillo, atravesando frenéticamente la avenida Fernando de la Mora. La bestia de metal terminó su marcha en la terminal, Noel se quedo a mirar el enclenque taxi, hasta verlo perderse en medio de la espesura urbana de Asunción.
El colectivo llegó hasta Villarrica, ya la tarde se iba despidiendo, Noel bajó su mochilas sobre uno de los banquitos del lugar, y se dedicó a mirar al ruidoso gentío, mientras esperaba a otro colectivo que lo llevaría hasta Aba’i. Luego de unos minutos ya había abordado otro raudo colectivo, que culebreaba por la ruta en medio de una fría noche.
Al bajar del colectivo sintió el frío paso del viento por el lugar, luego dió unos pasos, hasta que divisó una pequeña despensa en donde entró a pedir una botella de vino. Caminando por las oscuras calles arenosas de Aba’i, miraba a las estrellas, conmovido por sus cercanos resplandores.
Como a cien metros de la casa de su doncella, Noel se paró un momento a divisar desde lejos la casita tenuemente iluminada bajo el mar de estrellas. Volvió a recordar todo el viaje que había realizado. Este escrito no es mas que ese recuerdo.
167. AGOSTO DEL 2009
Bajaron del colectivo, la fría noche de la colonia los recibió depresiva. Una fría corriente de aire junto a una llovizna inconsolable los conmovieron. Ambos se quitaron los calzados y empezaron a caminar danzando entre el barro y los charcos. Ya ni los perros salían a ladrar de las pocas casas vecinas, amedrentados por el frío y la lluvia.
Luego de unos minutos de travesía llegaron a la casa de Milciades Gonzalez. La casa tenía las luces prendidas, pero no se veía a nadie, entraron sin golpear, como ya Noel tenía acostumbrado, luego de años de visitar a la familia. Al adentrarse al corredor, vieron que la habitación de Milciades tenía sus puertas y ventanas abiertas, y que en su interior estaba pintada de un celeste que imitaba al cielo. Los dos sintieron que habían pasado en poco tiempo de un infierno de barro y lluvia, al olimpo de los dioses celestriales
168. Ya se han ido quince días de Agosto, en el centro de Asunción se escurre el calor entre las calles, anunciando que el frío otoñal no dará para mucho. En la esquina de Azara y Paraguari un lapacho solitario se ha vestido de rosa, entregando belleza con la muerte de las flores que caen sobre los raudos vehículos...
169. El hombre se habría paso por el estrecho sendero del bosquecito aromado, y un pensamiento sutil se hacía presente en el paseo vespertino, abrazandose a la tierra fuerte y profunda. En las alturas, los enormes árboles parecían meditar con el nuboso cielo, mientras el viento apenas removía los ramajes con el tenue soplo del crepúsculo del campo.
170. POR LOS CAMINOS DEL CAMPO
El sol en lo alto desplegaba generoso sus rayos, mientras un viento del norte acariciaba tenuemente los arbustos y árboles. Noel se protegía del sol liándose a la cabeza una de sus remeras, mientras caminaba lentamente, rumiando pensamientos y recuerdos, mientras dejaba llevar su vista hacia la lejanía de los montes del Ybytyrusu.
171. Al salir a las calles los rayos del sol cayeron como brazas ardientes. La ciudad era un infierno poblado de hombres de frente sudada y automóviles ruidosos. Ya es esto la muerte del alma. ¿Dónde estarán los plácidos murmullos del bosque? ¿Dónde los tranquilos senderos de arena? ¿Dónde las sabias palabras del arandú ca`aty?
172. Sentado bajo su alero de paja, sorbiendo serenamente el tereré, contempla a la lejana estepa, bajo un cielo azul surcado por nubes y por alguna que otra ave carroñera…
¿Qué le importa a este hombre sumido en el campo? Nada, solo “seguir estando ahí”, al lado de su tereré y su tranquilidad…
173. Raudamente los coloridos autos se deslizan por el azul asfalto, casi tan oscuro como el cielo encapotado que desde lo alto observa. Pero ¿dónde van con sus afanes? Hacia ninguna parte, es solo la miseria de la naturaleza quien los empuja hacia la calma de la muerte…
174. RECUERDOS
El tiempo se ha marchado, solo ha dejado su estela recuerdos, convertidos ya en imágenes de un cuento fantástico.
Lambaré, en aquella casa donde pase unos tres años meditando en el silencio sobre los grandes problemas de la vida: la naturaleza, el hombre, la sociedad, Dios. Aquella reja verde, que se divisaba ya al girar la calle, la quietud que abrazaba al traspasar el portón frontal, al lado de la vieja palmera que un día mandó plantar mi padre. Al llegar al fondo, la amplitud del patio se confundía con la serenidad del cielo en lo alto. Ya en la habitación, al abrir la ventana, un cocotero de inmensa cabellera se mostraba; este añoso árbol paso varias lunas y soles conversando conmigo; luego de tantos años me pareció encontrarme con un antiguo amigo del barrio.
Aquellos recuerdos han pasado a ser “proto formas”, como las llamaba Goethe, o arquetipos, según Jung y Eliade, desde los cuales se afirma el destino en su senda maravillosa e inexplicable.
* 2010.
175. BRISA
El silencio cubre como un manto sutil a la ciudad, solo se escucha cada tanto algún vago ronquido de motor. Una tenue brisa sube del río, quizá como aquella que alguna vez rozo la frente del Doctor Francia, quien reflexionaba sobre el futuro del país, o quizá como aquel tétrico silbido por una ciudad enlutada luego de la guerra del 70.
Han pasado casi doscientos años de una independencia que no fue más que una parodia de revolución; el estado moderno no ha sido mas que el Leviatán de Hobbes; el individuo no ha sido mas que un pasaje de comedia, inmerso en un mundo que no va hacia ninguna parte.
176. MEMORIAS
Apenas bajaba de “La Guaireña”, y Villarrica se convertía en un mundo mágico: los vendedores gritaban sus productos: chipas, jugos, milanesas, masas; a la par que un hombre pequeño anunciaba la próxima partida de un ómnibus hacia los serenas tierras de Caazapá; a su vez, los taxistas se agolpaban nerviosos en las puertas del colectivo que recién llegaba.
Empezaba entonces Noel su caminata hasta el barrio Santa Lucía, bajo el cielo azul que se abría en su inmensidad sobre la lejanía verdosa de las cumbres del Ybytyrusu. Todo se llenaba del maravilloso brillo del gozo: los centros comerciales, las vendedoras de yuyos, los hombres embriagados en los bares, las muchachas lozanas con sus tímidas miradas, las calmas aguas del Ycua Pytä, los altos y murmurantes eucaliptos, las calmas calles de los barrios de la ciudad…
Bajando la calle de Ycuá Pytä llego a la ruta ocho, donde giró hacia la derecha, dirigiéndose hacia el arroyo Paso Pé. Largas filas de columnas de alumbrado público a cada lado de la ruta dirigían sus pasos.
Luego de caminar cerca de un kilómetro, escuchó que desde el interior de un barcito alguien lo llamaba. Giró la cabeza y divisó a su amigo Raúl que levantaba los brazos. Junto a Raúl, guitarrista, e interesado en temas de la ciencia y el arte, estaba Marcos, farrista y mujeriego. La conversación que estaban llevando a cabo hasta la aparición de Noel, era sobre las reglas que se debían tener en cuenta para conquistar rápidamente a una mujer. Noel escuchaba, divirtiéndose de las ocurrencias de sus amigos, hasta que le pidieron su opinión. Noel se limitó a interpretar lo que se había dicho con algunas ideas de Sigmund Freud. “Esta muy bien –dijo Marcos mientras fumaba nerviosamente-, pero lo que necesitamos es cumplir estas reglas, y no desviarnos en esto de la libido o las etapas sexuales”. “No –le dijo Raúl, mientras bajaba su baso de cerveza-, no podremos actuar con firmeza sin la justificación teórica de nuestros actos”. “Pero vos querés levantar mujeres o inventar una nueva teoría psicológica” –le dijo Marcos algo ofuscado. “Y las dos cosas chamigo” –le respondió Raúl mientras los tres sonreían.
Luego de un momento Raúl desenfundó su guitarra, y empezó a hilar lo mejor de su repertorio. Desde el interior del barcito, Noel miraba gozoso cada tanto hacia el cielo estrellado de Villarrica.
Al día siguiente, luego de las serenatas de sus amigos, el partiría hacia las compañías, a buscar la sosegada presencia de la vida del campo.
177. MEMORIAS
Noel llegaba a la noche a la iluminada Terminal de Asunción. Cruzábase con otros viajeros, jóvenes campesinos y campesinas en busca de un mejor pasar, familias enteras con hijos pequeños, que miraban asombrados a la gente y a los comercios a su alrededor.
Noel se sentaba y leía, mientras pensaba que en unas horas ya estaría en su apacible rancho, en medio de un silencio profundo, como la noche que en lo alto destilaba el brillo de las estrellas.
178. MEMORIAS DEL AÑO 2000
Al llegar el caluroso Febrero del año 2000 Noel se decidió a continuar con sus afanes por ingresar a la noble carrera de Medicina. Leyendo un día de aquellos un periódico, Noel se encontró con un pequeño anuncio que ofrecía cursos de ingreso para Medicina. Llamó para hacer algunas consultas, para enterarse mejor. Le atendió un tal José Medina, organizador del curso, y por aquel entonces alumno del último año de la carrera de Medicina. El costo del curso era bastante accesible, y la primera conversación que tuvo con José fue muy estimulante, por lo cual decidió inscribirse al curso. Las clases se desarrollaban en una pequeña sala de su casa sobre la calle Montevideo casi Fulgencio R Moreno. Como Noel no podía asistir a la noche, junto a los de Medicina, se acomodó con los de Odontología. En ese tiempo el espíritu de Juan bullía de asombro hacia todo tipo de conocimiento, se sentía como un niño que descubría maravillado al mundo. Pero de ahí no pasaba a un estudio metódico y disciplinado de las materias que estudiaba. Era algo así como un poeta de la ciencia. Pero no fue, como ya dijimos, un estudioso de rigor, por lo cual sus exámenes no tenían resultados alentadores.
179. MEMORIAS DEL AÑO 2002
Las caminatas filosóficas por los suburbios de Villarrica, de Noel junto a su amigo Felipe, eran una de las principales fuentes para sus reflexiones poéticas e intelectuales. La intuición de las Ideas a través del espejo del mundo empírico, hacía rebosar de gozo su alma juvenil.
180. MEMORIAS DEL AÑO 2001
A inicios del año 2001 Noel volvió al cursillo de ingreso de José Medina, ya en un nuevo local, pero acompañado de su ya indispensable guitarra. Luego de que José lo escucho en un par de interpretaciones de polka, le pidió una pequeña serenata para su sexagenario padre. Fueron entonces a la casa que antes fue el lugar del cursillo. Lo acompaño un compañero de los mas bullangueros del grupo, que actuó junto a José como una especie de animador. Noel tocó unos temas clásicos como “Romance” y algo de Francisco Tárrega, también cantó unos temas populares y una composición propia sobre el cursillo. En medio de estudios, de cartas románticas a una compañera, de guitarra y canciones, se dejaba llevar por un destino que se presentaba incierto, pero lleno de emociones y experiencias renovadas.
181. MEMORIAS DEL AÑO 2000
En el cursillo de ingreso el abordaje vital era el del juego, unido a una abundancia de emociones que brotaban generosas de un alma aventurera y juvenil.
182. MEMORIAS DEL AÑO 2005
A finales del 2005 Noel pidió a su amigo Felipe que le hablara al mas conocido profesor uniersitario de Villarrica, Filemón Espinoza, amigo suyo, para que lo aceptara como alumno de latín y griego. Lo acepto sin vueltas que dar, acordaron clases de una hora cada quince días, los domingos. Así, los viajes de Noel se enriquecieron, de una parte con el contacto cercano con la naturaleza; y de otra parte, el cultivo del espíritu, con la originaria y rica lengua de los antiguos.
183. MEMORIAS
La parte más novelesca y azarosa de su vida, la paso Noel en la sublime Villarrica. En la ruidosa ciudad de Asunción priorizó lo necesario del trabajo, y principalmente el estudio, centro y fin del constante experimentar del juego de su vida.
184. MEMORIAS DEL AÑO 1997
En el año 1997 se vino el cielo abajo para Noel. Una situación límite se hizo presente, con toda la carga de malestar que un joven, casi un adolescente, puede soportar. Fue su auténtica iniciación a la noble ciencia de la filosofía, de la mano de un libro básico de la historia de la filosofía del sexto curso. Ya al año siguiente descubrirá a su auténtico padre espiritual y filosófico, Arthur Schopenhauer.
185. EN MADRUGADA
El tiempo pasó implacablemente, el destino ganó la apuesta de la vida, como decía Ortiz Guerrero. El campo dejó de asomarse con frecuencia a las ventanas de los sentidos. Sumido en el silencio de la madrugada otoñal, Noel permanecía frente a sus constantes pensamientos. Miraba a su buena mujer, entregada completamente a un sueño despreocupado, a los viejos libros, eternos compañeros del pensar, a las ausentes guitarras, en la paciente espera por volver a vibrar junto al mundo.
Desde una imprecisa lejanía, se percibían esporádicos ronquidos de automóviles, que recorrían las calles aun silenciosas del centro de Asunción. Ya en unas horas terminaría de andar en su plenitud la eterna maquinaria del deseo, la ciudad.
186. MEMORIAS
En 1993 Noel cambio de domicilio por segunda vez. Esta “situación” o “evento” tuvo una implicancia enorme en el cambio de “estado de conciencia” del entonces adolescente. Lo que siguió a aquella mudanza fue una tendencia a encerrarse en la nueva casa, a la par que una desgana hacia todo tipo de reracionamiento social. ¿Cuál fue el recurso utilizado por Noel para tolerar ese estado de aislamiento en el que se encontraba sumido? La lectura empecinada, en especial de la biblia, a más de suplementos culturales de periódicos locales y revistas de divulgación científica y temas esotéricos. En medio de este tipo de lecturas, de la situación de aislamiento, y del periodo adolescente de Noel, surgieron las preguntas sobre el hombre: ¿Quién soy? ¿de donde vengo? ¿a donde voy?
187. El largo caminito de arena pasa en medio de las espesas plantaciones; el viento sopla insistente, levantando las oscuras cabelleras de los austeros cocoteros; es el constante diálogo del campo y el hombre, la hermandad realizada en el espacio de una profunda simplicidad.
188. Estoy en un taller sobre la calle General Santos, sobre mi yase un lapacho de mediana estatura, en donde trinan a cada rato algunos pájaros, mientras todo el mundo corre sobre el asfalto azul. Contemplación y necesidad a la par, pero siempre, la voluntad.
189. VIAJE A YBYTYRUZU
Noel estaba sentado sobre unas dormidas rocas, a los pies del Ybytyrusu, viendo pasar el agua que baja cristalina de los cerros. A un costado del arroyito, la profundidad de los boques se mostraba como un misterio insondable, pero tambien como la posibilidad de perderse para siempre de la fragmentación incontenible del mundo urbano. El camino en moto, no había presentado mayores dificultades desde la colonia 14 de Mayo, quiza la necesidad de cruzar un arroyuelo se presento algo incomoda. Milciades, el chofer de la moto, y amigo de Noel, cruzo sin mayores problemas, en tanto que Noel paso saltando de una roca a otra. Tambien, en una arribada pronunciada, que anunciaba que estabamos acercandonos al Ybytyrusu, Noel tubo que bajar de la moto para permitir que subiera sin enconvenientes. Luego de cinco minutos ya llegaron frente a un humilde rancho del lugar, llamado compaÑia Santa Elena. Milciades hizo roncar un poco la moto como un modo de anunciar su presencia, y en un instante salió un adolescente sin camisa a recibirlos; les invito a pasar a una sombra del patio, y ofreció el hospitalario terere.
Al momento salió el abuelo del muchacho apodado Tila; comentó que el lugar era tranquilo. "Ape ko ndaipori mba’eve, i tranquilo", dijo. Milciades le comentó que hacía unos siete aÑos había venido a trabajar en el cercado de un famoso propietario del lugar. Tila asintió, y dijo que el compaÑero con el que habían hecho el trabajo ya había muerto. Luego de un momento vino llegando un arriero, era pynandi, de pantalones rusticos largos, y de una camisa a botones algo sucia. Saludo a todos, y se acopló a la conversación. Cada minuto el recien llegado escupía al suelo, entre sus tambien reiteradas rizas que dejaban notar la ausencia de algunos dientes. Su nombre era Justo, y tambien había trabajado con Milciades en el trabajo del cercado.
-¿Nda jaha moai piko?" Dijo Justo a Milciades, pregunta utilizada en el campo en seÑal de cortesía.
- Jahata -dijo Milciades-, ¿Siempte pio oi iranchope nde hermano AÑó?"
- Oi siempre -dijo Justo
- Ha upepe rohose hina, ape che socio ko, estudioso hina, ha oikuase la arandu ka’aty -dijo Milciades refiriendose a Noel
- E’a, ndaipori moai problema -dijo Justo mirando a Noel
Al momento, todos se despidieron de Tila y de su nieto, y empezaron a caminar por el polvoriento camino que llevaba hacia la casa del viejo AÑó.
Llegaron a la casa de Tila, que tenía la visita de un pariente que había organizado un azadito campestre. Milciades dejo su moto en una sombra en el fondo del patio y volvió. Al momento ya caminaban hacia la casa de AÑó, iban por un camino de arena que a sus costados estaba cubieto por numerosas plantas de tacuaras. Luego de unos diez minutos de caminata, a lo largo de los cuales pasaron por un pequeÑo bosque, un arroyo sereno, y una triste chacra, llegaron a una rustica tranquera. Llegaron al humilde rancho, y AÑó salio a recibirlos, se notaba en su semblante que ya había comensado con el típico ritual del aperitivo. Esta circunstancia hizo propicia la oportunidad para que AÑó relate algunas anecdotas históricas recogidas a lo largo de su dilatada vida.
Luego de unas horas Milciades y Noel ya estaban de vuelta, rumbo a la colonia 14 de Mayo, con una buena cocecha de testimonios folclóricos.
190. Me saluda la frescura del viento agreste, que traspasa las ventanas del humilde rancho, donde estoy sumido en sublime soledad. Me saluda una colorida mariposa, que aletea frente a mi cual un dios arquetipo de Ortiz Guerrero, me saludan las simpáticas gallinas que se alimentan confiadas por el patio silencioso, en fin, me saluda un destino profundo, que se niega a entregarme todos sus secretos ideales, todo vigor eterno, hecho de los campos y bosques del Paraguay.
191. ASUNCIÓN LUEGO DE UNA TORMENTA
Luego de la ola intensa de un calor infernal, Asunción ha recibido un renovado influjo del viento sur, luego de una tormenta implacable que paso como un tropel furioso por algunos pueblos del interior. Pero a pesar del clima en brusca inversión, la ciudad continua con su acostumbrada marcha patÉtica: automovilistas apresurados como si llevaran en bombas se tiempo en sus baligeras; la seriedad inmejorable de los peatones, testimonio patente de que se esta en ciudad de extraÑos; los limpiadores callejeros de autos, expresión de los desbordes demográficos del país. Actores que pasean sus figuras ensombrecidas por un paisaje urbano que se les asemeja por lo frío u adusto, pero que deja abierta la entrada para magia indescritible de la contemplación estÉtica: son las calles de asfalto azulado, semejantes a venas que se acomodan entre los eficios cÉntricos, montruos de piedra de sueÑo invatible; las verdes plazas, parodias groceras de los bosques profundos; y el río a lo lejos, el viejo río que culebrea hacia el fin del horizonte, en donde el crepúsculo despide a los últimos del sol...
Indice (x)
-1. Maizal.
-2. Muchacha agreste.
-3. Visión de Schelling.
-4. Calles.
-5. Contemplación.
-6. Pradera.
-7. Santa Lucía.
-8. Descripción de la naturaleza y el espíritu.
-9. En la universidad.
-10. Julio de 1998.
-11. En la biblioteca.
-12. Lluvia.
-13. Plaza de Villarrica.
-14. Lluvia.
-15. Mirando las estrellas.
-16. Bosque.
-17. Libros.
-18. Un domingo.
-19. Una tarde en Villarrica.
-20. En el neurosiquiátrico.
-21. Antes de la lluvia.
-22. Desde el edificio.
-23. Por la ruta.
-24. Alquimista.
-25. TererÉ.
-26. En semana santa.
-27. Ciudad y contemplación.
-28. Mirando al Ybytyrusu.
-29. Ciudad.
-30. Junto al Alba.
-31. Mayo.
-32. Amanecer.
-33. Mediodia.
-34. Madrugada.
-35. Mayo del 2004.
-36. Palabras y naturaleza.
-37. En el rancho.
-38. En el rancho.
-39. Magia.
-40. Alma y mundo.
-41. A la hora del mate.
-42. Ciudad y Stravinsky.
-43. Un almacen de campaÑa.
-44. Antes de la lluvia.
-45. Soledad del campo.
-46. Caminos.
-47. Aregua.
-48. En la terminal de Villarrica.
-49. Amanecer.
-50. Retorno.
-51. Adios colegio.
-52. Crepúsculo.
-53. Atardecer.
-54. Paisaje.
-55. Tranquera CuÉ.
-56. Agosto de 1998.
-57. Imágenes.
-58. Paisaje campesino.
-59. Bosque.
-60. Una lechuza.
-61. Paisaje de tranquera Cue.
-62. La canción del capataz.
-63. Luna.
-64. El ladrón de mandiocas.
-65. En la universidad.
-66. Paisaje.
-67. Ciudad.
-68. Asunción.
-69. Una mosca.
-70. Paisaje del campo.
-71. Tarde de Asunción.
-72. Villarrica.
-73. Por los montes.
-74. Calles.
-75. Caminante.
-76. Dia lluvioso.
-77. Campo.
-78. Campos.
-79. Observación.
-80. En el cruce.
-81. Caminando por Villarrica.
-82. Desde el edificio.
-83. Un campesino.
-84. Lluvia en el campo.
-85. Noviembre colegial.
-86. Lluvia en la ciudad.
-87.
-88.
-89.
-90.
-191. Asunción luego de una tormenta.