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ROBERT LEÓN HELMAN

APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS

Nací a la medianoche del 30 de Mayo de 1979, en el hospital de Limpio, en aquel entonces un pueblo sumido aun en la serenidad propia del espíritu agrario del Paraguay. Un viejo que esperaba en los pasillos del hospital le dijo a mi padre que yo sería un buen hombre por haber nacido un viernes, predicción que aun ahora trato de interpretar, pues creo que lo único bueno que tengo es mi apasionado amor por los libros.  Viví un año en Limpio en esos tiempos de inconciencia y de gozo por el alimento materno, para luego desplazarme con mis padres hacia la agitada ciudad de Asunción, para pasar ahí los años siguientes de mi afortunada niñez. Aquellos mis primeros juegos eran como goces estéticos, eran una transformación radical del mundo a través de la imaginación. Cuando niño fui romántico, cultivé inconscientemente un romanticismo místico. Este tipo de experiencias contemplativas solo volverían a mí cerca de quince años después, luego de un duro proceso purificatorio al que me sometió el destino en medio de una atormentada adolescencia.  A los 17 años sufro una enfermedad corporeo-espiritual, llego a una situación límite que me exije transformarme para no morir. Encuentro una estrecha simpatía con la medicina natural, y así, leyendo a Eduardo Alfonzo, Lezaeta Acharan, a Carlos Kosel, a Nemesio Rodriguez, sumado a las sabias enseñanzas de la tradición romántica de occidente, me encuentro con la posibilidad de visitar al maestro naturista Zenén Cardenas. El encuentro con este médico tiene, como todo lo escrito en esta biografía, un sentido simbólico; al estar frente a él estaba frente a toda la tradición médica-filosófica de la que ya me estaba alimentando.   Tube que viajar a Aregua, en donde atendía el doctor Zenén, una ciudad en aquel entonces rebosante de espíritu, con sus viejas casonas, con una vegetación exuberante por donde se la mire, con la lejana y melancólica vista al lago, y con mi sed de beber ese sagrado licor que nos ofrece la naturaleza.   En ese tiempo decidí trasladarme a Villarrica para estudiar medicina. En aquel entonces (1998) la ciudad mantenía aun ese aire rural y sereno que ha ido perdiendo paulatinamente. Mientras llevaba adelante mis estudios me interesé por el cultivo de la guitarra popular, y detrás de ese afán me encontré con el concertista guaireño Felipe Villalba Britos. En innumerables ocaciones recorrimos caminando los suburbios y las compañias de Villarrica, aprendiendo de los hombres de tierra adentro su cultura y su música.   Empecé a leer sobre filosofía en mi adolescencia. En el colegio me encontré con los libros del maestro paraguayo-español Pedro Chinaglia, que me impresionaron gratamente; también pude conocer al que considero mi maestro espiritual, Arthur Schopenhauer, a través de un artículo en un suplemente cultural de la profesora Monserrat Álvarez; también en ese tiempo y por ese medio me topé con los llamados filósofos postmodernos, a quienes aprecio mucho, a través de la ácida crítica de mi maestro Fernando Tellechea.

A CINCUENTA AÑOS DE LA MUERTE DE CAMUS

Albert Camus (1913-1960) constituye uno de los más conocidos escritores del siglo 20, identificado con la corriente existencialista de filosofía, y de manera particular con el pensamiento de Jean Paul Sartre (1905-1980). Enfermo de tuberculosis, su situación de alguna u otra manera revelará el carácter descontento y pesimista de toda su obra.  La inexistencia de Dios explica el absurdo irremediable de la vida, y la misma posibilidad de la libertad del hombre. Pero ¿cómo puede no existir Dios? La misma marcha de la modernidad ha llevado a la liquidación del fundamento de todo lo existente, la razón misma, la máscara de Dios. Nietzsche no hizo más que consumar con su afirmación de la muerte de Dios lo que ya se venía gestando desde el renacimiento, la secularización del mundo, del hombre y de la historia. Camus no es más que un símbolo del desmoronamiento de la civilización occidental.  Extranjero de sí mismo es el hombre, vagando sin descanso va, por los confines del absurdo, pretendiendo el encuentro con el sentido último de su existir, que le devuelva la serenidad que lo abandonó con la infancia perdida. Como Sísifo, una y otra vez lleva la pesada roca hacia la cumbre de la desdicha, para desde allí arrojarla, y al día siguiente, al despertar con el alba, pensar que esta empezando algo verdaderamente importante. Pero no, es la misma mísera roca que debe ser empujada a la cumbre de similar manera, para otra vez volver a comenzar.  En plena era tecnológica Camus nos dijo que la historia no va hacia ninguna parte, y más aun, que la vida misma no posee norte alguno. ¿Para qué seguir entonces con esta tormentosa experiencia de vivir? ¿Por qué no tomar la amarga medicina del suicidio? Para Camus el único problema realmente serio es el suicidio. No se adhiere a la radical opción de quitarse uno la vida, mas tampoco al cómodo recurso de la esperanza en un “más allá”, o de una “edad de oro”. El hombre de nuestro tiempo debe ser lo suficientemente valiente y lúcido para enfrentar día a día el sinsentido de todos sus afanes. La rebeldía del hombre libre se ha de manifestar como el heroísmo del que asume el absurdo de su camino, pero sin retroceder un solo paso frente a esta situación tormentosa.  La peste espiritual que pulula en la sociedad no es ya motivo para retroceder hacia una vida de retiro, no, el rebelde existencial ha de ser lo necesariamente fuerte para pisar el barro inmundo de los contactos sociales, al punto de encontrar en ello su vital alimento, el estímulo que lo mantenga despierto en medio la noche abismal.  El hombre es irremediablemente libre, como sostienen los principales exponentes de la corriente existencialista, en particular Sartre, pero ello no constituye ninguna fantástica condición que deba ser alabada, pues ella es una fuente profunda de angustia, de un desasosiego visceral que nunca deja de torturar la vida del hombre.  Finalmente, al hablar de Camus, no quisiéramos dejar de lado la oportunidad de recordar a pensadores paraguayos que recibieron influencias del existencialismo, y que han dejado una valiosa contribución para el desarrollo cultural del Paraguay, nos referimos particularmente a Gabriel Casaccia (1907-1980) y Roque Vallejos (1943-2006). Casaccia bajó de su pedestal al idealismo paraguayo propugnado por los pensadores novecentistas (Blas Garay, Manuel Domínguez, Juan E. O´leary, Fariña Nuñez, y otros), presentando la cara inconciente y tétrica de la tormentosa cotidianeidad. Vallejos, representante de la generación literaria del 60, supo expresar en sus versos sombríos, el absurdo en el que se desenvuelve el hombre en tiempos de crisis. Un día apareció muerto, tirado en medio de libros y recortes de diarios; se quito la vida, harto ya de las miserias del mundo. (Publicado en Revista Aranduca, número 2, año 2010)  

PAISAJES (COLECCIÓN DE NARRACIONES)

*2003

 

1. MAIZAL

El viento surcaba la amplia estepa, conmoviendo al maizal indiferente…

El sol abrazaba la tierra en forma intermitente, entre oscuras nubes que empezaban a poblar el cielo.

A un lado de la plantación, un largo trecho partía hacia el lejano horizonte sin final.

 

Comentarios:

Comentarios:

Imaginemos lo que pudo producir en un hombre que experimentaba un sentimiento religioso al contemplar la naturaleza, el impacto y la difusión de las ideas de Descartes.  ¿Qué diría él frente a la explicación del mundo como una máquina en movimiento, un mundo que de sagrado ya no tenía prácticamente nada? Lo cierto es que no tardaron en surgir las reacciones a este mecanicismo cartesiano, tanto de parte del empirismo inglés, como de la misma corriente a la que pertenecía Descartes, el racionalismo.

 Una de estas más representativas reacciones o respuestas, ha sido sin lugar  a dudas el sistema filosófico de Baruch Spinoza. Para Spinoza la totalidad de lo existente no es una máquina por una parte, y espíritu por otra, es una unidad inquebrantable, a la que llama Dios o Naturaleza (Dios sive Natura). Así, con Spinoza retorna el carácter místico de la visión de los paisajes naturales, de los sinuosos caminos, de los susurrantes arroyos, y de las colinas sublimes, es la naturaleza como fondo, como fundamento, y a su vez, como expresión, como testimonio divino (Natura naturans, natura naturata).

 

2. MUCHACHA AGRESTE

Su mirada era profunda como el cielo, sosegada como un lago durmiente. Mientras hablaba, sus cabellos de sortija eran acariciados por el tenue viento que surcaba la campiña.

Comentarios:

¿Qué sería esta muchacha agreste para Descartes? Un organismo maquinal, guiado por pasiones y espíritus vitales a través del flujo sanguíneo. La naturaleza misma para Descartes no es más que una máquina, que debe ser dominada por el hombre para su propio beneficio, a través de los principios matemáticos creados por él mismo en su geometría analítica. El mundo es gobernado por las leyes de la mecánica, que revelan un movimiento uniforme, robótico, formulado por la ecuación de la cantidad de movimiento p=m.v (p: cantidad de movimiento, m: masa, v: velocidad).

 Pero aparece Leibniz, mente universal, ve al mundo como puntos de fuerza, como mónadas inextensas, como un flujo de comunicación vital, emitida por Dios en una maravillosa “armonía preestablecida”. La naturaleza se dinamiza, cobra “fuerza” desde el genial pensamiento leibniziano, y así la nueva fórmula lleva el sello del renovado avance matemático, el cálculo infinitesimal (creado por Newton y por el mismo Leibniz). La fórmula reza, y ritualiza: Ec=1/2 m.v2 (Ec: energía cinética, m: masa, v: velocidad).

 

3. VISIÓN DE SCHELLING

Oscuras nubes llenaban el cielo, mientras el viento conmovía a los trigales; y entre aquel plantío, sentado sobre una roca, el joven Schelling observaba cautivado. Su semblante aun infantil era todo asombro y alegría. Luego caía la lluvia, y él levantaba las manos y los ojos hacia el cielo; las gotas se escurrían por su rostro de niño.

 

4. CALLES

Rostros serios se pasean por las calles calurosas, al lado de automóviles apresurados, rugiendo en sus caballos de hierro. El viento conmueve a los árboles del paseo central, ubicados entre el ardiente asfalto azotado por el sol...

 Los hombres se afanan, mientras la naturaleza una y otra vez se recrea. Un respiro es muerte, una muerte vuelve a ser vida...

 

5. CONTEMPLACIÓN

El hombre permanecía inmutable, estoico, imperturbable, fumando su oscura pipa, mientras el mundo se apresuraba ante él. Todo era una sola cosa que se movía, árboles y viento, instinto y pensamiento, el mundo en devenir eterno.

 

6. PRADERA

El cielo estaba abierto y tranquilo sobre la pradera que se extendía hasta perderse entre los lejanos árboles del horizonte. El ganado pastaba, indiferente a las aves que se posaban en sus lomos, mientras algunos arrieros cabalgaban tranquilos, alejándose por un camino de arena...

 

7. SANTA LUCIA

La tarde esta quieta, el viento no se asoma. Los árboles del paraíso cobijan a las dos guitarras que cantan al barrio Santa Lucía. Una canchita de arena separa la parte trasera de un  oratorio, del colegio en el que estamos sentados.

 Los sones son tristes como esta tarde dormida en su silencio, como el tiempo que pasa y que retorna, una y otra vez.

 

8. DESCRIPCIÓN DE LA NATURALEZA Y EL ESPÍRITU

El campo despertaba en hondos bostezos de acre viento, conmoviendo a los altos bambúes, en un dialogo inefable con las copas de los árboles lejanos. ¡Ah! Tenue silencio entre el coro de los gallos, silencio que llenaba al crepúsculo, a la tierra y al firmamento, silencio que revela al hombre en el alma de las cosas, fundido en ellas, en un abrazo de muerte y vida. ¡tanta insignificancia al lado de tanta elevación! En el hombre condensada toda existencia y abismo.

 

9. EN LA UNIVERSIDAD

La universidad esta en silencio, es el tiempo en el que no existen clases ni exámenes, solo el frío viento de invierno recorre las calles y pasillos.

¡Ah! Si así fuera todo el año, esto sería poesía, viento, color, aroma, hoja seca, danzante...

 

10. JULIO DE 1998

El sol se proyectaba a través de los cristales de la ventana, bañando el verde de la alfombra y el pequeño mueble repleto de libros. A lo lejos, por la misma ventana, se divisaba  a los altos edificios asuncenos, medio grises, medio marrones, casi inhabitados, que como monstruos sin vida observaban.

 

11. EN LA BIBLIOTECA

Suenan los teléfonos en forma alternada, entre el tac tac del teclado que va formando letras en el monitor. La biblioteca es silenciosa, fúnebre, por eso la amo tanto. Cada ruido es como una estaca que se clava entre los pensamientos de los libros. Algún murmullo que traspasa el aire, algunos pasos solitarios, algún momento sin tiempo, y un timbre quejándose, todo ha terminado.     

 

12. LLUVIA

Caen las gotas por el piso, que resuena en una música armoniosa. Se forman ya los charquitos, y los diminutos senderos de agua que caminan ya raudamente. La armonía lluviosa ahora ya se conjuga con los truenos y las luces de los rayos, pareciera que el mismo Brahms habla desde los cielos enfurecidos.

 

13. PLAZA DE VILLARRICA

Sentado sobre el cemento, como un poeta, o como un idiota, escribiendo simplemente lo que pasa, aquí, por estas calles, o aquí adentro, en esta alma errante. Es de noche, y el viento habla entre los árboles de los sonidos lejanos del Ybytyrusu; y es que ni este grito urbano puede ocultar la libertad de esta selva que vive entre las cosas, aun es las mas frías y adustas.

 

14. LLUVIA

Silva el viento entre los altos edificios, pronto caerá la lluvia entre los errantes pensamientos… ¡Ah! Estos montes de cemento, austeros, estoicos, ven pasar el tiempo entre los ladrillos ausentes, son monstruos que dormitan en el sueño humano. Ya cae la lluvia y se elevan los humos del asfalto; se consume el alma, despacio, con la tormenta abrasadora. 

 

15. MIRANDO LAS ESTRELLAS

Cansado de andar hacia ninguna parte, se tiró hacia los yerbales del camino, y durmió al amparo de las estrellas; y él las vio por primera vez, sonrió en todo su ser, y se entrego a su sueño de infinito.

 

16. BOSQUE 

A lo lejos se erige el bosque, sereno, ausente y profundo, se abraza con el cielo y con las nubes, y respira, respira…

 

17. LIBROS

Amanecía, y Villarrica se llenaba del acre aroma de la tierra, efluvios diluidos en los paisajes campesinos. Y tras la ventana que miraba, los libros abiertos, unos sobre otros, ¡ah! Libros que hacen al hombre sabio, aun mas sabio y sensible, y aun mas profundo y sufriente… Libros peligrosos como abismos, como fieras salvajes que devoran; libros sin nombre y sin tiempo, sin compasión, sin luto… La naturaleza, los libros son la naturaleza, son la mañana que se hace muerte frente a la ventana que mira y se entrega, que abraza y promete, el último secreto, la luz, la fuente.

 

18. UN DOMINGO

El viento pasa entre los edificios y el asfalto, las hojas secas parecen danzar en las veredas, es Domingo, y el antes nervioso centro de Asunción esta tranquilo. Esta el sol en su cenit, y mira con su enorme ojo las calles ausentes, las plazas desiertas, los cristos clavados de iglesias, el río vivoreante, perdiéndose...

 

19. UNA TARDE EN VILLARRICA

Desde el balcón los dos hermanos sonríen, ha llegado el profesor, que levanta el brazo y los saluda con una sonrisa. La madre de los niños abre la puerta y les da la bienvenida, tiene una bebe dormida en sus brazos; es joven aun, a pesar del trabajo y de los hijos; su alegre semblante los invita a pasar.

 Ya en la sala, los niños los saludan, ambos están con sus guitarras, ansiosos. El mas pequeño, Luís, tiene la mirada despierta, y la risa a flor de labios; su hermano, Víctor, es delgado, y de rostro alegre y sensible. Se sientan, los niños se abrazan a sus guitarras y mueven sus pequeños dedos entre las cuerdas; la casa se llena de escalas de sonidos, el maestro gesticula y dirige, la madre observa.

 El tiempo pasa, los niños mejoran, la guitarra canta y llora en sus manos, el maestro esta satisfecho, los padres y abuelos contentos; Noel observa en su tristeza y en su gozo. Los niños practican el vuelo, sus rostros de inocencia se iluminan, la música los llama desde un misterio.

 

20. EN EL NEUROPSIQUIÁTRICO

Llegaron al hospital, poco a poco se fueron internando en un lugar repleto de frondosos árboles de mango; una larga calle empedrada conducía hacia el edificio. A media que pasaba el tiempo se fue haciendo normal el desfile de personas con los ojos inflamados, de andar cansino y tembloroso, pedían un cigarrillo o algún dinero para yerba mate.   Cuando llegaron al pabellón de mujeres fueron en busca de una interna a la que Gabriel venía entrevistando desde hacía un tiempo, y él, fiel convencido de la capacidad que tiene el arte para conocer y ser conocido, le pidió que pintara el paisaje repleto de mangos. Ella accedió sin problemas, Gabriel le fue pasando papel, pinceles, tempera, le enseño a mesclar los colores, y le animó a que comenzara; ella comenzó construyendo el follaje de los árboles, luego se ensayo con amplios troncos, y con la tierra oscura que la sustentaba.

 Ya el sol caía lentamente, Gabriel y su compañera miraban atentos el desarrollo del trabajo; Noel miró hacia el cielo, respiró hondo y se despidió, lo esperaba la facultad de filosofía, llena de árboles abstractos de hegeles y marcuses.

 

* 2004.

 

21. ANTES DE LA LLUVIA

El viento recorre las calles de la ciudad, los árboles en la plaza parecen danzar, una tormenta va subiendo del río, hasta llegar a mi pluma y mi cuaderno.

El viento es triste y nostálgico, trae los aromas de los bosques y los campos, de los ayeres y los sueños, de las lágrimas y arrebatos.

Cae la lluvia, la gente corre, mi pluma escribe, el viento silva, las ramas lloran, un auto pasa, la historia es nada, el hombre es el mundo, y todo entre sus brazos, abraza...

 

22. DESDE EL EDIFICIO

En lo alto de la ermita, en la cumbre de un monte de cemento, un hombre estaba mirando, tenía lóbrego el semblante, y el espíritu arrebatado. El sereno Ybytyrusu se posaba ante su vista, llamando al loco y al poeta, al infierno y al ensueño. ¡Ah! ¿Cuándo partirá el destino hacia los campos y bosques?

 

23. POR LA RUTA

El cielo estaba abierto, las estrellas titilaban, y el hombre caminaba a un costado de la ruta, rumbo al hogar guaireño. Veía pasar automóviles e ideas, colectivos y motos, platones, sénecas y plotinos.

 

24. ALQUIMISTA

La luna esta llena, y brilla como un sol, son las tres de la mañana, y el hombre-fausto esta en pie, va preparando su laboratorio, encendiendo su fuego. Espera que el momento sea el apto, y que por fin tenga en sus manos la piedra filosofal, ¿lo lograra en la noche radiante? ¿contestara la pregunta?

 

25. TERERÉ

El agua fresca de hierba, fluye del tereré; el viento arremolina las hojas secas en el piso; un hombre esta sentado en un banquillo de la plaza, mientras los autos pasan, con pensamientos de ayeres, y silencios.

 

26. EN SEMANA SANTA

Es semana santa, el centro de Asunción esta muerto en un hondo silencio; la casa esta vacía, a oscuras las piezas, el viento penetra por el ventiluz, una lámpara esta encendida,  hay música, Barrios, Brahms, Schubert, pensamientos, penas, risas, recuerdos, otra vez pensamientos, Schopenhauer, nada...

 

27. CIUDAD Y CONTEMPLACIÓN

Ladrillos, madera, hierro, electricidad, información, humo, palabras, gente, pensar, mirar..., contemplar...

 

28. MIRANDO AL YBYTYRUSU

A lo lejos el Ybytyrusu habla, y su discurso es tal como siente el alma, distante, ausente, sin tiempo, ni espera, sin afanes, ni sueños.

 

29. CIUDAD

La ciudad, el otoño, oscuras nubes entre edificios, el asfalto azul y los charcos...

Nada quede afuera, ni los perros y gatos, tampoco las casas coloniales, ni las plazas arboladas, que la ciudad cante con la voz de su alma.

 

30. JUNTO AL ALBA

Iva consumándose el alba, y con ella despertaba la humilde y desolada barraca, que en lo alto del terreno contemplaba al monte Ybytyrusu. Un frió viento invernal penetraba por los espacios sin ventanas y se abría paso en la abandonada choza. Pero para Teofilo, habitante circunstancial de aquel lugar, quien escribía en un pequeÑo cuaderno, quien miraba hacia la lejanía del cerro, aquel hecho no le parecía infortunado. Cubierto con dos sabanas, y acompañado por un “tatá” de ramas secas, plasmaba su melancólico espíritu entre las líneas de las hojas, mientras el viento zumbaba bajo la techumbre de paja.

 

31. MAYO

El centro de Asunción susurra despacio su lúgubre melodía otoñal.

Siempre la naturaleza retorna por sus causes, siempre el hombre verdadero retorna a su primera transformación.

Siempre en mayo es otoño.

Siempre, Asunción, vuelve todo, sin premeditación.

 

32. AMANECER

 Amanece, los gallos cantan tristes desde la lejanía, y su son se expande por los fríos y ausentes patios. Desde la penumbra de la habitación se observan los amarillentos frutos del limonero japonés, que en la penumbra brillan como tenues faroles; y el viejo cocotero, austero y grave, contempla tranquilo a la ciudad.

 

33. MEDIODÍA

Se mueve el centro de Asunción, es el mediodía, y la gente se agolpa en los bares para comer; filas de automóviles se esparcen por las calles, se quejan las bocinas, la gente ríe al pasar, otras solo respiran el humo mientras caminan con rostros adustos.

 

34. MADRUGADA

Respira la fría madrugada otoñal, y trae los efluvios de la selva, esparcidos ahora por las calles de piedra, dormidas en el silencio. A lo lejos un perro esta ladrando, es que va un ebrio caminando, hablando de sus vanas quimeras y tormentos. Ha comenzado el concierto de los gallos, ahora cerca, ahora en la otra manzanza, azar enturnado que conjuga la melodía natural.

 

35. MAYO DEL 2004

Volvía luego de años de ausencia, su mirada ausente se perdía en el paisaje lleno de cerros y praderas; tal vez ya nada importaba y la naturaleza podría volver a ser sagrada. Apenas bajo del bus, el acre viento del campo conmovió a su semblante. Observo oscuras nubes en el cielo, que caminaban por la noche, dejando a veces intersticios por donde la Luna observaba con su ojo luminoso. Frente a él partía un largo trecho hacia los enormes cerros.

 El valle aun quedaba lejos, y la naturaleza tenia mucho que decir. Mientras caminaba ella enseñaba, él escuchaba: el compás de los grillos, el grito del tetéû, el tenue murmullo de los manantiales, el silencio nocturnal del espeso y profundo bosque. Luego de un tiempo, el dialogo inefable terminó, el bosque profundo fue dando paso a una extensa pradera, que en la lejanía mostraba un paisaje de cerros, nubes y estrellas, y en lontananza un tenue resplandor, era una humilde choza, que aun respiraba en la noche, ausente, triste, en su pequeña mirada de luz.

 

36. PALABRAS Y NATURALEZA

El lento paso de las nubes pinta el azul cielo, entre los altos follajes conmovidos por el viento. Y van las palabras, lóbregas y austeras, enlazando ideas, de la vorágine de lo mutable. Es la magia de los versos que palpita en el devenir cargado de naturaleza y pensamiento, es la voz de un silencio que todo lo penetra en la profunda evocación del todo.

 

37. EN EL RANCHO

Reina la más completa desolación, una choza sin puertas ni ventanas, un lúgubre viento que surca la chacra y que recorre triste el pequeño lugar. Una pequeña meza, tres rusticas sillas, en una esquina una montaña de paja, y otra vez, una honda desolación. Es de siesta, y el sol reparte sus más potentes rayos que se introducen entre los desnudos marcos de madera.

 

38. EN EL RANCHO

A la tenue luz de la blanca bujía alientan los pensamientos, entre una leve llovizna nocturnal que baña a los campos de la colonia. A lo lejos, el canto sucesivo de los gallos, y desde un rancho vecino el quejumbroso ladrido de un perro. En la silenciosa madrugada del campo, el hojear un libro o un cuaderno hacia llenar la humilde choza de los sonidos del papel. Y bien lo sabia Juan que la búsqueda nunca tendría fin, que ella era la llama que mantenía encendida su pequeña vela espiritual. Y los campos, los bosques, las ciudades, los parques, todo era material de combustión para la vigilia, para la misma naturaleza que deambula serena en su mágico circulo de voluntad.

 

39. MAGIA

El viento y los pensamientos, los árboles y las palabras, todo se abraza en la contemplación del artista, en la hermandad escondida de la magia.

 

40. ALMA Y MUNDO

El mundo se mueve, todo se mueve, los sonidos, las hojas, los autos, los pensamientos, el cosmos es un mar de infinitas transformaciones del alma.

 

41. A LA HORA DEL MATE 

Fluye el agua caliente por la boquilla del termo, cae sobre la yerba, y esparce un tenue aroma por los espacios de la habitación; aroma de montes que se expande con los pensamientos hacia los lejanos parajes, cobijantes de sueños de infinito.

 

42. CIUDAD Y STRAVINSKY

Hojas polvorientas, del silencio de los libros que meditan la Idea, junto a los sorpresivos ensayos de Stravinsky, que despedaza su corazón por el aire nocturnal de Asunción.

 

43. UN ALMACEN DE CAMPAÑA

Al costado de la ruta 8, bajando un sendero por la estepa, yace el pequeño almacén, entre cerdos que descansan en charcos, y gallinas que picotean la húmeda tierra.

 Los recibe una joven madre cargando en sus brazos el crío, es de tez morena y de pálidos ojos; tras su figura se muestran sus vacíos estantes de madera con algunos paquetes de yerba y unas botellitas de caña, todo bañado en el polvo y el silencio de la desolación del rancho.

 

44. ANTES DE LA LLUVIA

Pronto caerá la lluvia sobre la ciudad, Villarrica se conmueve con los árboles que danzan al compás del viento que los agita. A lo lejos, un arriero interrumpe su caminar y observa al cielo oscurecido. Ahora una tenue penumbra se disuelve por las antiguas calles, las gotas caen, el cielo triste, llora...

 

45. CAMPO

La soledad del campo cubre de tristeza al alma, noble sentir que eleva al que observa, mas allá de la tragedia, mas allá de la miseria.

 

46.  CAMINOS

¿Dónde van los caminos de arena? Se preguntaba un hombre con su guitarra a cuestas, errando por los senderos de chacras y bosques.

 

47. AREGUA

Aregua, sus viejas casonas, sus calles aromadas, su vista lejana, el lago sereno, el cielo, profundo e inmenso, el verde horizonte, intuición que despierta a un mundo que se abraza a todo.

 

48. EN LA TERMINAL DE VILLARRICA

Llegó a Villarrica en una noche fresca y húmeda, era ya cerca de la medianoche, buscó entonces un espacio en los bancos de espera de la terminal. En uno de los bancos estaba un soldadito, que dejaba flotar su brazo izquierdo en el aire, mientras suspiraba hondo a su sueño adolescente; en otro de los bancos se encontraba un niño lustrabotas, que buscaba descanso bajo su blanca remerita rotosa. Noel se extendió en uno de los bancos, entreabrió su mochila y retiro unas ropas que las ubico bajo su cabeza como una almohada. Mientras trataba de dormir se concentraba en el viento que afuera hablaba entre las altas copas de los árboles, y que arrastraba hojas secas y basuras por los pasillos silenciosos. En una esquina un perro se rasgaba sus pulgas,   y emitía un triste quejido de insatisfacción. La noche acercaba así al sueño, entre soldadito, niño de la calle, y perro, en el lóbrego paso del viento por la desolación del lugar.

 

49. AMANECER

Acaba de amanecer, y el sol ya se eleva desde el fondo del cerro, bañando de oro las copas de los bosques, las amplias praderas, y los caminos de arena que van a todas partes. El pequeño tajamar refleja el ojo luminoso del sol, cual bella pintura que a su vez muestra el azul cielo y las verdosas plantaciones de sus costas.

 

50. RETORNO

Noel volvía luego de un tiempo, subió por las gradas de la humilde casa, miro hacia la ventana, la señora Felicia dormía, dio tres pasos y colocó su mochila y sus libros al costado de una silla, luego volvió frente a la ventana, esta vez ella abre los ojos, le da la bienvenida desde su cama, él se sienta frente a ella, y como hace años, ella empezó a desglosar sus penurias. El solo escuchaba la voz, como el viento que traspasaba la habitación, hasta perderse en el quebranto humano, hecho una sola cosa con la naturaleza generosa que se entregaba desde la ventana. Pidió disculpas un momento, y se dirigió hacia el pozo del patio; a lo lejos diviso el viejo camino de arena que se perdía al horizonte,  y la alta pradera verde que descansaba en el crepúsculo de primavera. A pesar del tiempo del reloj, del mundo cotidiano, el sentir de la naturaleza nace y muere a cada instante, en la mágica nada que constituye el todo.

 Volvió entonces sobre sus pasos, aviso a la señora que saldría a caminar. Mientras se dirigía la noche iba cayendo sobre las calles, un tenue viento rozaba su frente y sus pensamientos, los ayeres revivían en lo que tienen de constante, un sentir que hace el destino de los hombres.

 

51. ADIOS COLEGIO

Ya era de noche, él bajaba por la escalinata de las graderías del campo de fútbol del Colegio Nacional, traspasaba la oscuridad de la cancha de arena, hacia el Colegio Fernando de la Mora; no pensaba en nada, solo respiraba el aire nocturnal del colegio, contemplaba el lejano cielo azul tras el arco sur, y cada tanto giraba la cabeza y gozaba con las luces de las altas ventanas de las aulas del edificio del colegio. –Adiós querido colegio- se decía en susurros, antes de perderse por las oscuras calles del club Guaraní.

 

52. CREPÚSCULO

El cielo se ha pintado de matices rojizos y azulados, con una tenue extensión de blancas nubes en su parte más alta. Al este el Ybytyrusu va oscureciendo su verdoso pelaje de árboles, entre algunos raspones de campos de cultivo. El anochecer cae despacio sobre la colonia, los ju`í cantan a lo lejos, las aves se acurrucan ya en sus últimos trinos, y en lontananza las luces del cielo, tímidamente se asoman...

 

53. ATARDECER

Un extenso campo verde se extiende frente al rancho, margaritas y blancas azucenas lo pintan de belleza primaveral. A lo lejos palpita el Ybytyrusu como un gran animal que descansa, mientras el cálido viento del atardecer campesino remueve su pelaje boscoso.

 

54. PAISAJE

A lo lejos la extensión de un terreno verdoso, bañado en pequeños charcos que lo pinta de plata; el ganado pasta indiferente en las lejanías, y en lontananza, el Ybytyrusu contempla entre las nubes.

 

55. TRANQUERA CUÉ

El camino mas corto a “Tranquera Cué” era por los esteros, pisando barro, arena y agua, entre pastizales tristes y pequeñas plantas de agua. En lo más alto del cielo un abismo azul nos miraba, en tanto que densas nubes grises se paseaban sobre la lejanía de los altos árboles y de los humildes ranchos. 

 

56. AGOSTO DE 1998

Lentamente iba amaneciendo, desde lo alto de su montaña de cemento observaba la lejanía del Ybytyrusu, y también las luces de las calles que aun destilaban su brillo en la semipenumbra, entre un extenso follaje verde oscuro. Ese día comenzaban las clases de la segunda etapa del probatorio de medicina, debía caminar hasta la vieja catedral de Villarrica, junto a la cual pasaría un transporte que acercaba a la universidad, que se encontraba en las afueras de la ciudad. Fué por las silenciosas calles del amanecer, llegó a una plaza frente a la iglesia, buscó un banquillo un poco alejado, y se extendió sobre la madera, acomodando su cabeza sobre su equipaje de libros, usado como almohada. Miraba a su alrededor, la experiencia florecía en su nuevo mundo. Mientras, esperaba tranquilo al colectivo, viviendo satisfecho su destino de entonces.

 

57. IMAGENES

El sol baña el extenso pastizal del lugar . A unos metros, a la sombra de un par de lapachos y de un árbol de pomelos, un perro dormita indiferente a las moscas que se pasean  por su oscuro pelaje. Desde la lejana espesura de otros árboles, variedades de trinos ensayan las aves, junto al constante trémolo de las cigarras.

 Al campo paraguayo, al sombrío matiz socio-económico de los ranchos, se suma la tristeza de estos pastizales, y el lejano rumor de las islas de bosques.

 

58. PAISAJE CAMPESINO

Una desolada extensión de labrados campos me hace frente, taciturnos cocoteros yacen impasibles sobre estas tierras de hondo silencio. Pequeñas y lejanas techumbres de paja pintan este horizonte campesino, frente a la imponente presencia del Ybytyrusu, enorme animal de sueño eterno.

 

59. BOSQUE

Se internó en un pequeño bosque, las altas copas apenas dejaban penetrar algunos rayos que morían en las infinitas hojas de los árboles. El camino arenoso que lo conducía estaba vestido de hojarascas que hacían aun más sombrío el ambiente. Numerosas aves entonaban lóbregos cantos desde todas partes...

 

60. UNA LECHUZA

Una lechuza se me cruzó en mi paseo crepuscular por el bosquecito de los Amarilla, sus enormes ojos me revelaron toda la naturaleza que busco. Esos grandes y filosóficos ojos me penetraron y los penetre. Hasta que extendió sus alas, y en un tosco vuelo se perdió entre la espesura misteriosa de los árboles.

 

61. PAISAJE DE TRANQUERA CUE

Una lejanía de cerrazones cubre las cumbres del Ybytyrusu, frente a un extenso y yermo campo que se extiende hacia la distancia de sus pies. Oscuros graznidos bajan de los vuelos de los tero teros que en momentos ensayan sus vuelos rasantes por el estero.

 Distantes pensamientos como el horizonte, se pierden en una incierta lontananza que a todo lo conmueve.

 

62. LA CANCIÓN DEL CAPATAZ

Se expande el purahé’i jahe’ó del capataz. Instintivamente ha captado el pulso de la polca, aprendió a cantar con la música con la que su madre lo acunaba en la tristeza de algún rancho campesino.

 

63. LUNA

Un ojo tenebroso y brillante se eleva sobre la oscuridad de los bosques lejanos. Luna pletórica de misterios y leyendas que alimenta al alma de los pueblos de esta tierra.

 

64. EL LADRÓN DE MANDIOCAS

Una sombra se desliza por la oscuridad de una chacra, ahora ha ganado un camino de arena, sus pies de labriego pobre levantan el polvo de su afán... Camina como un espectro, casi sin caminar, para no despertar el sueño de los perros, ni la sospecha de algún capataz. Carga su tormento en su espalda, hurtadas raíces de mandioca para sus niños que no saben esperar. Ahora un perro lo olfateó, la queja nocturnal acelera sus pasos, que luego se pierden en la oscura lejanía de un camino convertido en selva.

 

65. EN LA UNIVERSIDAD

A lo lejos, bajo un cielo blanquecino pintado de algunas nubes, se extiende una pequeña colina de arena colorada; antes era el vertedero municipal de cateura, ahora no es mas que aquello, arena acumulada sobre los basurales fósiles. Frente a la facultad se extiende un amplio terreno empastado, bellamente adornado con enormes árboles que le dan la apariencia de un bosque. Un aroma silvestre sube por las gradas del edificio, repartiendo su fresco regalo por los pasillos ahora desolados.

 

66. PAISAJE

El cielo se pinta de colores a lo lejos, anaranjado, rojizo, azulado, ora se mueve el sol y los matices cambian como la figura de un ave que estremece su plumaje.

 Desde la lejanía del horizonte llega una tierra verde, llena de arbusto, pasto y árboles, trae a su paso un desierto camino asfaltado, que pierde sus líneas hacia los pueblitos cercanos.

 

67. CIUDAD

Dos filas de autos se extienden por esta calle, que cada tanto es traspasada por apurados vendedores de tickets de estacionamiento, que raudamente corren entre los autos para sustentar la miseria de sus vidas...

 Edificios humedecidos muestran en las alturas ropas en colores tendidas en cortos hilos en los balcones,  y también ventanales que muestran algunos muebles o algún ventilador de techo muerto en su oscura quietud.

 

68. ASUNCIÓN

El centro de Asunción, con toda su calamidad a cuestas, con la podredumbre de su gente, con las pulgas de sus perros callejeros, con sus sindicalistas repitiendo estúpidos cantos, con sus madres-niñas vendiendo caramelos, en fin, con todo su nauseabundo olor social, es sublime en su totalidad, es sereno respirar para quien puede acercarse sin lucha a ella.

 

69. UNA MOSCA

Una mosca recorre la choza como un bólido enloquecido, la juego con manotazos, pero se escurre entre mis dedos, y continúa su ronroneo de mosca, burlándose de mi siesta y mi silencio.

 

70. PAISAJE DEL CAMPO

Concierto de cigarras y grillos. La noche sube desde la tierra. Una oscura claridad cubre el cielo en los nubarrones y lejanías celestes. A veces el cielo abre un ojo por donde se asoma una vista lunar. Un tenue viento despierta el triste aleteo de las hojas de los árboles intrestecidos.

 

* 2005.

 

71. TARDE DE ASUNCIÓN

Ha caído un clima fresco, casi invernal, ha arrastrado al calor en un viento frío y triste... Es Asunción en un soplido propio de otros lugares, o es el alma de la tinta que se conmueve al ver lo visible, tantas veces invisible en su aparente y constante insignificancia.

 

72. VILLARRICA

Es bella Villarrica. Cuando va amaneciendo, una frescura crepuscular retorna de los cercanos bosques. Algunas carretas circulan por las calles llevando los productos del campo hacia el mercado; y mientras van en el carro, el mate caliente les acompaña. Ya clarea, las sombras caminan y se alejan, la tinta se agita, pinta su tristeza y alegría.

 

73. POR LOS MONTES

Por los montes, por donde se esparce un tiempo escondiendo su sentido, distante, por aquellas lejanías que son tristeza, por aquellos causes que son ilusiones, por aquella humildad que a todo lo enriquece...

 

74. CALLES

Las calles, en silencios y penumbras escuchan pasar al viento. Algunas hojas secas danzan sobre el asfalto, vienen hacia la pluma y luego se alejan, allí donde solo una tristeza las alcanza...

 

75. CAMINANTE

Lentamente dirigía sus pasos, miraba a la vereda y a sus pies mientras caminaba, luego levantaba la mirada y observaba a las personas: una vieja con anteojos y papada prominente, un señor entretenido en un periódico, una mujer, y un hombre sorbiéndole la boca, un perro, una paloma, y unos gusanos imaginarios que se conmovían en un charco.

 El asfalto era de un azul muy oscuro, pequeños causes de agua similares a filas de hormigas se dirigían hacia el río. El caminante no sabia si dudar de la realidad de lo que le alcanzaba sus sentidos, o de aquello que constantemente circulaba por su pensamiento.

 

76. DIA LLUVIOSO

La lluvia cae despacio acariciando la techumbre de paja con un leve chirrido impreciso. Un cielo mas oscuro que esta misma noche habla en sus ronquidos de trueno. Desde lejos, llega el sonido de algún camión solitario que va por las rutas desiertas. Lluviosa madrugada campestre de un mayo otoñal.

 

77. CAMPO

El campo se extiende hacia bellas lejanías por una amplia alfombra verde adornada con unos árboles solitarios. Mas allá, unas islas de bosques sobre un prado verdoso que acoge al ganado indiferente.

 La silenciosa tristeza del campo es sagrada, porque de su propia sangre surge el mas excelso gozo que a todo contenta.

 

78. CAMPOS

Oscuras nubes en lo alto contrastan con una lejana claridad en el cielo, un viento viene bajando, trayendo un frío soplido de las austeras pendientes del Ybytyrusu. Amplias praderas de esporádicas casitas, tristes árboles de otoño, silencio abrasador de una ermita... Por estos campos no pasa la gloria ni el deseo, no los necesitan.

 

79. OBSERVACIÓN

La lejanía del cerro se pintaba en su pupila ausente, los primeros rayos ya bajaban de la cuesta oscurecida, y ya el sol mostraba su ojo de fuego como un extraño animal que se asomaba en lontananza. Un hombre observaba bajo su techumbre de paja, un inmenso gozo desbordaba por su conciencia, hermanada con la totalidad austera del campo.

 

80. EN EL CRUCE

El asfalto que se extiende con una curva a lo lejos, solo en ocasiones es recorrido por algún automóvil. Frente al observador, y atrás de él, se encuentran unas viviendas con techos de paja, animadas con el movimiento de vacas, gallinas, y cerdos. La gente en los ranchitos mira curiosa a aquel que los observa. A pesar de la infaltable presencia de los televisores, a la gente del campo aun llama la atención el “arribeño”. Pero luego de un tiempo los adultos vuelven a sus tareas cotidianas, y algunos niños quedan ahí, estáticos, extrañados, hasta que cruza su vista algún ómnibus, llevándose consigo su atención, y hasta pareciera a sus pequeñas almas.

 Al lado del observador suena un aparato celular, es un joven del lugar que atiende una llamada, es que la postmodernidad ha llegado también por estos lugares, sin consideraciones de cultura ni sociedad, esta aquí, como salida de la nada, esta aquí y nos transforma, esta aquí, y nos llama...

 

81. CAMINANDO POR VILLARRICA

 Las tardes de la ciudad de Villarrica eran tristes, y quizá porque un alma triste lo pintaba todo de ese dramático color. Pero esa tristeza no era como aquella que podría cambiarse luego en alegría; no, esta era más profunda, más vital, independiente de cualquier otro sentir, y que se presentaría como mera negatividad. Si, era una tristeza sublime, que convertía en arte al mundo.

 Decíamos, las tardes de aquella ciudad guaireña eran tristes, Noel tomaba sus libros, descendía de su montaña de cemento, y caminaba hacia algún recuerdo de bosque en la ciudad, hacia la serenidad de alguna plaza urbana. Siempre cuando cruzaba alguna esquina observaba hacia las lejanas cumbres del Ybytyrusu. Noel pensaba en unir la cercanía de su alma a la cordillera con una cercanía también física; pensaba en la idea de vivir un poco más cerca de aquel lugar enigmático.

 Y una tarde de aquellas, salió a caminar por los suburbios de Villarrica, que aun mantenían su aire campestre, con sus caminos de arena, con la jovialidad de la gente, con la presencia de los infaltables animales de campo: vacas, caballos, gallinas, perros. El alma de Noel estaba hambrienta de campo y naturaleza, y aquellos roces del aire que bajaba del cerro cercano lo hacia caminar como en sueños, liviano como una hoja llevada por el viento...

 Noel se planteaba la posibilidad de que alguno de aquellos humildes, y para él tan felices hogares, pudiera darle algún albergue. 

 

82. DESDE EL EDIFICIO

Las noches eran frescas y apacibles desde “la montaña de cemento”, un edificio de Villarrica de unos tres pisos. El Ybytyrusu era tragado por la lejana oscuridad del cielo estrellado, la ciudad parecía ya completamente dormida, solo unos perros ladraban a lo lejos.

 Noel perdía su espíritu en aquel silencio sepulcral. Noche de calles desiertas, de la frescura de los montes, de un viento errabundo, hondo, que al espíritu alertaba.

 

83. UN CAMPESINO

Un campesino ha ido en busca de su ganado, desde la lejanía se lo observa, luego regresa con el ¡siga! ¡siga! Corriendo con su enorme sombrero pirí amarillento, con su camisa de botones y mangas largas, con el pantalón hasta los tobillos, que ya deja lugar al pynandí del hombre del campo.

 

84. LLUVIA EN EL CAMPO

El largo tape po’í se extiende unos kilómetros, recorriendo mandiocales, maizales, islas de bosques, terrenos de maleza, pastos, lagunas, todo, bajo el cielo gris que ve pasar a unas oscuras nubes. El viento ya habla con más fuerza, estirando las cabelleras de los cocoteros. Caen las primeras gotas, el cielo llora su tristeza...

 

85. NOVIEMBRE  COLEGIAL

Terminaban los exámenes, y un grupo de compañeros de colegio salían alegres de los sepulcrales pasillos de noviembre del colegio. Bajaban unas calles, y pescaban alguna camioneta que los llevara hacia el centro de Asunción. Luego llegaban a la costa del río, allí donde unos viejos cañones apuntaban hacia alguna lejana selva del otro lado de las aguas. Unas botellas de vino sangraban en la roja tarde que caía. Las rústicas casitas de chapa, madera y cartón se oscurecían lentamente alrededor de las primeras lámparas encendidas. Y todo en lejanía, el río, las selvas de la otra costa, las casitas de chapa, los recuerdos, los sentimientos, las tristezas... Noel se acostaba y soñaba sobre el pasto, mientras sus amigos y amigas hacían girar una botella de preguntas embriagadas.  

 

86. LLUVIA EN LA CIUDAD

Cae la lluvia sobre la ciudad. Un tono triste lleva los surcos de agua por el asfalto azul, arrastrando a su paso bolsitas de hule, cerillos, hojas de árboles secas... Un cielo oscuro y sublime se muestra entre los monstruos de cemento, grisáceos edificios que dormitan en su sólida muerte...  

 

87. DIA DE DICIEMBRE

 Acostado sobre una cama de tejido de piolas, observaba a un cielo profundo que ya mostraba a la curva figura de la luna y a las primeras estrellas. Era Diciembre, el canto de las cigarras llenaba la tristeza del crepúsculo...

 El mundo, la vida, se mueve aunque uno no lo haga, y así, no hace falta actuar para que las cosas cambien; de aquí que el alma contemplativa pueda ser mas despierta y sagaz que una que llena el día con tareas y preocupaciones.

 

88. MUERTE, VIDA, Y ESCRITURA

Alguno que escriba la tristeza de los nubarrones, la lejanía de los campos yermos, la imprecisa hondura de los bosques, o la muerte que palpita en cada ser que nace... Alguno que escriba y que sienta en las palabras y el viento, viene siempre a pisar descalzo las hojas secas y tristes del mundo que siempre mientras vive, en lo mas sublime y espiritual de su ser, también muere...

 

89. ARROYO

Un calmado arroyuelo va bajando desde los pies del Ybytyrusu, lleva el murmullo de las selvas vírgenes a su paso, ¿quién sabe hacia qué lejano paraje se esparcirán sus aguas? ¿quién sabe quien lo espera desde siempre? ¿dónde va el arroyo tranquilo, melodioso, y ya taciturno?

 

90. CAMINANDO POR VILLARRICA

 Caía la tarde en Villarrica, Noel salía a caminar buscando el tono de su espíritu en la contemplación de las calles tranquilas, aun recorridas por los legendarios “carumbes”, o por personas de semblante sereno. Y el Ybytyrusu, el gran símbolo espiritual que a toda la ciudad hermanaba, siempre imponía su enorme alma de misterio...

 

91. CALLES DE ASUNCIÓN

La gente llena las calles, hay un calor infernal. Algunos traen sus compras y hablan, otros miran como energúmenos, otros apurados, con sus corbatas y maletines.

 Sobre el asfalto azul un árbol quiebra sus ramajes, pasa algún ómnibus que remueve sus hojas, o algún viento cálido que no se distingue ya del humo de los automóviles o del tufo de tantos animales afanados.

 

92. SIESTA EN EL CAMPO

Estar sin hacer nada, sin querer nada, sin hastiarse de nada ¿QuÉ tan dificil puese ser lograr esto? La siesta del campo no solo es triste, es sepulcral, y es sublime. Un calor bochornoso quema a la tierra labrada, pero el sol tambiÉn vigoriza a la rica espesura de los árboles de los alrededores. Y mientras, un tenue viento regala una fresca caricia, pareciera desde las altas cumbres del cerro.

 

* 2006.

 

93. ESPERANDO LA LLUVIA

La siesta duerme, ya hace tiempo que no llueve. Los tajamares y manantiales están secos, los arroyos están flacos y taciturnos, la tierra esta dura y ardiente, los pastos agonizantes... Entre los árboles, las cigarras cantan su eterna melodía estival, pero, ¿cuándo vendrá la lluvia? Ahora solo susurra el viento norte entre la espesura verde y los fuertes rayos del sol...

 

94. EN EL CAMPO

La tierra seca y polvorienta conduce hacia los ranchos del valle; lejanía de montes y campos pintan el austero paisaje; y el viento va trayendo el acre aroma de las selvas apartadas...

 

95. PAISAJE

El cielo esta abierto, tranquilo, pintado por albas nubes. A lo lejos, el pequeño bosque, lleno de árboles “ybyra ju”; y frente al bosque, en un campo abierto, tristes cocoteros yacen esparcidos.

 

96. CASITA

Esta ahí la vieja casita de paja, las malezas ya la han invadido, esta ahí, muriendo en su desolación, en su soledad repleta de dejadez.

 

97. HOJAS SECAS

Caen ya las hojas secas del árbol inmenso y silencioso, caen ya las hojas secas sobre nuestra muerte… ahora esperamos al viento que lleve nuestros afanes como cenizas, y que por fin descansemos entonces...

 

98. UN MENDIGO EN LA CALLE

En las sombras de una ciudad había un mendigo que se acurrucaba; su acre olor a caña se adueñaba del rincón de miseria; gateó unos pasos y abrió la boca, llegó un espasmo, se sentó de nuevo; quedó algo lánguido, pero mas relajado, y dijo: Aquí tienes vida, un regalo para ti que todo lo aprovechas; apuesto a que te mantienes con este tipo de alimento. ¡Je! ¡Je! Que tal una siesta en este piso de reyes?

 

99. EN EL CAMPO

Un vasto silencio llena todo el campo. Solo se asoman tenuemente, allá el quejido de algún rumiante, o allá el ronco sonido de un automóvil. El sol va acurrucándose tras la lejanía poblada de bosques; el triste canto de las ranas del estero despide a los últimos rayos.

 

100. VILLARRICA

Lo dijo Ortiz Guerrero en su poesía “Suma de Bienes”: “¡Voy! ¿Dónde? Voy al valle donde duerme el alma del silencio”. Lo dijo en el tiempo en que estando enfermo abandonó Asunción, para aislarse definitivamente en su rancho de Villarrica.

 

101. AMANECER DE ASUNCIÓN

Callada y despacio, la vieja ciudad empieza ya a desperezarse, pronto expandirá de nuevo su grito de eterna insatisfacción... despacio, callada, despierta Asunción.

 

102. FILÓSOFO

Tenía perdida la mirada en alguna lontananza del río, o quizá en algún pensar abismal. Luego de un tiempo dio media vuelta y volvió hacia la ciudad, tenía que seguir pensando en los grandes filósofos, el gozo mas grande de su vida.

 

103. AMANECER URBANO

Amanece, el sol sube despacio la cuesta de su resplandor, la ciudad empieza a desperezarse, entre el rugido de algunos autos o el caminar solitario de algún obrero por las veredas silenciosas. La ciudad de la lucha, de los inmensos afanes, de nuevo enarbola su bandera de guerra y camina al filo del abismo...

 ¿Nos unirá a ella un verso? ¿Nos unirá con las verdes plazas y los oscuros edificios, con la basura y los mendigos, con el humo y los perros?

 

104. AMANECER DE ASUNCIÓN

Duermen las viejas calles asunceñas, con su colorete de modernidad; las sombras aun llenan los rincones silenciosos que de poco se retiran al asomarse desde lejos el sol y el bullicioso afán de la muchedumbre. Un adusto “trabajador de la basura” sobre las gradas de un comercio de cortinas cerradas, ha quedado sumido en su extraña interioridad.

 

105. EN EL VIEJO RANCHO

Han pasado dos años, pero el cielo del valle sigue siendo tan azul e inalcanzable, y las nubes como siempre, indiferentes, haciendo y deshaciendo extrañas figuras en lo alto. La casita sigue en silencio, solo se oye el murmullo del follaje de los árboles del pequeño bosque a su costado; ya no esta la montaña de paja que mi viejo amigo había puesto en la esquina del rancho; tampoco esta la guitarra, ni el asado, ni los amigos, ni el vino, tampoco están mis afanes; todo lo llevó el viento, solo el silencio ha quedado intacto, silencio de chacras de tristeza, y de bosques solitarios...

 

106. UN HORNERO

En el bosquecillo de los árboles tristes y de la hojarasca seca ha anidado un hornero en uno de los gruesos ramajes oscurecidos; a veces sale del nido, llevando el vuelo hacia las cercanías, luego retorna sobre su anterior trayectoria, trayendo en el pico algunas extraña carga que la introduce en el nido. Luego de un tiempo solo se escucha su canto como si despidiera al día, junto al frío viento y al cielo profundo y gris del crepúsculo.

 

107. CAMINANDO POR EL CAMPO

Sus pies no acostumbrados a andar descalzos a veces pisaban espinas, entonces paraba un momento la marcha para  quitárselas como podía. Luego continuaba intermitentemente hasta encontrar alguna sombra al costado del arroyo, allí se tumbaba sobre el pasto, y se perdía en el lento paso de las nubes que iban formando y disolviendo las más jocosas imágenes.

 

108. SEMILLAS

El campo silencioso, como apartado del mundo, como rincón lejano que se ha escapado del bullicio de las ciudades… en el campo sereno esta una semilla, en la ciudad muerta esta otra, y ya la cosecha nos da palabras y conocimientos…

 

109. LA CASITA DE LA ANCIANA

La vieja casita de paja albergaba a la anciana solitaria, que cada vez que Noel ascendía el largo camino de arena que llegaba de la ruta asfaltada, lo saludaba con una sonrisa y con el lánguido brazo en alto. Por el solitario ranchito recorrían algunas pocas gallinas, también había una vaca junto a su crío.

 Cierto día que Noel retornaba de la bulliciosa ciudad, la anciana lo invitó a pasar. Dentro de su pequeña choza albergaba la imagen de santa Librada, adornada pomposamente, como si estuviera apunto de salir a una procesión. La anciana le comentó que esa imagen era su máximo tesoro, que ningún dinero del mundo podría comprarlo, mientras miraba a la santa con un aire de satisfacción que pareciera rejuvenecer aquel rostro envejecido.

 

110. PAISAJE

Los campos son solitarios, ningún alma se ve por los tape po´i de la chacra cuando es domingo, solo se divisa la melancólica lejanía azul del Ybytyrusu.

 

111. CIUDAD

A la vieja ciudad sombría aun le queda un misterio rebosante, y ya llegan las palabras muertas a tratar de quitar tal sabia de sus huesos de cemento.

 

 

* 2007.

 

112. BOSQUECITO

Un largo sendero arenoso nos conduce hacia el interior de un pequeño bosque, allí, la sombra melancólica de los árboles, junto a los melódicos gorjeos de los “guyrá”, nos llevan a una especie de hogar olvidado...

 

113. ARBOL SECO

Un árbol seco es perfectamente serio, es como un anciano que medita en toda una vida ya vivida, es como un preguntar insistente a la muerte, por la vida…

 

114. ABRIL DEL 2004

Cuando llegaron al rancho de Luis Amarilla, este estaba aun a medio terminar, le faltaban las puertas y las ventanas, y la parte de arriba del techo de paja estaba descubierto; sin embargo Noel solo bajó su mochila, y miro hacia la lejanía del Ybytyrusu, y dijo: "yo me quedo aquí". Era como si toda su vida había caminado para llegar hasta ahí.  "Esto es el paraíso" se dijo, y se sentó como para siempre a contemplar al silencio…

 

115. UNA MADRUGADA EN LA COLONIA

Eran como las cinco de la mañana, en lo alto las estrellas destilaban aun todo su resplandor; el clima de grados bajo cero no invitaba a levantarse de la cama, y menos aun a caminar. Pero la voluntad de estos hombres no estaba solo para sobrevivir agradablemente, sino para cumplir con aquello que no era un simple principio, sino que era la vida misma que se conmovía y que entre el barro de la miseria caminaba.

 El cielo estaba poblado de oscuras nubes grises, mientras los árboles realizaban una extraña danza con el viento. En un principio, uno de ellos iba con los pies descalzos, mientras el otro lo hacía con un calzado deportivo; pero el rocío que había caído y que aun se podía sentir había bañado con una capa espesa de agua al pasto y a todas las plantas, de modo que el calzado se fue haciendo incómodo poco a poco. De ahí que luego de un tiempo tuvo que quitárselo, y pisar la tierra humedecida y el pasto casi congelado. Los pies del hombre ardían a pesar de lo frío del piso, en efecto, los polos se encontraban una vez más, ¿y acaso no sucede lo mismo con otros fenómenos de la vida? Pero había que seguir, a pesar del sufrimiento, a pesar del miedo a seguir sufriendo, pues la vida se desbordaba, y enseñaba, enseñaba al hombre a conocerla.

 

116. CIUDAD Y PENSAMIENTO

Las calles desiertas de la ciudad podrida, y la lejanía del río inocente, son los impulsos de un pensamiento que busca saltar… y empezar desde esta historia… a pensar.

 

117. CIUDAD MUERTA

La ciudad muerta respira su fatal enfermedad: el mismo aliento de las cosas, que ha pintado sobre lo macabro juegos de luces y espectáculos; es el tétrico circo que impide que divisemos tan solo un momento nuestra propia fealdad.

 

118. ESPERANDO

Un hombre esperaba el bus que lo llevaría por los campos, por los desiertos parajes poblados de naturaleza. El hombre aguardaba y miraba el grisáceo cielo de otoño, y se decía a sí mismo: ah, mi alma es tan tétrica como el cielo, mi alma es como este mundo en ruinas, mi alma es como la vida, un padecer que en un instante, en solo un suspiro, se hace sublime…

 

119. NOCHE MARAVILLOSA

A lo lejos brillaban las luces del alumbrado público de la ruta 8. Como luciérnagas se veía bajear a los automóviles desde un lugar que estaba mas allá de una amplia estepa oscurecida. Aquella lejanía contrastaba con la cercanía de las cosas en la casa, los árboles que apenas movían sus hojas sombrías, el apagado camino de tierra a un costado, la verdoza botella de vino, la silla vieja, el observador mismo, el mundo… tan patente como una nada.

 

120. MOTO Y MADRUGADA

Aquella vieja moto no arrancaba, una y otra vez la empujábamos hacia arriba por el tapé po´í, para después soltarla hacia el bajo, pero nada, solo se limitaba a un tenue ronquido que enseguida terminaba. Eran como las tres de la mañana, con la patada de la moto rota, con un motor congelado, y con unos perros que desde lejos no paraban de ladrar. En lo alto las estrellas brillaban como si las ciudades no existieran, como si la modernidad nunca hubiera llegado, como si esta moto destartalada no fuera mas que un meteorito caído del cielo. Pero la moto por fin arrancó, y llenó con su ronroneo todo el valle, hasta la desolación de la más lejana chacra durmiente.

 A la moto, una porquería de moto que luego volvió a paralizarse esta vez en la ruta, la volvimos a empujar, y volvió a arrancar. Fuimos a devolverle la moto al dueño, a quien encontramos tirado en la vereda de su casa, borracho. Y ya le inventamos el dicho, para tal moto, tal borracho.   

 

121. EL RANCHO DEL FILÓSOFO

Un joven silencioso, que al caer la tarde se retiraba a un paraje boscoso a rezar, cierta vez se decidió a hacer una choza en medio de la desolación. Con el pasar del tiempo todos en la compañía se preguntaban cuál fue la razón para hacer tal obra. Nadie podía responder con certeza, pero lo cierto es que el rancho queda un largo tiempo sin puertas ni ventanas, y con un claro en la parte más alta del techo. ¿Pero para qué lo había hecho? Por entonces apareció por la compañía un hombre excéntrico, algunos decían que era un poeta, otros que era un pensador, otros que tal vez era una especie de delincuente que buscaba hacer de las suyas, también hubo alguno que dijo que era un enfermo en busca de salud. Lo cierto era que tal personaje era amigo de aquel loco que construyo el rancho en medio del bosque. Sucedió entonces que el forastero al visitar por primera vez el rancho bajo su mochila repleta de libros y dijo: “Aquí yo me quedo, desde siempre he caminado para llegar hasta aquí.” El amigo se comprometió con el constructor de la obra, mando construir las puertas y ventanas que faltaban, también la parte del techo que había quedado abierta. Desde entonces retornaba a aquel lugar siempre que podía, lo lleno de los sonidos de su guitarra, de sus pensamientos y de su contemplación. Luego de un tiempo los campesinos le dieron su nombre al lugar: “el rancho del filósofo.”

 

122. CALOR PARAGUAYO

Un calor agobiante castiga a la ciudad, en especial a algunos fastidiados hombres trajeados que deben sufrir a la incómoda moda de unos lugares que ni se acercan al infierno veraniego paraguayo, y esto, por más que ahora estemos en primavera. ¿Pero cuál sería la moda ejecutiva paraguaya? no sé, pero no estaría mal poder hacer negocios con pantalones cortos y una camisa liviana. También están los lavadores callejeros de autos, sus armas defensivas son una bombilla, una guampa con yerba mate, y una jarra cargada con agua fresca de remedios de yuyo. Corren estos condenados a alimentarse, entre las brasas del sol y un asfalto que arde hasta casi volver al estado líquido; ah, ¿será que el asfalto tampoco fue hecho para este condenado país? En cualquier caso estamos acostumbrados; tráiganme aquí un tereré refrescante y un siesta tranquila bajo la sombra de un árbol, y el Paraguay será otra vez la tierra prometida.

 

123. DICIEMBRE EN EL CAMPO

Es diciembre, un silencio sepulcral llena el campo; las aves entonan sus cantos, y el viento pasa zumbando entre los ramajes de los árboles tristes; a lo lejos, el sol resplandece en el cristal líquido de un tajamar; y también, dibujadas en el horizonte, donde unos postes de cemento marcan el final de la estancia, unas vacas pastan en la serenidad.

 

 

* 2008.

 

124. BOSQUE Y TRISTEZA

En la profundidad de un vy’a’ÿ se abrió el ka’aguy po’i como un paraíso, el mba’asy se hizo riqueza, y la naturaleza peteï jopói.

 

125. FINALES DE DICIEMBRE DEL 2007

Día Primero

Cuando el sol aun estaba muy alto, Juan salió de su casa con unas tres mochilas a cuestas, más también llevaba consigo profundos sentimientos, y numerosos pensamientos que rumiar. Cargó un poco de agua al auto, y se dispuso ya a partir rumbo hacia el campo. Un amigo de Juan, Vicente, proveniente de  Villarrica, pero que estudiaba en Asunción, le había pedido que lo esperase para hacer el viaje. Pero Vicente no aparecía, Juan eligió entonces una esquina para esperarlo, mientras escuchaba  a Bach, en la única emisora de música clásica de Asunción.  Juan observaba contemplativamente como se entrecruzaban las personas entre si como laboriosas hormigas. Niños, jóvenes, adultos, ancianos, ricos, pobres,  todos comprando para fin de año.

 En la mañana había caído una lluvia, de modo que el asfalto y las veredas estaban aun mojados, dando un tinte lúgubre al paisaje, y eso, a pesar de que el sol ya bañaba el centro de la ciudad con sus potentes rayos. Juan observaba aquello como a una obra teatral, inmerso en su contemplación,  desde su automóvil de vidrios oscurecidos y aire templado. Al momento algo le quitó de su ensimismamiento, era su amigo que caminaba esquivándose de la gente; ensayo unos cuatro bocinasos, hasta que Vicente se dio cuenta y caminó hacia el auto. Ni bien Vicente se adentró al auto le dijo a Juan:

- Juan, quisiera pedirte otro favor, aquí cerca de la avenida Colón necesito retirar unos papeles, si es posible antes de viajar.

- Si, ¿cuál es la dirección?- Preguntó Juan.

- Madrid casi Lisboa- Respondió Vicente.

- Perfecto, hagamos un pequeño viaje a Europa- Dijo Juan dibujando en su rostro una leve sonriza. 

 Al recorrer cerca de diez cuadras, empezó caer de nuevo la lluvia. El hecho de no encontrar la dirección, junto a un extraño ruido que hacía el limpiaparabrisas empezó a fastidiar a Juan. Toda la sublimidad de Bach era opacada por un extraño crujido. Luego de preguntar primero a un mecánico, y después a un bolichero, encontraron el lugar. Juan se quedo dentro del auto esperando, ubicó la máquina un poco delante de la casa, sin apagar el motor. Vicente otra vez se retrasaba, al poco tiempo apareció una ambulancia frente a la casa en donde estaba Vicente, unos enfermeros empezaron a moverse, entraron en la casa de al lado. Juan ya empezaba a perder la paciencia, seguía lloviendo, y Vicente no regresaba; no simpatizaba con la idea de que la noche lo agarre con la ruta resbaladiza; retrocedió el auto, lo puso tras la ambulancia, he hizo escuchar en la cuadra un largo bocinazo. La siesta del barrio Sajonia se lleno de una queja cruda, mientras los árboles oscurecidos lloraban. Al momento salió Vicente por el costado de la casa, venía acompañado de una pequeña muchacha con la que conversaba nerviosamente. Juan se dijo a sí mismo:  "¿Qué es esto? ¿una pelicula surrealista? No me dijo que iba venir a ver a una empleadita".

 Vicente subió al auto, tenía la frente sudada, empezó a hablar sobre lo que se le cruzaba en la cabeza; Juan empezó a tranquilizarse, ya había dejado de llover, y Bach reinaba sin disputa de nuevo en sus oídos. Las palabras de Vicente las podía acoplar bien al sonido trágico de la música bachiana.  

 Luego de tales correrías se pusieron ya rumbo hacia Villarrica. Pararon en una estación de servicios sobre la avenida Eusebio Ayala; cargaron gasoil, agua, y calibraron las ruedas. El viaje a Villarrica, a pesar de la costumbre, siempre era largo.  La música de Bach solo duró hasta Ypacarai, a partir de ahí tuvieron que conformarse con cachaca, cumbia, reguetón, pero también con la  noble música paraguaya.     Antes de llegar al cruce de Piribebuy, Juan estacionó a un costado para descargar la vejiga, observó a su alrededor, el viento zumbaba entre las ramas de los altos eucaliptos, una extensa pradera verde se extendía hasta la lejanía, y no se divisaba ningún ser humano, ni siquiera una casa, el silencio era claro, solo armonizado con el paso de los autos que arribaban la pendiente de la ruta, y con la pequeño ruido del compresor del aire acondicionado. Subieron de nuevo al auto, Juan se adelantó a un camión que trabajosamente venía arribando la ruta, y que descargó su ira con un bocinazo que llego hasta Ciudad del Este. 

 Antes de llegar a Itacurubi de la Cordillera, apareció al costado de la ruta la imagen de la media res de un caballo que tenía las piernas traseras abiertas, apuntando hacia el cielo, mientras unos cuervos le destripaban el vientre. Al pasar el auto los negros carroñeros se apartaron del cadáver mutilado. Era solo un caballo muerto, pero en esta imagen toda la naturaleza hablaba, enseñaba como siempre lo hace, en el hecho más insignificante inclusive. Es la naturaleza, el teatro de guerras sin tregua, que en última instancia buscan la nada.

 Al llegar a Coronel Oviedo, Juan paró en una estación de servicios, aprovechó para entrar al baño, y compró dos latitas de cerveza. Empezó a manejar más despacio. Subió un poco el volumen, buscando siempre la sintonía de radios con música paraguaya. A Vicente pareció afectarle algo la cerveza, pues empezó a emitir un rosario de agradecimientos a Juan, mientras que éste se concentraba en devolverlos, tal como se hace con la pelotita en un partido de ping pong.

 A medida que avanzaban, el Ybytyrusu se revelaba de a poco como un animal enorme, su belleza conmovía a Juan como siempre lo había hecho, desprendiéndolo de los asuntos cotidianos, y proyectándolo hacia un conocimiento sublime, que sanaba al cuerpo y al alma. En momentos como ése, el gozo elevado de la contemplación de la naturaleza se sobreponía sobre el natural temperamento melancólico de Juan, se sentía renacer en aquella situación límite.

 Al llegar a Villarrica, decidieron pasar por el centro de la ciudad, visitar a unas chicas del lugar, y beber un poco mas de cerveza. La ciudad estaba cambiando, estaba dejando de ser aquel pueblito amable de antes, para ponerse a tono también con el consumismo mundial. Un caos de letreros publicitarios llenaba a la estrecha avenida principal, entre motos, autos, y personas que circulaban aun lentamente, a ese ritmo de pueblo que Juan siempre valoraba.

 Ya había caído la noche, cuando llegaron a la casa de las chicas, las dos ya estaban sentadas en la vereda de la casa. Una de ellas era la novia de Vicente, en tanto que su hermana era una especie de amiga-novia de Juan, ya que este nunca estaba demasiado tiempo por la ciudad. Pidieron más cerveza, y Juan bajo su guitarra del auto, y estuvieron cerca de dos horas en el lugar, guitarreando, bebiendo, y estando con las chicas. Luego se levantaron  y fueron todos hasta la casa de Vicente, que quedaba en las afueras de la ciudad; al pasar por un autoservice compraron dos kilos de chorizo para la cena. Cena, por decirlo así, pues comieron los chorizos a las tres de la mañana. En fin, se fue el placer y llegó el sueño.

Día Segundo

Cerca del mediodía Juan se despidió de su novia con infinitas promesas de amor. Se dirigió hacia tierra adentro, ahí donde ya solo queda un desierto, porque los jóvenes campesinos buscan afanosamente la ciudad, dejando a su paso solo el silencio y la tranquilidad. El campo solitario, los bosquecillos fragantes, las chacras abandonadas, los arroyos melodiosos, los arandú ka’aty del lugar, todo ello llamaba desde la lejanía al alma de Juan, y él respondía a aquel llamado, viajando gozoso hasta el campo. 

 Como en aquel día hacía mucho calor, Juan decidió, antes de llegar a su destino final, pasar por la casa  de un amigo en la que había dejado anteriormente un ventilador de pie. El camino de arena aun estaba humedecido por la lluvia que había caído en las primeras horas de la mañana, de modo que Juan dirigía cautelosamente el automóvil. Extraño era el paisaje que se divisaba desde afuera, con un auto bordó de vidrios oscuros, abriéndose brecha en el camino de barro, entre los altos cocoteros impasibles y un sol que ya se mostraba en toda su plenitud. Al llegar a la casa de su amigo, vió a éste que estaba mango guýpe (bajo el mango) tomando todavía tereré. Juan llegó al lugar, su amigo le invitó a comer antes de partir de nuevo. El silencio que percibía en la casa de su amigo era insondable, el viento norte removía despacio las plantas de la casa y las ramas de los árboles. Juan bajó su guitarra, y mandaron traer un poco de vino para acompañar el almuerzo. Ya el caer la tarde Juan subió la guitarra y el ventilador al auto, para continuar asi su camino hacia la casa de unos arandu Ka’aty (sabios del campo) amigos.

 Al llegar a un cruce de caminos Juan giró hacia la derecha, la cola del auto se le fue hacia un costado, Juan giro el volante hacia el costado contrario, pero las ruedas traseras siguieron deslizándose, el auto hizo un medio trompo, pero al final pudo salir del barro. Juan respiró aliviado, mientras unos campesinos se sonrieron medio asombrados en una de las casas de la esquina.

 Luego de un momento llegó a la casa de sus amigos; no se percibía ningún movimiento de gente en el rancho, sin embargo las puertas de la casa estaban abiertas. Juan bajó del auto y abrió la tranquera, lentamente pasó como una víbora gigante por el pastizal de la casa, hasta llegar al fondo, en donde ubicó el auto bajo unos árboles tupidos. Bajó sus mochilas, la guitarra, y el ventilador; ubicó todo sobre una meza ubicada en el amplio corredor propio de todas las casas del campo. El ka’aguy’í (bosquecillo) que estaba en frente ya había empezado a oscurecerse, y en él las cigarras ya empezaban a ensayar sus trémolos que inundaban a todo el lugar. Al momento aparecieron los dos perros de la casa moviendo animadamente sus colas, era la señal de que alguno de los dueños de casa estaba ya por ahí, y en efecto, subiendo la cuesta del camino de arena venía Sebastián, con su equipo de cañas de pescar a un lado de su espalda, y en una de sus manos un gancho con la pesca del día. Al llegar Sebastián exclamo: -Joooo… Juan, reju piko? (Juan, viniste?)- Luego de una conversación protocolar Sebastián invitó a Juan a que se acomode en una de las habitaciones que siempre utilizaba en sus visitas. Lentamente fue arreglando sus cosas, mientras caía ya la noche. De una de sus mochilas extrajo una computadora portátil, la encendió, y la luz del monitor brillo en la oscuridad como si algun póra (habitante, fantasma, espíritu) se hubiese aparecido en el lugar.

 Al poco tiempo fueron llegando Felipe e Ignacio, acompañados por Soraida, la sobrina de los arandu ka’aty. En la penumbra del campo, a la luz del ñasaindy (luz de la Luna) compartían todos las ocurrencias y relatos jocosos de aquellos hombres del campo, que destilaban en sus palabras, como salidas de los montes profundos, tanto la tragedia como la comedia incesante de la vida humana.

 En la penumbra, Juan buscaba constantemente los brillantes ojos de Soraida, que tampoco desprendía sus miradas del arribeño. Una vez terminada la cena, Juan quitó una silla afuera, y la apoyo contra uno de los horcones del corredor del rancho. El cielo estaba abierto en toda su inmensidad, como un río de estrellas que se perdía en los oscuros horizontes de los montes lejanos. Atrás de Juan, metidos en el corredor, sus amigos continuaban  los comentarios sobre sus observaciones de la naturaleza.

Día Tercero

 Al día siguiente, al levantarse, Juan encontró a sus amigos en el corredor del rancho aun en penumbras, bebiendo ya el mate e intercambiando comentarios. El lugar, cercano a las colinas de la cordillera del Ybytyrusu gozaba aun de una tupida vegetación. Allí se decía se había gestado el grupo revolucionario 14 de Mayo en tiempos de Stroessner, y según contaban, huyendo de los policías y militares sus integrantes se refugiaron en las inexpugnables selvas del Ybytyrusu. Ignacio, el mayor de los tres era el que mejores anécdotas tenía, pudo vivir hasta los dieciocho años al lado de su padre, un arandú ka’aty que le transmitió no solo casi todos sus conocimientos, sino también casi todos sus recuerdos. Le relató a Juan como en una siesta el guitarrista guaireño Carlos Talavera, se pegó un tiro acostado en un catre, y mirando al sol a través de un parral.

 Al correr el día Juan se dedicó unas horas a escribir en su computadora y a leer los libros que había traído. El silencio campesino, armonizado por el canto de las aves o por la queja de alguna vaca, era inquebrantable en aquel lugar. Luego decidió ir a caminar por el ka’aguy po’í, por donde rumiaría sus pensamientos y experiencias en esas constantes idas y vueltas que hacía por las picadas desoladas del bosquecito.

 Al regresar, luego del tereré, Soraida sirvió el almuerzo. Durante la siesta Juan tenía la mirada perdida hacia el horizonte del Ybytytusu; en unas horas mas partiría de nuevo.

 

Ya de regreso, al entrar a la ciudad de Fernando de la Mora, por la avenida Mariscal López, la emisora de música clásica empezó vivir, Juan se dijo a sí mismo: “Bienvenido a Asunción”. Empezó a manejar mas despacio, la música le invitaba a la contemplación.

 

126. LOS HELMAN

Don Romualdo Helman mascaba tranquilo el naco, como si esto le permitiera recordar mejor aquello por lo que le preguntaban. Sus palabras eran tranquilas, como el tenue viento que bajaba fresco de los bosques del cerro. – Mi abuelo emigró con sus padres de la Argentina, donde a su vez habían parado, huyendo de la persecución nazi a los judíos de Alemania. El estado paraguayo de aquel entonces le había facilitado la compra de grandes extensiones de tierra en la zona de Ybycu’í, en donde los Helman y los Feltes tenían pensado instalar un ingenio azucarero. Planeaban la posibilidad de que el ferrocarril se extendiera desde Sapucai hasta el lugar de la industria. Sin embargo, camino al Paraguay, en una penosa travesía a caballo y carreta,  mi bisabuelo murió de una extraña enfermedad en las costas de Corrientes. Tal golpe no pudo ser asimilado por la familia, que una vez llegada al Paraguay cayó en la más profunda apatía, casi rayana ya a la indiferencia hacia el mundo. ¿Qué perdieron los Helman con la muerte de aquel patriarca? Creo que perdieron la mística, la mirada visionaria. Dejaron de mirar hacia arriba, y se fijaron en lo mas bajo de la naturaleza humana; cayeron en la miseria moral y económica; dejaron de ser “Hell”-“Mann”,  “hombre de luz”.

 

127. MEDIADOS DE ENERO DEL 2008

Día Primero

Cruzó el asfalto ardiente de la calle Paraguari como si fuera una especie de bestia de carga, con una mochila a sus espaldas, dos bolsones colgantes, una a cada lado del hombro, y luego, en una mano una guitarra vieja, y en la otra una botellita de agua para sofocar el intenso calor. El viaje hasta Villarrica fue tranquilo, en un ritmo que pareciera se hacía mas rápido debido ya a la costumbre. Al llegar a la casa de Vicente, éste ya lo estaba esperando en su portón, en la altura elevada de su casa, a unos dos metros de la calle. Como no estaba el vecino que prestaba a Juan el estacionamiento de su casa, decidió dejar el auto en la calle hasta que regresara. Los dos amigos se sentaron, Vicente tenía una jarra de tereré en su costado, y en su regazo su infaltable guitarra. Así, la tarde fue perdiendo su esplendor ante el sublime crepúsculo que caía al son de los más encumbrados temas de Agustín Barrios “Mangoré”. Luego de unas horas notaron que el vecino ya había vuelto; luego de conseguir el permiso, Juan fue introduciendo lentamente el automóvil que relucía tenuemente bajo la tupida parralera de la casa. Luego de cerrar el auto, el dueño de casa invito a Juan a sentarse. Juan tenía la mirada perdida hacia la lejanía del campanario de la iglesia Santa Lucía, estaba suelto y tranquilo, como si el  viento “norte piro’y” del anochecer se llevará toda imagen y toda preocupación de su conciencia. Solo tenía aquello, el patio oscurecido y silencioso, la iglesia que se erigía enorme casi frente a la casa, y el vecino que alababa la tranquilidad del barrio. Al momento apareció Vicente algo agitado con un mensaje: las chicas ya llegaron. ¡Ah las chicas! El experimento de la vida abría sus puertas ahora hacia las chicas, jóvenes y lozanas, risueñas, dispuestas para el juego nocturno de lo cuerpos. 

Día Segundo

 Al amanecer Juan salió hacia el patio a respirar. El viento hablaba despacio entre los altos ramajes de los árboles, mientras los gallos desde todas partes ensayaban sus cantos, que a Juan le parecían melancólicos y sublimes. ¿Pero porqué Juan parecía conocer algo ahí donde casi nadie prestaba la menor atención? Cuando niño, un tío suyo lo observaba con constancia, cada cierto tiempo lo veía dejar sus juguetes y perderse en sus extrañas contemplaciones interiores. Al tío aquello siempre le parecía curioso. Pero ya había pasado el tiempo, Juan ya no era el niño de antes, pero aun leía como un niño los símbolos de su interior, ya reflejados también en toda la naturaleza.

 Luego del almuerzo Juan se despidió de sus amigos y dirigió de nuevo sus rumbos hacia las compañías, ahí donde la naturaleza aun habla al oído, ahí donde lo primitivo y fundamental del modo de vida nos remonta con claridad hacia la naturaleza humana.

 Dejando la ruta se adentro por un camino de tierra, culebreando entre las depresiones del terreno. Llegó al rancho de uno de sus amigos, que ni bien lo vió fue a abrir  la tranquera para que pasara el auto. Ni bien bajó del auto, luego de colocarlo bajo uno de los inmensos árboles del lugar, vio a los dos perros de la casa moviendo las colas, como si efectivamente fueran dos medidores descontrolados del entusiasmo de los perros.

 Juan llegó al corredor de paja, se sentó y bajo sus bultos sobre la meza.  Frente a él se abría la espesura del pequeño bosque, árboles y malezas que caprichosamente se ubicaban al otro lado del cerco de alambres de púa. Se escuchaba también desbordar a la vida, innumerables pájaros revoloteando y cantando. El aroma espeso y puro de los bosques llegaba con la brisa fresca de la mañana.

 El viento, Juan siempre preguntaba por el viento -¿ja reko pio viento sur hina?- el campesino le miró, salió al patio, arrancó unas hojitas de una planta que tenía a mano, las dejo caer en el espacio, y afirmó: - ha, o’rremolineá hina-. El viento no se había decidido.

Día Tercero

Luego del descanso, la reflexión, y la contemplación, aun faltaba una enseñanza para que se cierre el tercer día. Ya cuando se disponía para volver, al querer arrancar el auto se dio cuenta que el tablero estaba muerto. Había un problema eléctrico; un problema que Juan ya conocía, y para el cual ya se había preparado. No sin cierto disgusto, abrió el portabultos y extrajo de ahí un cable. Hizo un puente de emergencia con el cable en la parte eléctrica del auto, y el tablero volvió a cobrar vida. Volvió a cerrar el capó, pero seguía habiendo un problema, cada cierto tiempo el motor caprichosamente paraba. Juan estaba sumido en la incertidumbre. Paso frente a un oga’í en el que estaban haciendo un carú guasú, el tablero marcó aceite y batería, y el auto no avanzaba por mas que Juan insistentemente aceleraba. Los lugareños observaban curiosos como aquella máquina roncaba ruidosamente sin avanzar demasiado en su marcha. Juan tenía todos los nervios en tensión, empezó a recordar algunas groserías que había olvidado. En fin, el auto ando cien metros y paró su marcha. Juan se bajó enojado del auto, abrió el capó y se encontró con que uno de los extremos del cable que había puesto se estaba paseando, produciendo chispazos en el otro extremo. Retiro el cable, y al volver a entrar el auto el milagro se produjo, el tablero estaba vivo y el auto pudo arrancar. Juan tomó la ruta ocho y se despidió de sus tormentos del día.

 Ya en la zona metropolitana al bajar por una de las calles del centro de la ciudad de San Lorenzo, la radio empezó a sintonizar la emisora de música clásica. Juan comenzó a manejar más despacio, y a contemplar tranquilo la interminable lucha de la voluntad consigo misma.

 

128. BUSCANDO EL HASTIO

Caminar otra vez por la senda que da la enseñanza perenne del hombre y sus miserias. Cuando Juan salió de su casa un cielo grisáceo pintaba el panorama de callados edificios y de calles ya refrescadas por el viento.  Luego de unas horas de viaje, el Ybytyrusu se abrió imponente a pesar del día nublado, dando la bienvenida anticipada a la ciudad eterna de Villarrica.

 Juan llego a la casa de su amigo. Sentado en el patio de la casa se preguntó a sí mismo: "¿Qué pasará hoy si la vida gira en torno al dolor, al hastío, y a la contemplación? ¿acaso he venido para seguir quebrantándome? ¿acaso he venido a hastiarme de la existencia? ¿acaso he venido a contemplar? Solo quiero tranquilidad, ella es el camino para el hastío, y éste me empujara a la contemplación. Ah! Hasta creo que ya escucho la sinfonía del mundo; ah, ya llega el aburrimiento, ya llega la totalidad nihilista".

 

129. CONTEMPLANDO EL YBYTYRUSU

Desde la lejanía, la cordillera del Ybytyrusu da la bienvenida, acostada ahí como un enorme animal de sueño eterno, comunica una sensación de serenidad y silencio. Las amplias praderas corren hacia los bosques y se internan en las sombras de los árboles profundos… Ya el penetrante aroma  de la verde espesura se hace camino y plenitud. Ah el viento sagrado de la montana, murmura entre las altas copas de los pinos y eucaliptos. El camino del “ser” esta en la tierra.

 

130. ASUNCIÓN

La calle es ruidosa, poblada de ronquidos de motores, de voces de gentes, de frenéticas  bocinas, es un manicomio civilizado. Cual hormigas se entrecruzan las gentes, llevando carteras, maletines, mochilas, mercancías; y adentro, míseros pensamientos, y emociones rastreras. Calle infernal, en donde apesta el humo de los motores, tanto como el sudor interminable de una ciudad que hierve todo el año. Asunción, fruta podrida, dura e infame, déjate contemplar...

 

131. PERRO ATROPELLADO

Hay un perro viejo tirado en la calle ¿a quien le importa? Solo es un mísero animal. Mas ya no es tampoco simplemente un animal, ahora tiene las tripas al aire ¿qué se podría decir? Pues, es una cosa ensangrentada arrojada al piso, quizá algo un poco mas que un vómito.

 

132. BOSQUES

El largo camino de tierra serpentea hasta perderse al horizonte, entre la espesura verde de los bosques lejanos. Pareciera que todo se ha paralizado, es que el campo se expresa en su infinita serenidad ¿será que la felicidad es la quietud? Desde lo alto, las copas de los árboles parecen responder con  el viento.

 

133. EL LOCO DEL MERCADO

Arrojado, harapiento, mugroso, yace en el piso el loco del mercado. Rumia su tabaco viejo, mientras desempolva sus amuletos desgajados. El loco piensa en su lejanía, esta poseído por su pasado, quizá ayer era un chico corriendo por los campos florecidos, quizá era un laborioso joven, quizá era solo una pregunta en el abismo, quizá…

 

134. El silencio de una siesta de muerte erige un pensamiento. Los árboles hablan con el viento de una extraña ausencia…

 A lo lejos, el Ybytyrusu contempla imponente a la vida que pasa…

 

135. En la gloria de un crepúsculo las oscuras nubes llegan desde las montañas lejanas, mientras el viento silva despacio entre las copas de los árboles conmoviendo a su paso a la quietud de los mandiocales.

 

136. El camino de tierra es tan largo como una patria, poblada en sus costados por la espesura de los árboles, ah! senda de fuga que se pierde al horizonte de una tristeza crepuscular…

 

137. En la punta del cerro se divisa un árbol solitario, en la distancia es casi solo un punto, pero es inmensamente expresivo en su estoico retraimiento, frente a un cielo azul, pintado por inmensas nubes.

 

138. Noches serenas, con el brillo de las estrellas al cielo, junto al aislado ronquido de algún automóvil surcando la ruta ocho. Noches serenas, en Santa Lucía, charlando sobre filosofía, o en la colonia 14 de Mayo, mirando pasar a la vida.

 

139.

El cielo esta cubierto de nubes, destilando tristeza por todo este mundo adolorido…

El cielo pregunta, y los árboles lújubres e impasibles responden.

 

140. El ganado va en fila hacia el estero, cruzando el camino de la hierba seca cortada por el viento. A lo lejos, como sabio inconmovible, observa el gigante Ybytyrusu.

 

141. Ya conoce la fría ciudad la pena profunda de todo lo que a-parece, conoce el viejo reclamo del hombre hacia el cielo gris, conoce a los perros vagabundos que solo añoran la basura del día y las esquinas de la noche…

 

142. El sendero arribaba entre las plantaciones de mandioca hacia un bosquecillo silencioso y mágico; el viento traspasaba el camino con un tenue murmullo entre los árboles; el maravilloso templo de la naturaleza abría sus puertas a la sensibilidad del hombre, a la música de la vida que palpita en la inteligencia.

 

143. La ciudad esta desierta, dormida en su tranquilidad aparente, mañana despertara con el trueno alborotador del deseo humano, mañana, cuando el hombre sea la ciega voluntad que se dirige hacia la nada…

 

144. La desierta campiña habla entre las copas de los árboles, habla con el triste canto de la naturaleza agonizante…

 

145. Llevé la silla de madera hacia una pendiente del terreno, como a treinta metros de mi pobre rancho. Desde ahí divise el paisaje de la lejanía: campos abiertos, árboles solitarios, animales pastando, mientras en los cultivos cercanos el viento hablaba despacio…

 

146. Frío, el viento invernal recorre la soledad de las calles tristes, se diría que no es solo el viento errabundo, es la misma historia que arma sus nudos sublimes a la par del pensamiento humano.

 

147. Un largo trecho de arena se pierde entre la espesura de los árboles, unas nubes caminan lentamente,  como indiferentes al basto cielo azul de la comarca. Un tibio viento del noreste atraviesa la soledad, y desde lo lejos llega el agudo ronquido de un camión. Todo se aquieta a pesar del devenir de este campo repleto de vida.

 

148. Ir por los caminos agrestes de arena, por los silencios de chacras y bosques, por el infinito camino del sol perdiéndose al horizonte… ir, buscando la clave, el secreto, de la vida, de la hermosa muerte…

 

149. Quieta la mañana calurosa, solo algunas palomas corretean sobre el asfalto, bajo el sol implacable. Un hombre observa mientras el tiempo se esfuma en el mar de la vida y la muerte.

 

150. La ciudad, fúnebre mar piedra, cemento y asfalto, silva en la fría soledad del domingo, silva con el viento que sube despacio del río, trayendo el mensaje del tiempo, la vida y sus ciclos, las ideas y sus dones de espíritu…

 

151. Un niño jugaba en una vieja casona de Limpio, corría en medio del laberíntico jardín de la abuela. La acre fragancia de las plantas, el canto de los pájaros desde la alta espesura de las árboles, todo ello en la maravillosa libertad de la mente de un niño entregado de lleno al conocimiento del mundo.

 

152. Como el soplido del viento, como la salida del sol, como la caída de una fruta en su madurez, escribe así, porque es el tiempo de hacerlo.

 

153. Se queja el cielo con dramáticos estruendos que acallan por un momento a la música del bosquecillo cercano, y ahora ya cae la lluvia lentamente, bañando de una sabia tristeza a la amplitud de los campos desolados.

 

154.

Mientras la ciudad se aburre en el silencio sepulcral del domingo, unos pensamientos buscan donde posarse, aletean como pájaros de las ramas de los árboles, o surcan el cielo grisaseo y triste sobre los oscuros edificios muertos.

 

155. Noviembre ha alargado la sublime tristeza de la tarde,  ahora el sol recien empieza a bajar cuando la gente abandona apresurada las oficinas del centro de la ciudad. Al salir a la calle se siente un tenue viento que sube del río y que conforta al alma en medio de tanta miseria urbana. Mientras la gente puebla las veredas en cruses sin fin de palabras, cuerpos, objetos, a los costados de la marcha interminable de nerviosos automóviles y motocicletas. Filosofía y poesía preguntan por el devenir del mundo, y a su manera esperan, y piensan...

 

156. Ha amanecido, las aves entonan sus cantos por doquier, gallinas, cerdos, perros  se agitan y corretean por el patio todavía rociado, mientras el ganado pace tranquilo en los pastizales cercanos.

 

157. Sobre un techito de hormigón que da hacia el ventiluz han crecido unos helechos, y ahora puedo ver desde mi cama sus sombras en la ventana de cristal, moviéndose con el viento, como si fueran bellas ideas platónicas, acaso inmersas al mismo tiempo en el dinamismo del mundo...

 

158. AMANECER DE VILLARRICA

Desde todas partes la gente arriba hacia la ciudad, hombres con sus picos y palas, mujeres con sus bolsones repletos de productos del campo, así, la ciudad despierta de a poco, a mitad de camino aun, entre pueblo y ciudad cosmopolita, entre la serenidad y la angustia.

 

159. AGOSTO DEL 2008

Noel subió al colectivo que iba hacia Ciudad del Este, estaba repleto de campesinos, con sus kepis y sombreros, con sus bultos y sus niños callados, encontró un asiento al lado de un hombre que tenía totalmente abierta la ventanilla, dejando pasar una correntada de aire que aliviaba  el  calor. Al superar el omnibus la ciudad de San Juan Nepomuceno, el camino se hizo de arena y de polvo,  junto a los campos yermos, de vacas flacas y gallinas que corren por los patios. Al llegar al pueblo de Aba’i el guarda avisó a Noel, el colectivo paró frente a la iglesia, que estaba con las puertas cerradas, sus altos pinos apenas eran acariciados por el viento. A un costado de la iglesia estaba una despensa, en donde Noel preguntó por la casa del señor Duarte. Una anciana tuerta le indicó confusamente entre castellano y guaraní donde debía dirigirse. Caminó entonces por los polvorientos caminos buscando el cementerio del pueblo; luego de unos minutos llego a la extraña ciudad muerta, extraña imagen en medio del campo desolado. Siguió el camino por la izquierda unos doscientos metros, envió un mensaje de texto, y ahí la vio desde lejos, era la princesa saliendo de la linda casita; un fuerte abrazo, un .beso, la busqueda terminó en un instante.

 

* 2009.

 

160. SEPTIEMBRE 08

Junto a la pequeña sombra de la vieja despensa Baesa, Noel esperaba al colectivo que se dirigía hacia la colonia 14 de Mayo; la temperatura era elevada, el asfalto ardía con el calor reinante, Noel se pasaba por la frente un pañuelo, mirando hacia la curba de la ruta, en las cercanías del arroyo paso pé. Luego de un rato llegó el polvoriento colectivo, Noel subió rápidamente, hacia la parte trasera del camión vió un espacio libre, entre los numerosos asientos ocupados; las ventanillas estaban abiertas, raudamente traspasaba el aire por ellas, calmando así el intenso calor. Llegó el colectivo a la colonia,  Noel se ató una remera a la cabeza, y como un árabe por el desierto empezó a caminar por la senda, de arena y polvo. Pasó por ranchitos, tajamares, plantaciones de caña, maiz y mandioca, y por fin llegó a la casa de su amigo; luego de saludar a la gente de la casa se sentó, respondió algunas preguntas  de rutinarias, y empezó por fin a tranquilizarse.

 

166. JUNIO DEL 2009

El tiempo era cada vez menor, raudamente abandono su apartamento, caminando entre el gentío de las calles Paraguari y Félix de Azara. En la esquina un taxista leía concentradamente el periódico, cuando se sobresalto en el instante en que Noel le pedía que apure la marcha hacia la terminal. Siguiendo el pedido, el taxista se abría paso, zigzagueando por las transitadas calles de la ciudad; cada vez que se estancaba la fila de automóviles quitaba la cabeza y observaba hacia el frente, tratando de testear la situación. Al traspasar la zona del mercado 4 el taxista hizo humear como los viejos trenes al enfermo toyota amarillo, atravesando frenéticamente la avenida Fernando de la Mora. La bestia de metal terminó su marcha en la terminal, Noel se quedo a mirar el enclenque taxi, hasta verlo perderse en medio de la espesura urbana de Asunción.

 El colectivo llegó hasta Villarrica, ya la tarde se iba despidiendo, Noel bajó su mochilas sobre uno de los banquitos del lugar, y se dedicó a mirar al  ruidoso gentío, mientras esperaba a otro colectivo que lo llevaría hasta Aba’i. Luego de unos minutos ya había abordado otro raudo colectivo, que culebreaba por la ruta en medio de una fría noche. 

 Al bajar del colectivo sintió el frío paso del viento por el lugar, luego dió unos pasos, hasta que divisó una pequeña despensa en donde entró a pedir una botella de vino. Caminando por las oscuras calles arenosas de Aba’i, miraba a las estrellas, conmovido por sus  cercanos resplandores.

 Como a cien metros de la casa de su doncella, Noel se paró un momento a divisar desde lejos la casita tenuemente iluminada bajo el mar de estrellas. Volvió a recordar todo el viaje que había realizado. Este escrito no es mas que ese recuerdo.

 

167. AGOSTO DEL 2009

Bajaron del colectivo, la fría noche de la colonia los recibió depresiva. Una fría corriente de aire junto a una llovizna inconsolable los conmovieron. Ambos se quitaron los calzados y empezaron a caminar danzando entre el barro y los charcos. Ya ni los perros salían a ladrar de las pocas casas vecinas, amedrentados por el frío y la lluvia.

 Luego de unos minutos de travesía llegaron a la casa de Milciades Gonzalez. La casa tenía las luces prendidas, pero no se veía a nadie, entraron sin golpear, como ya Noel tenía acostumbrado, luego de años de visitar a la familia. Al adentrarse al corredor, vieron que la habitación de Milciades tenía sus puertas y ventanas abiertas, y que en su interior estaba pintada de un celeste que imitaba al cielo. Los dos sintieron que habían pasado en poco tiempo de un infierno de barro y lluvia, al olimpo de los dioses celestriales

 

168. Ya se han ido quince días de Agosto, en el centro de Asunción se escurre el calor entre las calles, anunciando que el frío otoñal no dará para mucho. En la esquina de Azara y Paraguari un lapacho solitario se ha vestido de rosa, entregando belleza con la muerte de las flores que caen sobre los raudos vehículos...

 

169. El hombre se habría paso por el estrecho sendero del bosquecito aromado, y un pensamiento sutil se hacía presente en el paseo vespertino, abrazandose a la tierra fuerte y profunda. En las alturas, los enormes árboles parecían meditar con el nuboso cielo, mientras el viento apenas removía los ramajes con el tenue soplo del crepúsculo del campo.

 

170. POR LOS CAMINOS DEL CAMPO

El sol en lo alto desplegaba generoso sus rayos, mientras un  viento del norte acariciaba tenuemente los arbustos y árboles. Noel se protegía del sol liándose a la cabeza una de sus remeras, mientras caminaba lentamente, rumiando pensamientos y recuerdos, mientras dejaba llevar su vista hacia la lejanía de los montes del Ybytyrusu.

 

171. Al salir a las calles los rayos del sol cayeron como brazas ardientes. La ciudad era un infierno poblado de hombres de frente sudada y automóviles ruidosos. Ya es esto la muerte del alma. ¿Dónde estarán los plácidos murmullos del bosque? ¿Dónde los tranquilos senderos de arena? ¿Dónde las sabias palabras del arandú ca`aty?

 

172. Sentado bajo su alero de paja, sorbiendo serenamente el tereré, contempla a la lejana estepa, bajo un cielo azul surcado por nubes y por alguna que otra ave carroñera… 

 ¿Qué le importa a este hombre sumido en el campo? Nada, solo “seguir estando ahí”, al lado de su tereré y su tranquilidad…

 

173. Raudamente los coloridos autos se deslizan por el azul asfalto, casi tan oscuro como el cielo encapotado que desde lo alto observa. Pero ¿dónde van con sus afanes? Hacia ninguna parte, es solo la miseria de la naturaleza quien los empuja hacia la calma de la muerte…

 

174. RECUERDOS

El tiempo se ha marchado, solo ha dejado su estela recuerdos, convertidos ya en imágenes de un cuento fantástico.

 Lambaré, en aquella casa donde pase unos tres años meditando en el silencio sobre los grandes problemas de la vida: la naturaleza, el hombre, la sociedad, Dios. Aquella reja verde, que se divisaba ya al girar la calle, la quietud que abrazaba al traspasar el portón frontal, al lado de la vieja palmera que un día mandó plantar mi padre. Al llegar al fondo, la amplitud del patio se confundía con la serenidad del cielo en lo alto. Ya en la habitación, al abrir la ventana, un cocotero de inmensa cabellera se mostraba; este añoso árbol paso varias lunas y soles conversando conmigo; luego de tantos años me pareció encontrarme con un antiguo amigo del barrio.

 Aquellos recuerdos han pasado a ser “proto formas”, como las llamaba Goethe, o arquetipos, según Jung y Eliade, desde los cuales se afirma el destino en su senda maravillosa e inexplicable. 

 

* 2010.

 

175. BRISA

El silencio cubre como un manto sutil a la ciudad, solo se escucha cada tanto algún vago ronquido de motor. Una tenue brisa sube del río, quizá como aquella que alguna vez rozo la frente del Doctor Francia, quien reflexionaba sobre el futuro del país, o quizá como aquel tétrico silbido por una ciudad enlutada luego de la guerra del 70.

 Han pasado casi doscientos años de una independencia que no fue más que una parodia de revolución; el estado moderno no ha sido mas que el Leviatán de Hobbes; el individuo no ha sido mas que un pasaje de comedia, inmerso en un mundo que no va hacia ninguna parte.

 

176. MEMORIAS

Apenas bajaba de “La Guaireña”, y Villarrica se convertía en un mundo mágico: los vendedores gritaban sus productos: chipas, jugos, milanesas, masas; a la par que un hombre pequeño anunciaba la próxima partida de un ómnibus hacia los serenas tierras de Caazapá;  a su vez, los taxistas se agolpaban nerviosos en las puertas del colectivo que recién llegaba.

 Empezaba entonces Noel su caminata hasta el barrio Santa Lucía, bajo el cielo azul que se abría en su inmensidad sobre la lejanía verdosa de las cumbres del Ybytyrusu. Todo se llenaba del maravilloso brillo del gozo: los centros comerciales, las vendedoras de yuyos, los hombres embriagados en los bares, las muchachas lozanas con sus tímidas miradas, las calmas aguas del Ycua Pytä, los altos y murmurantes eucaliptos, las calmas calles de los barrios de la ciudad…

Bajando la calle de Ycuá Pytä llego a la ruta ocho, donde giró hacia la derecha, dirigiéndose hacia el arroyo Paso Pé. Largas filas de columnas de alumbrado público a cada lado de la ruta dirigían sus pasos.

 Luego de caminar cerca de un kilómetro, escuchó que desde el interior de un barcito alguien lo llamaba. Giró la cabeza y divisó a su amigo Raúl que levantaba los brazos. Junto a Raúl, guitarrista, e interesado en temas de la ciencia y el arte, estaba Marcos, farrista y mujeriego. La conversación que estaban llevando a cabo hasta la aparición de Noel, era sobre las reglas que se debían tener en cuenta para conquistar rápidamente a una mujer. Noel escuchaba, divirtiéndose de las ocurrencias de sus amigos, hasta que le pidieron su opinión. Noel se limitó a interpretar lo que se había dicho con algunas ideas de Sigmund Freud. “Esta muy bien –dijo Marcos mientras fumaba nerviosamente-, pero lo que necesitamos es cumplir estas reglas, y no desviarnos en esto de la libido o las etapas sexuales”. “No –le dijo Raúl, mientras bajaba su baso de cerveza-, no podremos actuar con firmeza sin la justificación teórica de nuestros actos”. “Pero vos querés levantar mujeres o inventar una nueva teoría psicológica” –le dijo Marcos algo ofuscado. “Y  las dos cosas chamigo” –le respondió Raúl mientras los tres sonreían.

 Luego de un momento Raúl desenfundó su guitarra, y empezó a hilar lo mejor de su repertorio. Desde el interior del barcito, Noel miraba gozoso cada  tanto hacia el cielo estrellado de Villarrica.

 Al día siguiente, luego de las serenatas de sus amigos, el partiría hacia las compañías, a buscar la sosegada presencia de la vida del campo.

 

177. MEMORIAS

Noel llegaba a la noche a la iluminada Terminal de Asunción. Cruzábase con otros viajeros, jóvenes campesinos y campesinas en busca de un mejor pasar, familias enteras con hijos pequeños, que miraban asombrados a la gente y a los comercios a su alrededor.

 Noel se sentaba y leía, mientras pensaba que en unas horas ya estaría en su apacible rancho, en medio de un silencio profundo, como la noche que en lo alto destilaba el brillo de las estrellas.

 

178. MEMORIAS DEL AÑO 2000

Al llegar el caluroso Febrero del año 2000 Noel se decidió a continuar con sus afanes por ingresar a la noble carrera de Medicina. Leyendo un día de aquellos un periódico, Noel se encontró con un pequeño anuncio que ofrecía cursos de ingreso para Medicina. Llamó para hacer algunas consultas, para enterarse mejor. Le atendió un tal José Medina, organizador del curso, y por aquel entonces alumno del último año de la carrera de Medicina. El costo del curso era bastante accesible, y la primera conversación que tuvo con José fue muy estimulante, por lo cual decidió inscribirse al curso. Las clases se desarrollaban en una pequeña sala de su casa sobre la calle Montevideo casi Fulgencio R Moreno. Como Noel no podía asistir a la noche, junto a los de Medicina, se acomodó con los de Odontología. En ese tiempo el espíritu de Juan bullía de asombro hacia todo tipo de conocimiento, se sentía como un niño que descubría maravillado al mundo. Pero de ahí no pasaba a un estudio metódico y disciplinado de las materias que estudiaba. Era algo así como un poeta de la ciencia. Pero no fue, como ya dijimos, un estudioso de rigor, por lo cual sus exámenes no tenían resultados alentadores.

 

179. MEMORIAS DEL AÑO 2002

Las caminatas filosóficas por los suburbios de Villarrica, de Noel junto a su amigo Felipe, eran una de las principales fuentes para sus reflexiones poéticas e intelectuales. La intuición de las Ideas a través del espejo del mundo empírico, hacía rebosar de gozo su alma juvenil.

 

180. MEMORIAS DEL AÑO 2001

A inicios del año 2001 Noel volvió al cursillo de ingreso de José Medina, ya en un nuevo local, pero acompañado de su ya indispensable guitarra. Luego de que José lo escucho en un par de interpretaciones de polka, le pidió una pequeña serenata para su sexagenario padre.  Fueron entonces a la casa que antes fue el lugar del cursillo. Lo acompaño un compañero de los mas bullangueros del grupo, que actuó junto a José como una especie de animador. Noel tocó unos temas clásicos como “Romance” y algo de Francisco Tárrega, también cantó unos temas populares y una composición propia sobre el cursillo. En medio de estudios, de cartas románticas a una compañera, de guitarra y canciones, se dejaba llevar por un destino que se presentaba incierto, pero lleno de emociones y experiencias renovadas.

 

181. MEMORIAS DEL AÑO 2000

En el cursillo de ingreso el abordaje vital era el del juego, unido a una abundancia de emociones que brotaban generosas de un alma aventurera y juvenil.

 

182. MEMORIAS DEL AÑO 2005

A finales del 2005 Noel pidió a su amigo Felipe que le hablara al mas conocido profesor uniersitario de Villarrica, Filemón Espinoza, amigo suyo, para que lo aceptara como alumno de latín y griego. Lo acepto sin vueltas que dar, acordaron clases de una hora cada quince días, los domingos. Así, los viajes de Noel se enriquecieron, de una parte con el contacto cercano con la naturaleza; y de otra parte, el cultivo del espíritu, con la originaria y rica lengua de los antiguos.

 

183. MEMORIAS

La parte más novelesca y azarosa de su vida, la paso Noel en la sublime Villarrica. En la ruidosa ciudad de Asunción priorizó lo necesario del trabajo, y principalmente el estudio, centro y fin del constante experimentar del juego de su vida.

 

184. MEMORIAS DEL AÑO 1997

En el año 1997 se vino el cielo abajo para Noel. Una situación límite se hizo presente, con toda la carga de malestar que un joven, casi un adolescente, puede soportar. Fue su auténtica iniciación a la noble ciencia de la filosofía, de la mano de un libro básico de la historia de la filosofía del sexto curso. Ya al año siguiente descubrirá a su auténtico padre espiritual y filosófico, Arthur Schopenhauer. 

 

185. EN MADRUGADA

El tiempo pasó implacablemente, el destino ganó la apuesta de la vida, como decía Ortiz Guerrero. El campo dejó de asomarse con frecuencia a las ventanas de los sentidos. Sumido en el silencio de la madrugada otoñal, Noel permanecía frente a sus constantes pensamientos. Miraba a su buena mujer, entregada completamente a un sueño despreocupado, a los viejos libros, eternos compañeros del pensar, a las ausentes guitarras, en la paciente espera por volver a vibrar junto al mundo.

 Desde una imprecisa lejanía, se percibían esporádicos ronquidos de automóviles, que recorrían las calles aun silenciosas del centro de Asunción. Ya en unas horas terminaría de andar en su plenitud la eterna maquinaria del deseo, la ciudad.

 

186. MEMORIAS

En 1993 Noel cambio de domicilio por segunda vez. Esta “situación” o “evento” tuvo una implicancia enorme en el cambio de “estado de conciencia” del entonces adolescente. Lo que siguió a aquella mudanza fue una tendencia a encerrarse en la nueva casa, a la par que una desgana hacia todo tipo de reracionamiento social. ¿Cuál fue el recurso utilizado por Noel para tolerar ese estado de aislamiento en el que se encontraba sumido? La lectura empecinada, en especial de la biblia, a más de suplementos culturales de periódicos locales y revistas de divulgación científica y temas esotéricos. En medio de este tipo de lecturas, de la situación de aislamiento, y del periodo adolescente de Noel, surgieron las preguntas sobre el hombre: ¿Quién soy? ¿de donde vengo? ¿a donde voy?

 

187. El largo caminito de arena pasa en medio de las espesas plantaciones; el viento sopla insistente, levantando las oscuras cabelleras de los austeros cocoteros; es el constante diálogo del campo y el hombre, la hermandad realizada en el espacio de una profunda simplicidad.

 

188. Estoy en un taller sobre la calle General Santos, sobre mi yase un lapacho de mediana estatura, en donde trinan a cada rato algunos pájaros, mientras todo el mundo corre sobre el asfalto azul. Contemplación y necesidad a la par, pero siempre, la voluntad. 

 

189. VIAJE A YBYTYRUZU

Noel estaba sentado sobre unas dormidas rocas, a los pies del Ybytyrusu, viendo pasar el agua que baja cristalina de los cerros. A un costado del arroyito, la profundidad de los boques se mostraba como un misterio insondable, pero tambien como la posibilidad de perderse para siempre de la fragmentación incontenible del mundo urbano. El camino en moto, no había presentado mayores dificultades desde la colonia 14 de Mayo, quiza la necesidad de cruzar un arroyuelo se presento algo incomoda. Milciades, el chofer de la moto, y amigo de Noel, cruzo sin mayores problemas, en tanto que Noel paso saltando de una roca a otra. Tambien, en una arribada pronunciada, que anunciaba que estabamos acercandonos al Ybytyrusu, Noel tubo que bajar de la moto  para permitir que subiera sin enconvenientes.   Luego de cinco minutos ya llegaron frente a un humilde rancho del lugar, llamado compaÑia Santa Elena. Milciades hizo roncar un poco la moto como un modo de anunciar su presencia, y en un instante salió un adolescente sin camisa a recibirlos; les invito a pasar a una sombra del patio, y ofreció el hospitalario terere.

Al momento salió el abuelo del muchacho apodado Tila; comentó que el lugar era tranquilo. "Ape ko ndaipori mba’eve, i tranquilo", dijo. Milciades le comentó que hacía unos siete aÑos había venido a trabajar en el cercado de un famoso propietario del lugar. Tila asintió, y dijo que el compaÑero con el que habían hecho el trabajo ya había muerto. Luego de un momento vino llegando un arriero, era pynandi, de pantalones rusticos largos, y de una camisa a botones algo sucia. Saludo a todos, y se acopló a la conversación. Cada minuto el recien llegado escupía al suelo, entre sus tambien reiteradas rizas que dejaban notar la ausencia de algunos dientes. Su nombre era Justo, y tambien había trabajado con  Milciades en el trabajo del cercado.

-¿Nda jaha moai piko?" Dijo Justo a Milciades, pregunta utilizada en el campo en seÑal de cortesía.

- Jahata -dijo Milciades-, ¿Siempte pio oi iranchope nde hermano AÑó?"  

- Oi siempre -dijo Justo

- Ha upepe rohose hina, ape che socio ko, estudioso hina, ha oikuase la arandu ka’aty -dijo Milciades refiriendose a Noel

- E’a, ndaipori moai problema -dijo Justo mirando a Noel

 Al momento, todos se despidieron de Tila y de su nieto, y empezaron a caminar por el polvoriento camino que llevaba hacia la casa del viejo AÑó.

 Llegaron a la casa de Tila, que tenía la visita de un pariente que había organizado un azadito campestre. Milciades dejo su moto en una sombra en el fondo del patio y volvió. Al momento ya caminaban hacia la casa de AÑó, iban por un camino de arena que a sus costados estaba cubieto por numerosas plantas de tacuaras. Luego de unos diez minutos de caminata, a lo largo de los cuales pasaron por un pequeÑo bosque, un arroyo sereno, y una triste chacra, llegaron a una rustica tranquera. Llegaron al humilde rancho, y AÑó salio a recibirlos, se notaba en su semblante que ya había comensado con el típico ritual del aperitivo. Esta circunstancia hizo propicia la oportunidad para que AÑó relate algunas anecdotas históricas recogidas a lo largo de su dilatada vida.

 Luego de unas horas Milciades y Noel ya estaban de vuelta, rumbo a la colonia 14 de Mayo, con una buena cocecha de testimonios folclóricos.     

 

190. Me saluda la frescura del viento agreste, que traspasa las ventanas del humilde rancho, donde estoy sumido en sublime soledad. Me saluda una colorida mariposa, que aletea frente a mi cual un dios arquetipo de Ortiz Guerrero, me saludan las simpáticas gallinas que se alimentan confiadas por el patio silencioso, en fin, me saluda un destino profundo, que se niega a entregarme todos sus secretos ideales, todo vigor eterno, hecho de los campos y bosques del Paraguay. 

 

191. ASUNCIÓN LUEGO DE UNA TORMENTA

Luego de la ola intensa de un calor infernal, Asunción ha recibido un renovado influjo del viento sur, luego de una tormenta implacable que paso como un tropel furioso por algunos pueblos del interior. Pero a pesar del clima en brusca inversión, la ciudad continua con su acostumbrada marcha patÉtica: automovilistas apresurados como si llevaran en bombas se tiempo en sus baligeras; la seriedad inmejorable de los peatones, testimonio patente de que se esta en ciudad de extraÑos; los limpiadores callejeros de autos, expresión de los desbordes demográficos del país. Actores que pasean sus figuras ensombrecidas por un paisaje urbano que se les asemeja por lo frío u adusto, pero que deja abierta la entrada para magia indescritible de la contemplación estÉtica: son las calles de asfalto azulado, semejantes a venas que se acomodan entre los eficios cÉntricos, montruos de piedra de sueÑo invatible; las verdes plazas, parodias groceras de los bosques profundos; y el río a lo lejos, el viejo río que culebrea hacia el fin del horizonte, en donde el crepúsculo despide a los últimos del sol...       

 

Indice (x)

-1. Maizal.

-2. Muchacha agreste.

-3. Visión de Schelling.

-4. Calles.

-5. Contemplación.

-6. Pradera.

-7. Santa Lucía.

-8. Descripción de la naturaleza y el espíritu.

-9. En la universidad.

-10. Julio de 1998.

-11. En la biblioteca.

-12. Lluvia.

-13. Plaza de Villarrica.

-14. Lluvia.

-15. Mirando las estrellas.

-16. Bosque.

-17. Libros.

-18. Un domingo.

-19. Una tarde en Villarrica.

-20. En el neurosiquiátrico.

-21. Antes de la lluvia.

-22. Desde el edificio.

-23. Por la ruta.

-24. Alquimista.

-25. TererÉ.

-26. En semana santa.

-27. Ciudad y contemplación.

-28. Mirando al Ybytyrusu.

-29. Ciudad.

-30. Junto al Alba.

-31. Mayo.

-32. Amanecer.

-33. Mediodia.

-34. Madrugada.

-35. Mayo del 2004.

-36. Palabras y naturaleza.

-37. En el rancho.

-38. En el rancho.

-39. Magia.

-40. Alma y mundo.

-41. A la hora del mate.

-42. Ciudad y Stravinsky.

-43. Un almacen de campaÑa.

-44. Antes de la lluvia.

-45. Soledad del campo.

-46. Caminos.

-47. Aregua.

-48. En la terminal de Villarrica.

-49. Amanecer.

-50. Retorno.

-51. Adios colegio.

-52. Crepúsculo.

-53. Atardecer.

-54. Paisaje.

-55. Tranquera CuÉ.

-56. Agosto de 1998.

-57. Imágenes.

-58. Paisaje campesino.

-59. Bosque.

-60. Una lechuza.

-61. Paisaje de tranquera Cue.

-62. La canción del capataz.

-63. Luna.

-64. El ladrón de mandiocas.

-65. En la universidad.

-66. Paisaje.

-67. Ciudad.

-68. Asunción.

-69. Una mosca.

-70. Paisaje del campo.

-71. Tarde de Asunción.

-72. Villarrica.

-73. Por los montes.

-74. Calles.

-75. Caminante.

-76. Dia lluvioso.

-77. Campo.

-78. Campos.

-79. Observación.

-80. En el cruce.

-81. Caminando por Villarrica.

-82. Desde el edificio.

-83. Un campesino.

-84. Lluvia en el campo.

-85. Noviembre colegial.

-86. Lluvia en la ciudad.

-87.

-88.

-89.

-90.

-191. Asunción luego de una tormenta.

VIAJAR SIN DESTINO (COLECCIÓN DE CUENTOS)

PREFACIO

Un cuento puede ser más real que nuestra ficticia vida cotidiana, puede ser más vital que nuestros muertos afanes diarios, puede ser tan sencillo como el  alegre juego de un niño, o en fin, puede direccionarse junto al lector que lo asimile, desde las alturas de la bienaventuranza o desde el lodo del sufrimiento interminable.

 

1. EL PROBLEMA DEL SUEÑO

Resplandecía el monitor en una oscura habitación poblada de oscuros libros y de raros instrumentos electrónicos. Juan no podía dormir, buscaba afanosamente la solución para completar un sistema informático.

Se decía a sí mismo: «Carajo, unos algoritmos para solucionar esto me costarían toda una vida, tengo que conocer mejor este lenguaje con el que se estructura el mundo. ¿Y si no aguanto este peso? Si esto sucede tal vez me vuelva loco, sumergiéndome en la cárcel de mi  mente; pero también estoy cansado de esta vida, el sacrificio habrá valido la pena. Nadie sabe lo que yo sé, por eso tengo que destruir ya estas míseras cadenas».

 Juan ya casi no dormía, se sentía un esclavo, y sabía que no podría librarse fácilmente del problema que lo angustiaba.

 Continuaba pensando para sí mismo: «ah, la clave esta en mí mismo, todos los grandes alquimistas lo han repetido, pero ninguno de ellos vivió en mi mundo, ni en mi siglo, nadie habló de que la informática estaría en la sopa, ¡mierda!, yo también soy la informática. Además, si conocieran a Claudia, ella también tiene que ver conmigo, y es más difícil de entenderla que la Relatividad o la Mecánica Cuántica. Pero no importa, tengo que seguir puliendo mis observaciones, a lo mejor, manipular estos conocimientos es más fácil de lo que pienso. ¡Ah!, estoy harto de pizza y gaseosa, pero es lo mas rápido, me voy a tener que aguantar un tiempo». Resonaban las teclas en la noche, al compás de la psicodelia de Pink floid, o del atormentado de Brahms.

 Pero cada cierto tiempo Juan abandonaba el monitor, y se dedicaba a rebuscar en libros, antiguos y  modernos, la clave para la solución de su problema de sueño.

Se decía a sí mismo: «A ver, Calderón de la Barca, La vida es sueño”, que raro, porque yo aun no consigo dormir. Que curioso, se piensa que la realidad virtual nos sumergirá en un mundo de sueños, carente de toda realidad; pero ya esto decían los sabios de Oriente de la vida del común de la gente. En todo caso, tengo que saber qué es lo real. Ah, pero estoy cansado de leer a Berkeley, de sus discursos de párroco disfrazado, quizá Schopenhauer me da algo mientras espero al sol». Mientras leía, Juan se quedo dormido sobre su escritorio.

 

El sol se habría paso entre los altos edificios, bañando las calles aun desiertas, con el tenue resplandor de las primera horas del amanecer.

Los rayos abrazaban lentamente su espalda, poco a poco iba despertando, mientras se decía a sí mismo: «Mmmm....el sol, ya me contaron sol, ya sé que estas haciendo tus experimentos, ya sé que soy solo una rata, ya sé que te importa nada mi suerte, pero ya que estamos aquí, veamos que hago con tu juego, apuesto a que ya sabes lo que estoy haciendo, ya sabes que de a poco voy penetrando el infierno, que vivo rápido y que quiero poder, que estoy harto de pizza y gaseosa, que odio vivir como los demás, y que este insomnio me va a matar, y que busco a la piedra, la piedra de los alquimistas. Pero a este ritmo lo único que me ganaré serán piedras en la vesícula».

 Cuando Juan hubo terminado su desayuno acostumbrado, volvió a su computador,  pensaba: «Si las oleadas de la fortuna  me favorecen, todo va depender de mi  fortaleza; no es seguro que llegue esta corriente del espíritu, pero de todas maneras debo estar preparado, si en la tempestad me encontraré con el mismo diablo, debo estudiarme, saber que significa lo que soy, y no me importa que pueda perder, pues ¿acaso vale algo la vida cuando este fuego te devora las entrañas? ¿cuándo esta astilla te atormenta el pensamiento?». Así terminó el terrible amanecer de Juan.

 

 Por la tarde, Juan decidió hacer un paseo por el parque Caballero. Los altos eucaliptos resonaban al compás del viento que llegaba del lejano horizonte. Se decía a sí mismo: «Ah, en este lugar me siento como en mi propia casa; ¡ah! los árboles hacia el cielo, el río a lo lejos, el viento zumbando; me tienta dejarlo todo y marcharme, ¿dónde iría? Quizás hacia el campo, siempre he sabido que hacia ahí todo me llevaría, ¿debería esperar más? ¿esperar los resultados de mis estudios? ¿esperar a que solucione  mis cuestiones? ¿hablar con Claudia? No, creo que quiza ya no sea el momento de esperar, mañana mismo partiré, quizás allá encuentre las respuestas, al diablo con la pizza y la gaseosa».

 

La terminal de Asunción estaba poblada de gente, Juan caminaba con la mirada perdida en sus lejanos pensamientos, hasta que un hombre lo interceptó con una pregunta:

-¿Dónde vas? ¿Encarnación? ¿Ciudad del Este? Tengo los pasajes

–Juan lo miró fijamente y respondió:

- Al infierno, che ra´á, ¿tienes pasajes para el infierno?

El hombre lo miró extrañado, Juan siguió caminando buscando la plataforma del infierno.

 

La ventanilla estaba abierta, y el paisaje de prado, serranía y bosque, devenía ante sus ojos. Juan pensaba, mientras se perdía en las imágenes: «No sé por que el Ybytyrusu me llama, quizá porque desde aquel año en que viví en Villarrica siempre lo contemplaba desde el edificio en que vivía, soñaba con él, pensaba con él, escuchaba con él, sentía con él, siempre estaba ahí la boa adormilada, como le llamaban Ortiz Guerrero y sus compañeros. Pero al pasar el tiempo se convirtió en incógnita, una incógnita de mi propia alma. Y ya cuando retornaba a Asunción, lo mire desde lo alto de mi edificio por ultima vez, y en mi corazón supe que la historia aun no había terminado. Había dejado la ciudad, pero el Ybytyrusu siempre iría conmigo, y siempre estaría en mi, aunque tratara de arrancarlo de mi propia carne.

 Hoy vuelvo, pero ya no sé para que, ahora no hay edificio, ahora no hay  estudios ni nada, ahora espero al azar que será mi destino, a las estrellas en la noche, en el campo, mientras recorro al mundo, pensando... ».

 

 Llegó a la lejana colonia guaireña, un largo trecho de arena se perdía en la verde espesura que conforma los pies del Ybytyrusu. Pero quizá aun no había llegado el momento, Juan sabia en su corazón que los tiempos se cumplen sin esfuerzo, había llegado al valle, la ascensión vendría a su hora. Dió entonces la espalda al cerro y se dirigió hacia el rancho de uno de sus pocos amigos durante el tiempo que estudió en Villarrica. Caminó hacia el oeste, contempló al sol que se perdía al horizonte, que pasaba por humildes ranchos, por islotes de selva, por manantiales melodiosos que se escurrían hacia la lejanía de los campos.

 

La casita era oscura, brillaba por una vela que bailaba despacio en su llamita amarilla; su amigo, Vicente,  dejaba fluir de su figura hecha sombra, el susurro melodioso del guaraní, entre el cántico de grillos y ranas, y el llanto enlutado y lejano de un guami ngue. Ambos hablaban despacio, a veces entre esporádicas risas, lo hacían en guaraní, en español, o en combinación de los dos, en jopara. -Ya hacia rato que no nos veíamos che ra’á.- le dijo Vicente

-Hace rato, Vicente, pero así es la vida -respondió Juan-, a veces no sabemos hacia donde va, pero lo cierto es que va, nuestro destino, nuestra suerte, la voluntad de Dios o de los dioses

 Ambos callaron, dejando que el campo repita su melodía nocturnal, llena de la frescura de la tierra, y del brillo lejano de los infinitos ojos de la noche.

 

Amanecía, el sol se levantaba despacio tras la inmensidad del Ybytyrusu; se escuchaban ruidosos gorjeos desde todas las verdes copas, los gallos enturnaban sus cantos, hora cerca, hora en lejanía; el campo despertaba en la vida abundante que desbordaba por todos los caminos, chacras, arroyitos, tajamares, cielos y bosques. Cuando Juan abrió los ojos, ya el humo de leña se esparcía desde la rústica cocinita de paja. Juan estiró el cuerpo sobre la cama desadormeciendo los músculos, luego se sentó y respiro profundo, una y otra vez. La vida había dado un giro, y otra vez el destino había ganado, pero ahora Juan estaba expectante, abierto en todos sus sentidos, libre el pensamiento como la infinidad de vida que despertaba al amanecer. Enseguida se acercó hacia la cocina, ya Vicente y su anciana abuela compartían el mate mañanero; una amplia sonrisa dibujo los rostros con el ¡buen día!, Juan cerro un circulo con ellos sentándose sobre un viejo tronco, y compartió el mate y los anecdóticos sucesos de la abuela y de su amigo. Juan, a pesar de su normal melancolía, sentía que momentos y lugares como aquellos a veces pesaban más que el temperamento. Se sentía vagamente contento.

 

Aquella era una bella mañana, y como era domingo, Juan y Vicente decidieron ir a pescar hacia un arroyito cercano.  Mientras se adentraban a un bosquecito, siguiendo un  tape po’í, seguían deshojando recuerdos, a veces intermediados por preguntas de Vicente sobre la vida de su amigo en la ciudad, que a este poco le entusiasmaba contar, pues le devolvía el tono oscuro a sus pensamientos. – Allá, Vicente, lo que hago es trabajar, pero principalmente estudiar, con cada respiro, mi vida se centra en ello, mi maldita bendición, mi bendita maldición, no conozco otra manera de sostenerme en mi miseria; si amigo mío, mi propia vida va en ello, el estudio es mi trabajo, es mi pan, es el aire que respiro. Pero te confieso que últimamente todo ha sido un infierno, he llegado a un lugar de sombras y aflicciones, hay días que no consigo dormir, hay preguntas que me atormentan como si fueran demonios -. Vicente reía a carcajadas, aquel lenguaje sombrío no era común por aquellos lugares, y él tomo aquello como otra de las simpáticas extravagancias de su viejo amigo de la ciudad. Juan también reía, como aceptando tomar todo aquello como una broma.

Llegaron al arroyo, Vicente comenzó a pescar. Juan nunca pescaba, él solo llevaba la caña como un símbolo, siempre la clavaba sobre la arena, y la dejaba ahí, mientras él se acostaba cruzando las manos bajo la cabeza, mirando cielos y árboles, ideas y recuerdos. Vicente ya lo conocía, sabia que su amigo solo servia para eso. – Sabes que Juan, quiero que conozcas a un tipo arandú que vive aquí cerca, seguro que te va a gustar, tiene muchos libros en su casa, y también es medio tabyraí lento como vos; cuando llega la oscuridad quita su telescopio y se pasa mirando toda la noche el cielo, a la mañana lee y escribe cosas en un cuaderno’í que siempre lleva con él; también a veces le cura a la gente, al que le pide le hace su pohâ, y en una semana el que toma ya esta bien ya otra vez. Esta tarde te voy a llevar para que le veas, tiene su estancia aquí cerca -. Juan solo sonreía divertido. No se imaginaba que en aquel hombre su destino desde siempre lo llamaba.

 

La habitación era amplia, la serenidad y la frescura del campo llenaban el espacio. A un costado, dos amplias ventanas dejaban ver el paisaje triste y lejano de chacras, cerros, y pequeños bosques. Entre las ventanas, el retrato del viejo Schopenhauer, ojos brillantes, entre atormentados y serenos, canosos cabellos esparcidos, semblante de santo pagano. Al otro costado de la habitación, estantes, repletos de libros y cuadernos. En el fondo de la habitación, mas estantes y mas libros, y otro retrato, Enmanuel Kant, ausente, pensativo. Frente a aquello estaba un escritorio, atrincherado con libros y hojas sueltas. Y entre ellos apareció Antonio Heise, como saliendo de la nada. Tenía una larga barba encanecida, y la mirada profunda y serena tras los cristales de lectura, la frente amplia bajo los blancos cabellos despeinados. Apenas notó la presencia de los visitantes los invito a pasar.

 Don Antonio no necesitaba preguntar el porque de una visita, le bastaba estudiar un semblante para intuir una historia de vida. A Vicente lo conocía desde hacia tiempo, pero para don Antonio la mirada de Juan lo decía todo.

– Bien, amigo mío, debes quedarte aquí a estudiar - Le dijo don Antonio

-¿Cómo?- Le respondió sorprendido Juan

-¿Cual es tu nombre?- le dijo don Antonio

–Juan- le respondió

-Juan, debes quedarte aquí a estudiar- dijo don Antonio

-¿Qué?- volvió a responderle sorprendido

-¡Escúchame!- le dijo don Antonio levantando levemente la voz-  ¿qué esperabas? ¿qué te relate cuentos de abuelito? No estas enfermo, no eres mi empleado, ni uno de mis pocos amigos, no tengo tiempo para regalarte, o tomas lo que te doy o vuelves a tu cuento de miserias

 Juan quedo un momento sin saber que decir

-Lo siento señor -le dijo Juan en un tono de reverencia-, he venido hasta aquí para cambiar mi vida,  y la seguridad con la que me ha hablado me obliga a confiar en usted, haré lo que diga.

–Ven mañana al amanecer -le dijo don Antonio-, tendremos nuestra primera charla, todo se ira haciendo claro en su misma oscuridad.

 

Tal como lo habían hecho el día anterior, Juan atravesó sin llamar la puerta abierta del estudio de Don Antonio. Entre los libros apilados se asomó el semblante de Don Antonio, recio y sereno a la vez.

– Pasa Juan -le dijo don Antonio-, tenemos que hablar. Siéntate. Lo primero que veremos será porque estas aquí.

-¿Por qué estoy aquí?- Preguntó Juan

-Exactamente -dijo don Antonio- y pensaremos esta pregunta desde lejos y desde cerca. ¿Por qué estas con vida? ¿por qué estas aquí en esta colonia? Estas son preguntas que puede que te las hallas planteado, y puede que tengan respuestas y puede que no. Te diré que soy escéptico en todo, y que no existen respuestas convincentes luego de las revisiones del pensamiento que se hicieron durante el siglo XX. Creo en mi escepticismo, es cierto, pero tomo esta contradicción como una necesidad vital. En particular me guío por las preguntas, que aunque sin respuestas, me permiten pensar y dudar del pensamiento. ¿Pero a que quiero llegar? A que trataremos de esbozar la voluntad. ¿Qué es la voluntad? Diremos entre mentira y verdad que es lo que te trajo hasta aquí, ella es tu destino, ella es tu carne, ella aguijonea a tu pensamiento. A veces podrás sentirte infeliz y buscar motivos para ello en algún suceso de lo cotidiano, o intentarás buscar alguna meta que pueda hacerte feliz. Y siempre será así, nunca terminará. ¿Pero nunca serás feliz? Nunca, la naturaleza es devenir constante, ¿podría ella paralizarse en la quietud feliz de un individuo? Más lúcido seria dejar esa guerra constante entre felicidad e infelicidad, y tomar a las dos como un gran juego. Hablando de juegos, ¿tienes pensado como sobrevivir por estos lugares?

– No señor -respondió Juan-, usted acaba de decirme que puede que no sepa con claridad porque estoy aquí, tampoco puedo saber como viviré por aquí antes de que Vicente empiece a molestarse. Salí sin planes, pero también salí sin miedos, no me importa que pueda pasar

-Es el momento en que debes actuar así -dijo don Antonio-, ya llegara el momento en que pensaras con firmeza, ahora eres todo corazón. Pero ahora tengo algo para ti, necesito que alguien ordene mis trabajos, quiero que trabajes en mi computadora, podrás aprender y sobrevivir, comer y filosofar, ¿aceptas?

-Por supuesto -respondió animadamente Juan- ¿qué mas yo querría?

-Bien, por hoy esta bien, seguiremos hablando -concluyo don Antonio satisfecho.

- Gracias Don Antonio.

 Juan salió alegre de la estancia, sentía que estaba cumpliendo lo que debía, no lo sabia como, pero experimentaba en su interior que todo estaba bien. Su vida era para el un sinsentido, pero cada día se sentía mejor, como si hubiese retornado a un hogar que antes había abandonado.

 

 Juan asimiló plenamente el trabajo encomendado por Don Antonio, que consistía en pasar por la computadora ensayos, cuentos y poesías, y todo tipo de pensamientos que Don Antonio ponía por escrito, de modo que Juan se fue sumergiendo de a poco en el modo de ver las cosas de Don Antonio, quien a mas de sus conversaciones le proporcionaba los libros de los más grandes filósofos.

Un día de aquellos, en que Juan y Don Antonio conversaban mientras la tarde se perdía entre los bosques y chacras, éste puso a prueba a Juan.

–Veo que estudias mucho, que trabajas mucho -le dijo don Antonio-, ¿sabes hacia donde vas?

-No Don Antonio -respondió Juan-, y no necesito saberlo, me basta pisar el mundo como lo piso ahora, ya no espero nada, ya no quiero más de lo que poseo. Creo que si hay algo que pueda sustituir el sentido de la palabra Libertad, será el sentido-sentimiento de la palabra Filosofía. Ahora comprendo porque no me molestó aquel primer encuentro que tuve con usted. Quizá usted de alguna manera sabía que yo tenía un solo camino, y que estaba buscando aun la manera de negarme a seguirlo; y solo ahora comprendo, que si yo no hago lo que hago, me duele mucho y me siento morir, pero aun así, ahora no importa que me duela ni que muera, sólo importa que sea como debe ser.

 Don Antonio guardo silencio y sonrió a Juan satisfecho, ambos contemplaban callados el sagrado crepúsculo del campo, que por todas partes enseñaba.

Pasó un tiempo y Juan subió a la montaña del Ybytyrusu. Antes de morir, Don Antonio Heise le regalo unas tierras en las cumbres, desde allí Juan siguió pensando, estudiando, cultivando su propio alimento, dejó de cenar pizza y gaseosa, y empezó a dormir como roca cinco horas diarias.

 

Fin.

 

2. VIAJAR SIN DESTINO

Sentado bajo un árbol, en la inquieta, sucia, y ruidosa terminal de Villarrica, Pedro proyectaba su vista hacia ninguna parte. Su madre acababa de morir en el lejano Brasil, y él había decidido partir, dejar el mundo del mundo, viajar sin destino. Solo cargaba con una cajetilla de cigarrillos, y con un poco de dinero para llegar a Cnel. Oviedo. El futuro no le importaba, sólo deseaba vivir plenamente aquella herida que lo desangraba despacio. Mientras aguardaba, su mente bullía en pensamientos: «¡Puta! Ayer murió y solo hoy me avisan», se agarraba de las cejas y se aguantaba para no llorar.

Llegó el colectivo,

–¡Asunción-Oviedo! ¡Asunción-Oviedo!- Gritaba un hombre pequeño y de tez morena, anunciando la pronta partida del ómnibus; la gente se agolpaba con sus cargas y con sus niños; Pedro esperó a que el colectivo se llenara, entonces se acercó al guarda y le ofreció lo poco que tenia –subí mita`í – respondió el guarda, estirando el billete de los dedos de Pedro.

 El viento penetraba por la ventanilla del ómnibus, y conmovía el rostro de José; las nubes y el cielo lloraban con él, mientras el cerro Ybytyrusu se despedía entristecido. Pedro pensaba, perdiendo su mirada  en el cambiante paisaje que se esfumaba  «¿Qué deje atrás? ¿Qué dejé en Villarrica? Nada. No soy de ninguna parte, no soy de ningún pueblo, ciudad, ni país, soy de todas partes y de ninguna. Mamá me decía que tenia que estudiar para ser alguien, yo me aplacé en todas las materias de mi estudio, y no quiero ser nadie, hoy soy lo que soy, y no quiero ser, soy».

 Los vendedores gritaban sus productos, chipas, milanesas, jugos. Oviedo era ruidosa y enloquecida, Pedro dejo atrás el ómnibus y caminó hacia el centro de la ciudad. El sol empezaba a perderse en el horizonte.

 

Fin.

 

3. LEYENDO AL FAUSTO (CUENTO)

Abrió las puertas del balcón, una tenue brisa recorría las calles desiertas, que aun luchaban con las tinieblas para encontrar la luz. Volvió a su viejo escritorio, convertido en una trinchera de libros apilonados, buscó al Fausto entre el montón, y mientras empezaba a leerlo se decía a si mismo: «Ah, este anciano loco se atrevió a pisar la cloaca de su inconsciencia, allí se encontró con brujas, diablos y doncellas, se encontró a si mismo viviendo un sueño paralelo al cotidiano. Pero Fausto representa al hombre que camina hacia la lucidez, pues aquel que mas sueños conoce, mas sabe pararse en el sueño que en un momento lo sustenta sobre el piso insondable de la nada». Dejó a un lado el Fausto, y perdió su vista hacia el balcón, que pintaba tejados,  edificios, y río, bañados por el oro majestuoso del sol. Siguió pensando para sí mismo: «Debo dejar esta vida antes que la angustia me devore por completo, sé que el problema esta en mí mismo, que de nada me serviría huir de la ciudad mientras en mi interior hierve la guerra. Pero al diablo con el mundo, iré a respirar, y mejor aun, a devolverle la vida a mis preguntas esenciales».

 

Al día siguiente, Juan ya estaba preparando sus mochilas, decidido ya a partir hacia Villarrica, en donde tenía unos tíos a quienes visitaba con sus padres cuando era niño. Al caer la tarde, luego de concretar rápidamente unos negocios que tenía pendientes, tomó un taxi y se  dirigió hacia la terminal de Asunción.

 Después de unas cuatro horas de viaje -en las que Juan se dedicó a pensar en su pasado- llegó a la lejana colonia guaireña. Sus tíos lo miraron bien, y lo escucharon con cierto escepticismo, hasta que les dijo que iba a aportar un capital importante para ampliar sus negocios de ganadería.

 Al poco tiempo Juan vivía sin sobresaltos en el campo, pero sus preguntas aun palpitaban en lo profundo. No entendía cual podía ser la causa de su inquietud espiritual, hasta que conoció a  un extraño médico.

 

 El día en que Juan tuvo unos problemas digestivos, quizá debido a su estado agudizado de angustia, visitó al médico de la zona, que había estudiado en la universidad, pero que a su vez recetaba hierbas medicinales, como los típicos médicos yuyos de la campaña.

 Luego de esperar a que atendiera a unos tres pacientes, Juan se encontró frente a frente con el médico. En la plática que desarrollaron Juan notó que el médico tenía una mirada que parecía escrutarlo todo. Pero lo que lo dejó perplejo fue el haberle dicho que no podía darle ninguna medicina, que no servirían de nada, que luego volvería a caer en los mismos trastornos.

-Pero ¿que debería hacer entonces? le preguntó Juan

-Necesitas una cura filosófica -le dijo el médico.

  Juan lo miró sorprendido, pensó que un doctor que renuncia a sus medicamentos por la reflexión filosófica debería ser o un loco, o un médico extraordinario.

- ¿Me esta queriendo decir que Platón puede curarme la gastritis? -preguntó Juan

- No sólo eso -respondió el médico- Platón puede acercarte a eso que los mas grandes hombres han llamado sabiduría. La sabiduría es la auténtica llave de la salud.

-¿Porqué piensa usted que no me harán efecto sus medicamentos?-Preguntó Juan

- Porque tu problema, como todo hombre de sensibilidad desarrollada, radica en la visión de mundo- Respondió el médico

-¿Cómo sabe usted que soy un hombre de sensibilidad desarrollada?- Preguntó Juan

-Gracias a la fisiognómica -respondió el médico-, el estudio de los rasgos físicos y espirituales de la personalidad; y sumado a ello la intuición, pregonada por el mismo Hipócrates. ¿Crees que me estoy equivocando?

- No doctor, creo que usted puede curarme -respondió Juan-, llegue al campo hace poco tiempo, huyendo de mí mismo; en principio creí que el campo era mi cura, pero luego volví a mi angustia, como el perro vuelve a su vómito.

- El cambio de espacio puede ayudar -dijo el médico-, pero no te ayudará a volver a ti mismo. Has huido de ti mismo para encontrarte a ti mismo.

- Usted habló de la visión mundo -dijo Juan-, ¿qué debo hacer con ella? ¿debo cambiarla acaso?

- No creo que puedas cambiar tu visión de mundo -dijo el médico-, puesto que en último caso no es tuya, es de tu tiempo. Lo que sí puedes hacer es adaptar tu personalidad, que es muy compleja, a la visión de mundo reinante. Para ello es necesario un auto-estudio, en el que yo solo podré guiarte, puesto que la obra será tuya

-¿Qué obra? -preguntó Juan

-La obra de la sabiduría - respondió el médico

 

Juan se auto-estudio durante cerca de un año con el médico, hasta que llegó, no a la sabiduría, pero sí a la certeza de que a ella no se la puede poseer, pero si vivir cerca de ella, estableciendo la frágil carpa de campaña de nuestra vida al lado de sus fuentes inagotables.

 

Fin.

 

 

4. ESCUCHANDO A BRAHMS

Su abuelo siempre escuchaba a Brahms, mientras escribía en su escritorio, y él, niño aun, permanecía en el jardín, a veces jugando, y a veces tendido en el césped, escuchando, y perdiendo su vista en el tenue aleteo de las hojas, entre el vasto y sosegado cielo azul. Alcanzaba al todo y se abrazaba al mundo; el gozo y la compasión llenaban su cuenco.

 Pero un día de aquellos, el abismo se desveló, el niño grito su espanto, hondo, de asombro y miedo, asustando a las avecillas que agitaron sus alas hacia todas partes. Llego el abuelo a abrazarlo, los ojos del niño eran lágrimas. Y desde entonces lo supo, y le dijo al abuelo - Voy a ser músico, abuelo, voy a ser músico- el abuelo lo comprendió, y ambos estuvieron abrazados, mientras el sol se despedía del jardín.

 

Fin.

 

5. DIALOGO ENTRE AMIGOS

La ventana estaba abierta, dejaba ver la noche profunda, una noche cubierta de estrellas. La oscuridad de la habitación solo era interrumpida por la luz de una pequeña lámpara de escritorio, y por la que la que proyectaba un monitor repleto de letras. Los libros eran innumerables dentro de la habitación, muchos de ellos ordenados en estantes, pero la mayoría apilonados desordenadamente sobre escritorios, sillas, o sencillamente en el piso. En medio de aquello estaba Juan Agüero con la mirada perdida hacia la lejanía que se dejaba ver por la ventana.

 Reflexionaba: "El mundo es voluntad y representación, la voluntad es el deseo, y la representación es el conjunto de imágenes con las que me identifico, y por las cuales mantengo a su vez mi sufrimiento. El padecimiento no es ciertamente propiedad exclusiva del hombre, pues toda la naturaleza gime en la miseria sin fin, pero en él se hace más amplio y profundo, debido a la sensibilidad desarrollada que acompaña a la facultad intelectiva. El problema del sufrimiento es un problema del hombre, y debe ser abordado por la disciplina que mejor se adhiere a  la profundidad y complejidad humana, la filosofía. Más, uno de los modos de ser del hombre mas fundamentales es la temporalidad, que a su vez describe a la misma filosofía, afán humano al fin, como actividad desenvuelta en el tiempo. Si queremos conocer al hombre, debemos desplegarnos junto a la historia de la filosofía».

 Así reflexionaba Juan, cuando lo desconcentró la breve melodía de su teléfono celular. Era Sebastián Sosa, su amigo filósofo, quien anunciaba que pronto llegaría a la casa para las acostumbradas tertulias de los jueves.

 Luego de un tiempo ya estaban los dos amigos conversando, separados por una botella de vino sobre la meza.

- Y dime Juan – dijo Sebastián – ¿por donde diriges actualmente tus inquietos pensamientos?

- A pesar de la aparente amplitud que suele  mostrar mi pensamiento –dijo Juan- mi punto de reflexión siempre es el mismo, como hacer de esta vida llena de miserias una experiencia tolerable.

- ¿Has llegado a alguna nueva conclusión? –preguntó Sebastián

- No, –dijo Juan- la respuesta es la misma, disminuir los deseos e incrementar la actividad espiritual.

- ¿Cómo piensas que pueda lograrse eso en un mundo lleno de carencias? –preguntó Sebastián

- Sin lugar a dudas esto va a ser muy difícil, –dijo Juan- no creo que sea un camino para cualquiera

- ¿Acaso pregonas alguna especie de elitismo espiritual? –preguntó Sebastián

- Si, –dijo Juan- y no dudo en afirmarlo, el mundo esta demasiado podrido para pensar que las masas puedan librarse de esta vida miserable, ellas están contentas en su mugre, te lincharían si pretendieras hacerlas cambiar; de esto ya nos habló Platón en el mito de la caverna.

- Crees que podemos librarnos de la influencia de las masas –preguntó Sebastián

- El hombre es un ser en relación, –dijo Juan- estamos relacionados con el mundo, con los demás, y con nosotros mismos. Aunque nos retiremos a un desierto permanecerá esa dimensión social en nosotros. Por ello, para lograr la disciplina del retiro es necesario la experiencia y el estudio.

- Deberíamos desapegarnos de la sociedad para vivir mejor, pero, ¿no esta acaso el problema en nosotros mismos antes que en la sociedad? –volvió a preguntar Sebastián

- Sin lugar a dudas lo que somos es lo principal cuando queremos desminuir los deseos e incrementar la actividad espiritual –dijo Juan-, pero si no identificamos los obstáculos que nos presentan las relaciones sociales, no podremos adelantarnos mucho en nuestras intenciones.

- ¿Qué piensas que pasará con un hombre apto para el crecimiento espiritual pero que no conociera tal tipo de obstáculos? –preguntó Sebastián

- Andaría de desengaños en desengaños, -dijo Juan- tal como un perro arrastrado a la fuerza por unos caballos

- ¿Piensas que es posible para ese perro andar a la par de los caballos? –preguntó Sebastián

- Si es posible para quien se auto-conoce y se auto-educa –dijo Juan

- ¿Porqué apuntas a la individualidad de la tarea? –preguntó Sebastián

- Nadie va a hacer el trabajo por nosotros, -dijo Juan- en esta tarea los maestros solo sirven de inspiración y de guía.

 

Así se desarrollaba el encuentro entre los dos pensadores, hasta altas horas de la madrugada, cavilando sobre las relaciones del hombre sensible con la sociedad podrida de nuestro tiempo. Cuando ya Sebastián se había ido, Juan permaneció contemplando el amanecer que de apoco se adentraba a su cuarto de estudio.

 

Fin.

 

6. REGLAS GENERALES DE VIDA

La noche de hondura abismal penetraba el silencio de la habitación, cubriendo de sombras estantes de libros, muebles, cuadros, y el cuerpo de un hombre inclinado hacia la luz de su pequeña lámpara. ¿Qué buscaba Juan en aquella lóbrega noche sin tiempo? Quizá buscaba la respuesta a la pregunta aun no planteada, buscaba el misterio que llena las cosas, o la infinita sed de todo lo que respira. Juan se decía a sí mismo: “Debo librarme de esta miseria que me acongoja, que debilita mi cuerpo y que lastima mi mente”.

 Leía con avidez, con un profundo deseo de saber la “verdad”. Se decía a sí mismo: “¿La verdad? ¿no será la verdad un mero invento como decía Nietzsche? ¿no seré yo buscando la verdad una especie de rata que hace girar y girar su ruedita para obtener un miserable bocado? Ah, debo estar loco, debería estar persiguiendo bellas mujeres o el imprescindible dinero como los demás. ¿Qué me esta pasando? ¿qué hice mal en mi vida?”.

 Juan salió un momento al balcón, las calles del centro de Asunción estaban desiertas, pensaba: “Al amanecer estas calles se llenaran de la muchedumbre afanosa, el deseo y el ruido serán el alma de esta ciudad podrida”. Se adentró de nuevo a la habitación, se dijo a sí mismo: “Quizá esta ciudad inmunda me esté enfermando el alma, debería abandonarla, retirarme al campo y respirar mejor”.

 A la semana siguiente Juan delegó todas sus responsabilidades, junto todos sus ahorros, y le habló a un amigo de Villarrica que estaba dispuesto a recibirlo en su granja como socio inversionista. Así, en un día lluvioso partió hacia Villarrica, llevando consigo todas sus penas y todas sus preguntas sin respuestas. Mientras viajaba, mirando placidamente el paisaje de campos y serranías, se decía a sí mismo: “La ciudad nos ha traicionado, nos ha prometido la plenitud y la libertad, pero solo nos ha llenado de cadenas, y nos ha embotado los sentidos con basura”.

 

 Al bajar del colectivo una fresca brisa acarició la frente de Juan; miró como se perdía lentamente el colectivo por el horizonte pintado de matices rojizos y azulados. Se orientó hacia el este, la inmensidad del Ybytyrusu se elevaba desde la espesa capa de bosques oscurecidos. A un costado de la ruta ya estaba su amigo Vicente esperándolo en una camioneta.

 El automóvil se abría paso por los caminos de arena como una luciérnaga en la noche, a medida que se internaban en la espesura de aquellos campos boscosos, Juan experimenta la frescura, a la par que un gozo espiritual que le daba la certeza de que no se había equivocado al venir.

 Al llegar, se sentaron frente a un rancho de la estancia, abrieron una botella de vino, y conversaron mientras observaban la lejanía de los campos bajo el cielo iluminado.

- ¿Cómo te decidiste a venir? –preguntó Vicente

- Estaba cansado, enfermo, la ciudad me tenía preso –dijo Juan

- ¿Qué enfermedad tenías? –preguntó Vicente

- Aun estoy enfermo espiritualmente, pero creo  que el campo me va a devolver la salud –dijo Juan

- ¿Por qué? –preguntó Vicente

- El campo es el espacio de la vida; la ciudad, el espacio de la muerte –dijo Juan

- ¿Porqué la ciudad se relaciona con la muerte? –preguntó Vicente

- La ciudad es la expresión de la inteligencia separada completamente de la percepción –dijo Juan-, en la ciudad ya no se contempla a la naturaleza, se vive como en un mundo virtual, en medio de una cotidianeidad llena de los efectos de las tecnologías de la comunicación, de las seducciones del consumismo, en fin, de afanes absurdos.

- ¿Porqué piensas que la tecnología y el consumismo nos enferman? –preguntó Vicente

- Pienso que al hombre-masa no le afecta –dijo Juan-, pues esta conforme con la sociedad establecida, pero al hombre sensible lo perturba, porque le impide ver su destino con claridad, le impide a su vez escuchar su llamado, la vocación que corresponde a cada uno.

 Vicente asintió, satisfecho con las palabras de su amigo, y dijo:

- Quizá tu destino sea ver al médico de la zona, un estudioso de la naturaleza, lo conocí cuando fui a consultarle por un problema estomacal, es un médico excéntrico, me habló también, como tú, de las diferencias entre la ciudad y el campo, apuesto a que te quita tus inquietudes.

- No creo que nadie pueda curarme –dijo Juan-, a no ser yo mismo, ¿pero porqué no conocer a tal estudioso? Tal vez podamos aprender algo de Él.

- Mañana lo visitaremos –dijo Vicente asintiendo.

Luego de un momento Vicente se retiro a dormir, no sin antes indicarle a Juan la habitación reservada para él.

 Juan quedó a contemplar las estrellas, que brillaban en un largo cause que se perdía cerca de las oscurecidas cumbres del Ybytyrusu.  Se decía a sí mismo: “He vivido todo mi pasado para llegar hasta aquí, todo momento es una cumbre”.  

 

Al día siguiente Vicente y Juan ya estaban recorriendo el largo camino cubierto de altos eucaliptos que conducía a la casa del médico. Al llegar, un hombre les hizo pasar a un amplio corredor, rodeado por un colorido jardín. Se sentaron, y al momento vieron que se abría una puerta, era el médico que acompañaba a un paciente que hablaba animadamente.

 Al retirarse el paciente, el médico les invitó a pasar. Era Sebastián Ocampos un hombre de pelo blanco, y de una nutrida barba grisácea, su mirada era penetrante y serena, tenía una frente amplia, era de estatura mediana. La habitación que el doctor Ocampo utilizaba como consultorio estaba cubierta de libros. Mientras se sentaban, Juan trato de leer algunos de los títulos. El doctor Ocampo comentó:

-El sesenta por ciento de estos libros no son de medicina, sino de Sociología, Psicología, y Filosofía.

-¿Gusta de la filosofía? –preguntó Juan

- Ah, si –dijo el doctor Ocampo-, creo que es mi auténtica vocación, la medicina no ha sido para mi mas que un medio de subsistencia, un afán juvenil que pronto se enfrió; en cambio la filosofía lo es todo para mi.

 Luego de un momento de conversación, el doctor Ocampo pregunto cual era el motivo de la visita, si alguno de los dos poseía algún malestar. Juan se limito a responder:

- Yo creo que estoy enfermo del mal de las ciudades.

- ¿El mal de las ciudades? Interesante enfermedad –dijo el doctor Ocampo-, supongo que te duele el alma y el cuerpo.

- No doctor Ocampo –dijo Juan-, no me duele nada, la enfermedad de  las ciudades no es mas que cercanía al abismo, la conciencia de la nada del mundo.

- Es la angustia –dijo el doctor Ocampo-, la única manera occidental de convivir con ella es la filosofía, la manera oriental es la meditación, la religión de occidente se ha convertido en puro formalismo.

- Estoy de acuerdo con usted –dijo Juan-, ¿donde encuentro a la filosofía por aquí?

- En ti mismo –dijo el doctor Ocampo-, también la puedes encontrar en mis peñas de los domingos, en donde conversamos de filosofía y de arte con un grupo de estudiantes y profesores de filosofía; o puedes venir a visitarme entre semana, cuando cae la tarde, me encantaría que leas mi libro  y que me des tus impresiones.

 Al momento el doctor Ocampo extrajo de uno de sus cajones un libro, cuyo título decía “Pensamientos fundamentales de los grandes filósofos”. Juan le dijo al doctor Ocampo que le gustaría pasar por las tardes. 

 

Siempre que tenía la oportunidad Juan llegaba durante la tarde a  la casa del doctor Ocampo. En una de esos encuentros Juan le hizo al doctor Ocampo una pregunta que durante muchas noches no le había dejado dormir, ¿Cuál es la manera más inteligente de vivir?

-Es de una enorme importancia la pregunta que me acabas de hacer –le dijo el doctor Ocampo-, creo que un hombre que pretende alcanzar la sabiduría debe reflexionar cada día sobre los principios que le permitirán vivir lo más inteligentemente posible su vida. Pero debemos tener en claro que las normas que sigamos deberán estar fundadas en una jerarquía de valores, que a su vez estará fundamentado en una antropología, que a su vez estará en dependencia de una metafísica, ya sea de carácter débil, como postulan los pensadores postmodernos, o de carácter fuerte como sostiene la filosofía tradicional.

 Tratemos entonces de numerar cada una de las reglas que se nos parezcan importantes:

Primera regla: “buscar la disminución del dolor antes que el placer”. Esto debe entenderse a partir de la consideración del placer como un fenómeno meramente negativo, frente a lo inmediato y positivo del dolor. El hombre no es más que un cúmulo de mil necesidades; por cada necesidad satisfecha hay diez que no han sido atendidas; a su vez, por cada una de esas satisfacciones renace en nosotros la esperanza de alcanzar la felicidad, pero lo único que logramos es disminuir algo la sed infinita que sentimos en el desierto de la vida.

 Segunda regla: “La gravedad del inconveniente que acongoja a un hombre nos revela el grado de bienestar que posee”. Así, el malestar es tan inevitable que por pequeño que sea sabrá hincharse hasta alcanzar enormes proporciones, y así ocupar la atención inmediata.

 Tercera regla: “Es necesario establecer un plan reducido de vida”. Esto es, concentrar nuestras atenciones fundamentalmente hacia el cultivo del espíritu antes que hacia el logro de bienes materiales.

 Cuarta regla: “Es necesario establecer un auto-estudio”. Para ello es necesario tener en cuenta algunos criterios clásicos de tipología psicológica. Así, tenemos tres tipos fundamentales, el tipo de nutrición, el tipo motor, y el tipo cerebral.

 Quinta regla: “Es necesario establecer una proporción adecuada entre la atención que prestamos tanto al presente como al porvenir”. Los que prestan demasiada atención el presente son las personas frívolas, que piensan que la vida esta hecha para vivirla, para gozar de ella tanto como se pueda, desoyendo los preceptos de los más grandes sabios de todos los tiempos, que recomiendan la prudencia y la circunspección constante. 

 Sexta regla: “Restringir nuestros dominios tanto sociales como espirituales”. Cuando mas vasto es el círculo que en el cual nos desenvolvemos mas es estimulada la voluntad individual, o en otras palabras, el ego, y ello trae aparejado consigo mas deseos, malestares, e inquietudes.  En relación con esto podemos entender porque la vida es mas bella durante la niñez, donde las relaciones sociales son mínimas y el espacio físico se reduce principalmente al hogar. En la juventud los contactos sociales se amplían, a la vez que nace la preocupación por la apariencia exterior, la ropa, la belleza física, etc. El inconveniente que trae el cumplimiento  de esta regla es que abre paso al tedio, frente al cual la única auténtica medicina es la actividad espiritual, propia del hombre cultivado.

 Séptima Regla: “Lo que ocupa la conciencia determina el bienestar”. Todo trabajo espiritual es una fuente de gozo constante; en cambio el trabajo cotidiano es una sucesión constante de malestares y esperanzas. La actividad exterior es fuente de distracciones, aleja de la tranquilidad y el recogimiento que exige la labor intelectual.

 Octava Regla: “Es necesario retornar muchas veces a nuestros recuerdos para cosechar las enseñanzas que nos deja la vida”. La experiencia es como un gran libro al que debemos someter a reflexión continuamente. Mucha experiencia acompañada de poca reflexión es como un gran libro que difícilmente pueda ser entendido sin las notas a pie de página. Mucha reflexión, pero acompañada de poca experiencia es como un libro de poco texto, pero con un exceso de notas, que hace difícil su comprensión.

Novena Regla: “Bastarse a sí mismo”. Quizá la principal fuente de malestar este en el contacto con las masas, que exige una acomodación espiritual recíproca que implica la renuncia a sí mismo por parte del hombre de riqueza intelectual. Las grandes fiestas, la algarabía social, lo único que nos deja es el hastío, del que otra vez huimos vanamente buscando más contacto social. La libertad, esa palabra central en los pensamientos de los más grandes filósofos, solo puede lograrse en la soledad. La cercanía, frecuencia, y confianza en las relaciones sociales esta en una relación inversa a la riqueza espiritual.

Décima Regla: “La envidia es natural al hombre”. Es necesario evitar la inclinación a este sentimiento por las repercusiones negativas que tiene sobre la serenidad del espíritu. En los momentos de flaqueza espiritual, en contrapartida, el mejor remedio no es fijarnos en aquellas personas afortunadas o en situaciones que nos parecen deseables, sino en personas que se encuentran en peores condiciones que nosotros, o en situaciones más embarazosas.

 Podemos decir que tres pueden ser los tipos de envidia, la envidia por la sangre (o por la pertenencia  a una nobleza social), la envidia por el dinero, y la envidia por el genio o la riqueza espiritual. A estos tres tipos de envidia se corresponden tres tipos de aristocracia, la de la sangre, la del dinero, y la del espíritu. De las tres, sin lugar a dudas la última es la más elevada.

 Décimo primera regla: “Antes de tomar una decisión en el ámbito que fuere, es necesario someter el problema a un análisis riguroso”. Esto en particular, considerando las limitaciones del conocimiento humano, y la fuerte influencia del azar en el mundo. Por tal motivo, en las cuestiones importantes, si no existe una necesidad imperiosa de cambio es preferible mantener las cosas como están, tal como dice el dicho latino: “quieta non movere”, no mover lo que esta quieto. Sin embargo, una vez tomada la decisión, la acción debe realizarse con firmeza, considerando que se ha reflexionado lo suficiente sobre el problema. En ocasiones puede que nos lamentemos por las decisiones tomadas, mas ello puede encontrar cura en la consideración de que todas las empresas humanas se encuentran sometidas al azar, tal como lo sostenían los epicúreos; o de lo contrario, puede considerarse, tal como lo hacían los estoicos, que en la vida todo ocurre necesariamente. Toda medicina es válida cuando de lo que se trata es lograr la serenidad interior.

 Duodécima Regla: “Considerar que en el mundo todo ocurre necesariamente”. Esta enseñanza se relaciona con las ideas de los estoicos, así como también podemos relacionarla con Spinoza o Schopenhauer. Cuando frente a un hecho sucedido ya, nos imaginamos que hubiera podido ser de otro modo, podemos ganamos innecesariamente un molestoso tormento, que no nos dejará poner la cabeza en calma. Pero esta regla no debería hacernos olvidar que muchos de nuestros inconvenientes diarios tienen que ver con nuestros propios errores o negligencias, por lo cual deberían servirnos de motivos para la enmienda de nuestros actos. 

Décimo Tercera Regla: “En la consideración de lo que hace a nuestro bienestar o desgracia de debemos dejar de lado la imaginación”. El peligro de formar castillos en el aire es la posibilidad de que en cualquier momento de derrumben, llevando tras de sí la serenidad interior. Debemos procurar no auto atormentarnos pensando constantemente desgracias que no tienen presencia real. Sin embargo, hay que considerar que en un mundo lleno de necesidades, de azar y de error, hay que prepararse prudentemente para afrontar tales circunstancias, y comprender que con ellas llega una oportunidad de auto-enmienda, por más fatal que pueda parecer el acontecimiento.

Décimo Cuarta Regla: “Cuando nos incomoda algún deseo, no debemos concentrar la imaginación en ello, sino en como reaccionaríamos si nos faltara lo que ya poseemos”. Así, podemos hacernos una simple pregunta: ¿Qué valor le daríamos a lo que poseemos si es que lo perdiéramos? Luego de este simple ejercicio, los nuevos valores de lo que poseemos nos permitirán preocuparnos por su mantenimiento antes que por su aumento.

Décimo Quinta Regla: “Cada problema debe ser bien delimitado, sin que los vaivenes de los estados de ánimos influyan en el abordaje de los mismos”. En tal sentido, hay que guardarse de introducir los efectos de nuestros problemas personales en nuestros problemas de negocios, por tomar un ejemplo común.

Décimo Sexta Regla: “Poner rienda a los deseos, la codicia, la cólera”. Consideremos que las capacidades que el individuo tiene en la vida son limitadas en una vida que pasa como un suspiro, en cambio los males lo rodean por todas partes y todas horas. En relación con esto no estaría de mas citar el conocido lema estoico, el “abstine et sustine”, abstenerse y aguantar.

Décimo Séptima Regla: “Considerar la vida como un movimiento constante”. En relación con ello podemos decir que el pensamiento de Aristóteles es un intento constante de explicar el movimiento en todos los ámbitos de la realidad. Así como nuestro cuerpo físico se halla en un movimiento constante, ya sea de los nutrientes, ya sea de los impulsos nerviosos, la mente necesita una ocupación constante, un propósito al cual dedicar sus esfuerzos para no caer en el aburrimiento. Una muestra de que el hombre necesita constantemente estar en movimiento es la costumbre de muchas personas que no tienen en que ocupar la mente, de ponerse a tamborilear con los dedos a lo que tenga a mano. De acuerdo al temperamento y al carácter de cada uno se deben elegir las ocupaciones que ofrezcan la mayor satisfacción y posibilidad de realización. Si nos valemos de algunas consideraciones, ajustando algunos términos, podemos decir que existen diferentes tipos de hombres con diferentes tipos de bienes, y esto considerando, que el tipo de hombre superior es aquel cuyo bien corresponde a la actividad intelectual o contemplativa.

Décimo Octava Regla: “Nociones claramente concebidas son las que deben guiar cada uno de nuestros actos”. Principalmente en la juventud, es cuando el hombre deposita sus planes de felicidad en las interminables imágenes agradables que se le presentan. Frente a tales imágenes no existe nada mejor que oponerles fríos razonamientos, que devuelvan al pensamiento hacia las condiciones esenciales de una vida llena de tormentos.

 Décimo Novena Regla: “Hay que dominar la impresión de lo que se presenta como inmediato”. Lo que es visible, presente ante los sentidos, se presenta con más fuerza que el pensamiento, que actúa siempre en forma mediata. En tal sentido, el auto dominio manifestado por un individuo frente a situaciones conflictivas, es señal de una mente cultivada y atenta.

 Vigésima Regla: “El cuidado de la salud corporal”. Muchas son las veces que el hombre de las ciudades sacrifica su salud (corporal y espiritual) por la obtención de dinero o la figuración social. El cambio de esta actitud es el primer paso que debe ser tomado para el cultivo de nuestra salud integral.

Comencemos hablando de la importancia para nuestra salud del “aire puro”. El aire puro es el primer alimento y la primera medicina para el cuerpo. De esto se desprende que deberíamos tratar de pasar cierto tiempo en contacto cercano con la naturaleza, por ejemplo, pasar un día de campo por lo menos una vez al mes, excursionar por los bosques, o paseos por los cerros; y si no es posible, por lo menos caminar por los parques, o al costado de arroyos o ríos. Siempre debe respirarse por la nariz y no por la boca, pues sólo a través de este primer conducto el aire entra purificado. Es recomendable respirar profundamente al amanecer, en el patio, en el caso en que vivamos en las ciudades, o mucho mejor, en el campo.

 En cuanto a la “alimentación”, mucho se ha hablado por parte de los naturistas de la conveniencia de una dieta vegetariana, pero antes me inclino por sostener que lo necesario es una buena digestión de los alimentos escogidos, que se manifiesta de manera clara en la consistencia de la materia fecal. Sin una buena digestión, el alimento más bueno y natural puede producir una desagradable intoxicación.

 Entre las sustancias que nutren nuestro cuerpo, unas de las principales es el “agua”. El agua no tiene solamente la virtud de nutrir a nuestro cuerpo, sino también de purificarlo; así, el agua limpia tanto el exterior como el interior del cuerpo. Cuando se tienen indigestiones, la mejor manera de hacerla pasar es tomando pequeños sorbos de agua durante todo el día. Cuando una persona se siente muy agitada lo primero que se debe hacer es darle un baso de agua para tranquilizarla. En el Paraguay la bebida más folclórica y popular es el tereré, no esta por demás decir, que gran parte de la salud que posee el campesino paraguayo se lo debe al tereré. 

 Otra norma de salud importante es mantener la “limpieza” en todo. Ya hablamos más arriba de la importancia del agua para la limpieza tanto interior como exterior del cuerpo. Es necesario a su vez, mantener limpio los lugares en lo pasamos la mayor parte del día. Sin lugar a dudas, en medio de este afán debemos lidiar siempre con el inevitable inconveniente de vivir en ciudades contaminadas por gases tóxicos  y ruidos molestos.

 Otra norma, debemos “evitar los desbordes de estados afectivos”. Estos desbordes tienen fuerte impacto en todo el sistema neuro-endócrino, situación que explica cualquier tipo de desequilibrio orgánico. Los distintos tipos de afecciones (emociones, sentimientos, pasiones) deben ser puestos a raya para sustentar la salud orgánica, y para ello, nada mejor que seguir las normas que ya hemos apuntado.

 También debemos considerar los “ejercicios físicos moderados”, imprescindibles para mantener la salud. Por ejemplo, las caminatas al aire libre, pueden ser consideradas como el mejor ejercicio.

 Por último, debemos aludir al “descanso”. Durante el sueño tanto el cuerpo como la mente encuentran un sano alimento y remedio. De ser posible debemos dormir con las ventanas abiertas, para que el aire circule libremente por la habitación, pero eso si, debemos evitar las correntadas.

 En fin, reconozco que estas reglas que te he dado no son fáciles de seguir, pero creo que pueden contribuir a hacer algo mas habitable este complejo mundo en el que nos toca vivir.

 

Fin.

 

7. ADMINISTRADOR

Numerosos libros estaban dispersos por la oscura habitación; del río subía un lóbrego viento,  que  refrescaba el semblante de Juan, sumido en la ardorosa búsqueda de una respuesta a sus cuestionamientos atormentadores. Levantó el rostro y observó hacia su amplio balcón, donde se dibujaba el crepúsculo asunceno, con la silueta del río que se perdía en la lejanía.  Juan susurraba en el silencio: “La gran búsqueda, mi propia vida; soy soldado del infinito y mendigo de la inspiración, pero aun soy perro con el hocico hambriento; desconfío de mi mugre como de las bondades de los hombres; si, soy la naturaleza que camina y que se abre paso a través de ella misma; sagradas son mis alturas y escorias, mis lagrimas y risas, mis muertes, mis vidas...”.

Juan no paraba de escribir en su computador, las ideas rebosaban en su espíritu angustiado.

 Repentinamente todo se había hecho problemático en la vida de Juan, su cotidianeidad empezó a mostrarse endeble, al revelar la nada sobre la que estaba asentada. Ya hacía un año que había delegado todos los poderes de su empresa, antes de mandar al diablo al mundo.

 

Luego de unas horas de intenso trabajo sintió el timbre de su silencioso apartamento. Era Vicente, el amigo de Juan que tenía unos campos en Villarrica.

 Luego del desarrollo protocolar de la conversación, Vicente le comentó a Juan que tenía la oportunidad de hacer un buen negocio, pero que le hacía falta un socio, que no solo aportara algo del imprescindible capital, sino también la presencia física para un control eficaz. Antes de despedirse Vicente le dijo: "Pensé en vos porque siempre me visitaste en mis campos, que ya son tuyos Juan, también por tu conocimiento de la vida, y porque ayer soñé que trabajabas en mi estancia. ¿Sabes qué? No creo mucho en los sueños, pero los respeto, por eso aunque sé que no vas a aceptar mi ofrecimiento vine a dártelo".

 Para la sorpresa de Vicente, Juan le pidió 24 horas para tomar una decisión.

 

 Reflexionó todo el día, estaba decidido a aceptar la proposición de su amigo, pensaba que un contacto más cercano con la naturaleza le podía aliviar de sus constantes desdichas espirituales.

 Apenas amaneció, Juan hizo una llamada a Vicente, para confirmarle que aceptaba su proposición y que ese mismo día, salía hacia Villarrica.

 

La ventanilla abierta del colectivo dejaba pasar la frescura del viento, mientras el paisaje se movilizaba, recorriendo bosques, cerros, campos, ranchos y cultivos. Juan pensaba en todo su pasado, reviviendo los vericuetos de su vida que parecían desembocar en su decisión de trasladarse al campo.

 Al llegar a la compañía guaireña, en un cruce de la ruta y un largo camino de arena, el colectivo paró.  Al bajarse, Juan sintió la fuerza del viento que ya anunciaba una inminente lluvia. Miró a lo lejos, hacia los campos solitarios, donde las cabelleras de los numerosos cocoteros eran estiradas por un soplo cada vez mas intenso.  Empezó a caminar, se sentía en el paraíso, le parecía que todo estaba bien en el mundo, hasta el perro que salió a recibirlo con ladridos de uno de los ranchos vecinos.

 Luego de una caminata de cerca de dos kilómetros, Juan llegó a la estancia donde habría de quedarse. Al costado de la tranquera de acceso moraba un capataz, que ya había visto varias veces a Juan en sus acostumbradas visitas al lugar. Al verlo, lo saludo desde lejos, y camino hacia él para abrirle el paso, mientras su perro se adelantaba lanzando unos cuantos ladridos que rápidamente fueron duramente reprimidos por el capataz. Juan pasó y se sentó bajo el alero de paja de la casa del capataz. Ya la noche había caído. En el campo la oscuridad estaba poblada de una sublime expresión, con colores en el cielo, con sonidos de ranas, grillos, gallos lejanos, y el triste urutaú.

 Luego de un momento ya la vieja moto del capataz arrancaba, y se dirigía hacía la estancia llevando a éste y a Juan por los intrincados caminos de arena del lugar. A lo lejos Juan vio la tenue iluminación de la estancia, en medio de la inmensidad de una noche cubierta de estrellas. Se entregaba al momento, sentía que desde toda su vida había venido para experimentar el gozo enorme que le producía el lugar. Luego de un momento paró el ronroneo de la moto, ya estaban en la estancia. Un profundo silencio habitaba el lugar, sólo interrumpido por el rumor del viento entre los ramajes de los árboles.

 El capataz fue a buscar enseguida a don Antonio. Don Antonio era el encargado de la estancia. Al momento volvieron el capataz y don Antonio, Juan estaba concentrado admirando a las estrellas.

-Aquí tenemos a una poeta o a un científico –dijo don Antonio al llegar.

-Creo que sólo soy un amante de la sabiduría –dijo Juan sonriendo.

Don Antonio ya conocía de antes a Juan, quien siempre que pasaba intercambiaba comentarios sobre magia natural y filosofia con don Antonio. Don Antonio era propietario de unas diez hectáreas colindantes con la propiedad de Vicente, que lo había heredado de su padre, pero nunca las toco, siempre se conformo con su vida humilde y en contacto cercano con la naturaleza. Aceptó venir a vivir a la estancia de Vicente, como quien puede vivir en cualquier parte, mientras este cerca de su bosque.

-Me comentaron que vas a administrar la estancia –dijo don Antonio.

-Si, creo que esto se presenta como mi destino –dijo Juan como tentando los comentarios de don Antonio.

- Sin lugar a dudas la naturaleza te llevará a tu destino –dijo don Antonio-, aunque tu no quieras; la vida es como aquellas parábola de los estoicos, en donde aparece un perro estirado por un antiguo carruaje, de la libertad del perro depende que tome el mismo tranco que el carruaje, o de lo contrario resistirse, pero ¿qué lograría con ello? Nada, solo ser arrastrado miserablemente por el carro del destino.

-Es así –dijo Juan-, aunque no tenga muchos motivos económicos para trasladarme al campo, si tengo motivos espirituales, que me ayudan a comprender que esto es lo que debo hacer.

-El estar seguro de su destino le proporciona al hombre una profunda serenidad –dijo don Antonio-, esa es la auténtica señal de que uno esta por el camino propio.

-Si –dijo Juan-, creo que estoy hablando contigo, contemplando esta noche pletórica de estrellas, y entendiendo la revelación de la unidad de la naturaleza porque algo se esta cumpliendo en mi.

-Todo es Uno –dijo don Antonio-, y por ello podemos reconciliarnos con nuestro pasado, y consagrarlo como nuestro propio destino.

 

Así conversaron largas horas, hasta que a ambos les llego el sueÑo. Antes de dormir, Juan se quedo mirando unos minutos el lejano horizonte estrellado, mientras se decía a si mismo: "Todo es Uno, mi vida toda, mis dolores y el gozo indesceiptible del espíritu".

 

Fin.

 

8. LA NO-ENSEÑANZA

 La Luz concentrada de una pequeña lámpara abrazaba a los libros y hojas sueltas del escritorio. Las paredes estaban cubiertas de estantes repletos de libros, así como de polvorientos retratos de algunos filósofos. El computador estaba apagado, ese día no había escrito nada, y apenas había leído, permanecía quieto, sentado en su viejo sillón, experimentando sentimientos lejanos, pensamientos espontáneos.

 La noche dormía en un profundo silencio, y Juan se dejaba llevar por la oscuridad de sus pensamientos:- Ah, la naturaleza, el fuego que arde en mi alma me empuja por sus inmensos secretos, pero acompañado de una profunda melancolía, por no ser quien uno es, porque el buscador se desliza con la naturaleza, destruyendo a su paso las débiles defensas que aseguran lo cotidiano, la vida entre los hombres. Y el precio por la intuición ningún humano querría pagarlo, pero la naturaleza no da elección, sus pasos son mas rápidos que la razón-. Aquella noche, llena de ángeles y demonios, de visiones certeras, de fuegos hirientes, aquella noche permaneció observando a los perros rabiosos de su perrera interior, ¿pero lo sabia Juan? ¿Sabia que el intento a veces carcome la cordura? La naturaleza no espera, cuando no existen barreras que tranquilicen, ella busca entonces su cura en la misma ponzoña que la envenena, en el mismo puñal que de a poco la mata...

 

 Ya lentamente iba amaneciendo, Juan yacía arrojado sobre los papeles y libros de su escritorio; desde todas partes llegaban los trinos de las aves, y lejanos ronquidos de algunos buses. – Ah, maldita voluntad que no me permite dormir como cualquier animal, como cualquier perro; qué daría yo por ser un perro y poder dormir sin quejarme de mi condición. Ah, el pensamiento, esto que me condena deberá ser la clave de mi salvación. ¿Estaré repitiendo a un estoico? Y también, no me importa, me importa dormir un poco y ser lo que soy, dejarme de estas tretas del pensamiento, de este teatro inmundo que es tener que aparentar ante los demás.- 

 Juan se alejo de sus pensamientos y de su escritorio, se dirigió hacia la cocina buscando algo que pudiera parecerse a un desayuno. Encontró un pan endurecido, puso a hervir agua en una pava, dentro de la cual luego lanzaría un saquito de té. Aquel desayuno no fue muy sabroso, pero eso a Juan no pareció importarle mucho, se había olvidado un instante de sus tormentos, y con eso bastaba. Pero una función vital sucedía a otra, y así, la angustia volvió a ocupar su trono temporalmente cedido.

 Juan pensaba – Esto que siento se me antoja muy pesado, ¿qué puedo hacer? Ay! ¿Por qué esto me pasa a mi? ¿Qué mal le hice a alguien? Y sé que frente a esto ni siquiera el suicidio salva, ¿podría salvarme? ¿Salva la filosofía?

 Se incorporo entonces Juan del lugar donde yacía, y se dirigió al pequeño balcón que aireaba su habitación. Observo a las calles vacías y silenciosas todavía envueltas en penumbras. Un vendedor de diarios pedaleaba sobre el asfalto.

 

Juan, el arte es largo y la vida es breve, deja ya de girar como un trompo. Estas palabras que vienen de Goethe y Marco Aurelio deben ser vividas por ti si es que quieres ser en verdad un filósofo; fíjate que serlo en nuestro tiempo es una especie de quimera, una empresa quijotesca para muchos; pero al final siempre será así, solo el filósofo sabrá que es un filósofo, y alguno quizá ni siquiera pueda expresarlo en palabras. Anímate a ser lo que eres, y eso lo diría a cualquiera, si tú fueras un empresario indeciso te diría anímate a ganar mas dinero. Pero solamente cada uno sabe a que ha venido. Más, generalmente nos molestamos a nosotros mismos para no cumplir plenamente lo que debemos. Pero al fin de cuentas, solo hacemos lo que necesitamos, y así, solo puedo serte útil, y solo podrás vivir aquellas palabras que te cite, si es que en verdad lo necesitas. – Guardo silencio el profesor Heise, y dirigió su vista hacia la lejanía imprecisa del río Paraguay que se divisaba desde su estudio, en un viejo edificio céntrico de la ciudad de Asunción. El profesor Heise era un filósofo, dejo la docencia luego de muchos años para dedicarse solo a estudiar; conoció a Juan cuando este fue su alumno en la universidad; conversaban en donde sea, Juan apreciaba mucho el constante consejo que el profesor Heise daba a sus alumnos: “la filosofía debe ser vivida, debe marcar cada movimiento del cuerpo, cada pensamiento, cada palabra”. Juan se hizo amigo del profesor, le brindó una devoción inquebrantable durante la época de la universidad, para luego con el tiempo convertirse en uno de sus discípulos.

 

 Juan dejo el estudio del profesor Heise, caminaba lentamente, con las manos en los bolsillos, pensaba, y mientras lo hacia contemplaba las calles, para él ambas cosas eran lo mismo. – Es extraño, no he solucionado ningún problema, pero me siento bien, podría decir que hasta feliz, pero dudo de que el ser humano pueda llegar a ser feliz, pero esta felicidad es diferente, es como la de los estoicos y epicúreos, es por la desaparición de muchos deseos, si, deseos que quizá ni siquiera conocía.

 El profesor Heise siempre me repite lo que ya sé, lo que ya me señaló, pero cuando él las pronuncia, las palabras no son simples palabras, en él las palabras viven, o él vive en las palabras. Cuando pienso en ello me viene a la cabeza la imagen de Don Quijote, quizá también el profesor Heise es una especie de chiflado, y yo doblemente chiflado por escucharlo a él. Pero él no me enseña nada, ni siquiera quiere enseñarme, él solo me da lo que le pido, tal como se le da a alguien un baso de agua. Todo queda por delante, y su vez, cuando entiendo aquellas palabras, se que nada queda, nada importa demasiado. Estar despierto, como el profesor Heise, como un filósofo, eso es ser feliz.

 El río se escurría hacia la lejanía, una canoa remaba lentamente hacia la costa. Juan miraba hacia el río.

 

9. LOCOS

Pedro permanecía quieto, con la mirada perdida en una extraña lejanía, no se sabia si de su alma o del paisaje campesino que lo rodeaba.

 Cuando Pedro apenas tenia trece años, el auge de la gente del campo hacia la Asunción lo alcanzó. Con lágrimas en los ojos su madre hacía adiós al hijo aventurero, sin saber que una de las principales causas de su obstinación por viajar era las infinitas peleas entre ella y  el padrastro de Pedro, que a veces terminaban con golpes y amenazas con arma de fuego. Pedro solo escuchaba impotente aquellas rencillas, mientras crecía su rabia, no solo contra su padrastro, sino también contra su madre, por su idea de casarse con aquel hombre para él tan despreciable.

 Ya en Asunción, se reunió con unos parientes y aprendió el oficio de la zapatería. Varios años vivió en la capital, se sentía a gusto entre sus parientes y amigos, hasta que lo que en un principio le parecía una simple relación de placer se convirtió en la tormentosa vivencia de una situación límite.

 Cierta dama llamada Nilda lo seguía siempre con la idea de conseguir algún romance con él, que por su parte casi siempre se mostraba indiferente hacia sus insinuaciones. Pero a medida que pasaba el tiempo Pedro empezaba a plantearse la posibilidad de obtener algo de aquella mujer tan insistente. Llego entonces una noche, Pedro caminaba por unas veredas oscuras, pensaba llegar a un barcito cercano, beberse alguna cerveza, y charlar con algún amigo; pero de pronto sintió una mano que lo atajaba del brazo, era Nilda, que lo había alcanzado, y que lo invitaba a acompañarla hasta su apartamento. Le dijo: –vamos, no seas tan descortés conmigo, solo quiero que camines conmigo un rato. Pedro sonrió –bueno, vamos entonces.- respondió.

 Cuando llegaron al apartamento de la mujer, ésta lo invito a pasar, Pedro de nuevo acepto, ya estaba decidido a pasar la noche con Nilda. El apartamento era pequeño pero  amueblado, en un modular se encontraban numerosos libros, Pedro los miro de reojo, en algunos se leía “Astrología Práctica”, “La Lectura de las Manos”, “Tarot”. Dos cuadros baratos pendían de la blanca pared. El lugar era limpio, y simple. Nilda lo invito a sentarse. Toda la noche conversaron sobre aquellos libros del modular, entre alcohol, cigarrillo y sexo.

 Pedro nunca se imaginó que podría llegar a entusiasmarle tanto el ocultismo. De la mano de Nilda empezó a introducirse en aquel mundo que a la par que fascinación le comunicaba ciertos atisbos de un terror que ni siquiera Nilda podía explicarle.

 Pero la intimidad entre Nilda y Pedro había llegado a una cota; al menos así lo entendió la dicharachera de Nilda, quien empezó a coquetear con otros hombres, y a poner excusas para evitar las cada vez más numerosas visitas del entusiasmado de Pedro. Y a su vez, Pedro empezó a notar aquel cambio de actitud de su pareja, que en un principio le parecía solo temporal, hasta enterarse de que Nilda ya andaba con otros amoríos.

 Una honda pesadumbre calló sobre el cuerpo y el pensamiento de Pedro. Sentía que de un momento a otro alguien le había puesto una pesa de acero sobre los lomos. Durante el día y la tarde, mientras trabajaba en la zapatería, se atormentaba pensando en los placeres que Nilda estaría viviendo con otros hombres; se concentraba buscando y encontrando todas las ingratitudes que había tenido la mujer con él; se llenaba de rabia al pensar que lo había tratado como a un tonto. Cuando llegaba la noche Pedro se pasaba volteándose sobre la cama, luego probó con el piso, y aun después empezó a rezar, recordando aquellas oraciones que había aprendido de niño, pero nada funcionaba. Cierta noche consiguió dormir dos horas, soñó con monstruosos seres infernales que lo torturaban con sus gritos, burlas, y obscenidades. Luego de un tiempo Pedro dejo de ir al trabajo. Le diagnosticaron un cuadro depresivo y una ulcera sangrante. Pedro creía que la mujer lo había embrujado.

 Un pariente hospedó a Pedro en su casa, ya que éste, al no poder trabajar, no podía pagar un alquiler y ni siquiera solventar sus alimentos. Pedro veía enemigos en todas partes, creía que todo lo que le pasaba provenía de los hechizos que le había asestado la bruja de Nilda. Y cierto día, estando Pedro en la terraza de la casa, vio pasar a un vendedor de periódicos, luego se ensayó con el pobre hombre arrojándole unas piedras que tenía a mano en la terraza. Pedro pensó que aquel vendedor de periódicos no era más que un simulador que quería arrojar algún objeto hechizado en la casa. Al cabo de una semana su pariente decidió internarlo en un hospital neuro-siquiátrica de Asunción.  

 

El hospital estaba poblado de gente con ojos inflamados, que andaban cansinamente, como aquellos niños que apenas empiezan a caminar; otros en cambio, caminaban como cualquier ejecutivo apurado por la calle de alguna metrópoli. Pedro abrió los ojos, el sedante que le inyectaron antes de traerlo empezaba a perder efecto. Observó a un hombre baboso que lo miraba con la cara pegada a la ventanilla de la ambulancia. Se levantó sobresaltado observando a su alrededor: un terreno con muchos árboles, frente a un amplio edificio de paredes blancas; por el patio caminaban algunas personas vestidas estrafalariamente, también algunos enfermeros vestidos de blanco. Buscó entre ellas algún semblante conocido, pero nadie, y menos aquella cara babosa que lo miraba por la ventanilla como un niño. Pedro empezó a darse cuenta de donde estaba, se acostó de nuevo en la camilla, ahora todo aquello le parecía indiferente; cruzó las manos bajo la cabeza, cerro los ojos, y repitió para si mismo: “Bienvenido al infierno Pedro, bienvenido al infierno.”

 

Un enfermero lo acompañó hasta donde sería su pabellón; el crujido del portón de barrotes volteó hacia ellos a todos los que estaban en el patio interior del pabellón; unos cuantos se acercaron para mirar de cerca al recién llegado, eran como zombis que le preguntaban su nombre, su profesión, su club, también alguno pedía llorando al enfermero que lo deje salir; hasta que apareció un hombre corpulento entre aquello que se había convertido en un barullo inentendible; era Luis, un interno que colaboraba con los enfermeros y doctores por algunos beneficios excepcionales de comida y libertad, y por la promesa de dejarlo salir. El enfermero agradeció la ayuda de Luis, y condujo a Pedro a una amplia habitación que servía de dormitorio a los internos. Eran amplias camas de dos pisos, pegadas a unas paredes ennegrecidas por la humedad; la iluminación de la habitación se limitaba a la natural que ingresaba por las dos puertas laterales; las baldosas del piso, a pesar de estar limpias, mostraban desgastes y quebraduras. El enfermero le indico un lugar donde podría recostarse, y antes de retirarse le avisó que dentro de unas horas tendría una consulta con el médico del hospital. Pedro se acomodó en la cama sin decir nada, cerró los ojos y suspiró hondo, tenía un fuerte dolor de cabeza. Al momento sintió una presencia frente a él, era un hombre que le tendía un cigarrillo; era flaco, de mediana estatura, como de cuarenta años, tenía una barba recortada, y unos ojos penetrantes, que se posaban sobre Pedro como interrogándolo. Este tomó con cierta desconfianza el cigarrillo, el hombre le pasó una cajita de fósforos que tenía bien guardado en algún pliegue secreto de su viejo pantalón de vaquero. Mientras Pedro encendía con cierta dificultad el cigarrillo, el hombre sugirió: -No te tomes demasiado a pecho esto, que terminarás enloqueciendo a la manera de los que están aquí; tú aun puedes enfocar el pensamiento, lo sé por tu mirada.- Pedro le retrucó con una pregunta: -¿Qué haces aquí?- el hombre contestó: - Ya habrá tiempo para contarte, ahora trata de descansar, y no veas esto como una realidad, créeme, cuando salgas de aquí ya nada te parecerá tan real como antes, quizá ni siquiera tú mismo. Pero ahora descansa, hablaremos luego-. El hombre se alejo hacia el patio; Pedro arrojo el cerillo a un costado, y trató de encontrar algún descanso.

 Luego de unas horas llegó el enfermero para acompañarlo a la consulta con el médico. Este le explicó que estaría en observación durante un mes. No se refirió a que podría salir de ahí o debería quedarse. Pedro estuvo en la consulta como ausente, limitándose a contestar brevemente a cada pregunta que le hacía el doctor. Pensaba en las palabras de aquel hombre que le invitó el cigarrillo. Empezó a experimentar en si mismo el hecho de cuestionar la realidad de las cosas. Pensaba para si mismo: “a los que están aquí encerrados los llaman locos y enfermos por ver el mundo al revés, ¿pero porque podemos estar seguros de que el mundo de afuera es el verdadero?” Así Pedro terminó su primer día en el hospital para locos.

 

Dia Segundo.

En una hora fija de la mañana todos los internos eran despertados; Pedro no sabía cual era esa hora, pero ahí a nadie parecía importarle la hora, en contraste con la absoluta puntualidad con que todo se cumplía. Cuando se tenía que comer se comía, cuando se tenía que tomar medicamentos, se tomaba, todo en forma sincronizada, tal como una extraña fábrica de locura.

 A media mañana, cuando todos estaban en el patio interior del pabellón, Pedro buscó a aquel hombre que le había invitado el cigarrillo, lo encontró en una sombra, haciendo unos garabatos en un cuaderno envejecido. Se sentó a su lado, en un piso de baldosas que comunicaba frescura, en contraste con el intenso calor que se sentía en el patio. El hombre no levantó la vista, parecía indiferente a la presencia de Pedro, pero enseguida preguntó sin quitar la mirada de sus garabatos:

-¿Cómo estas amigo?

-No sé –respondió secamente Pedro- creo que no sé como estoy- respondió secamente Pedro

–Es buena señal- afirmó el hombre

-¿Buena señal?- le preguntó algo perplejo Pedro

–Sí, tu falta de certeza, es buena señal tu falta de certeza- volvió a afirmar el hombre

–No sé porqué me sorprendió en algo lo que dijiste, puesto que si estas aquí es porque estas loco- Pedro suspiró un momento, y agregó luego –loco como yo

–Y ahí lo tienes –le dijo el hombre- por ser locos ambos podemos a ver el mundo al revés

-Es extraño, ayer cuando me hablaba el médico pensaba también en eso de ver el mundo al revés, pero quizá fue por aquellas palabras que me dijiste ayer, quizá me estoy contagiando de tu propia locura- concluyó Pedro.

 El hombre dibujó una leve sonrisa y dijo:

-De eso se trata amigo, aun podemos ser unos buenos locos en este mundo de locura.

Pedro miró fijo a los ojos de aquel hombre, que a pesar de ser los de un loco, no parecían tan locos, luego le dijo:

-¿Sabes qué? Antes de llegar a este lugar leí unos libros sobre magia, y todo lo que estos describían era muy diferente al mundo de allá afuera. A veces me aterrorizaba, sentía que aquello podría abrirme a una especie de infierno, y quizás ya estoy en ese infierno, y tú eres el primer demonio con el que me encuentro-. Ambos rieron a carcajadas, y unos internos que estaban ahí cerca también empezaron a reír, y al poco tiempo todo el pabellón reía a carcajadas.

 

Día Tercero.

Como en el día anterior, Pedro otra vez buscó al hombre, y siempre lo encontraba pintando o escribiendo. Se sentó a junto a él en el piso.

-¿Qué estas haciendo?- le preguntó Pedro con curiosidad

-¿Qué estoy haciendo? Pues, fumando al mundo- le respondió el hombre

–¿Fumando al mundo?- volvió a preguntar Pedro con algo  de diversión

–Si, estoy fumando al mundo- respondió el hombre también con cara de riza.

¿Quieres probar? –interrogó el hombre a Pedro.

-¿Probar? ¿A ver? ¿Cómo se hace? –dijo Pedro

-Probaremos con este ejercicio –respondió el hombre-: quiero que observes en tu memoria los puntos mas importantes para ti, aquellos que pueden ser tomados como giros bruscos o trascendentes de tu vida; quiero que tomes esos puntos y los contemples, no identificándote con ellos, no atormentándote por aquellos dolores o gozando en aquellas alegrías, sino contemplando, solo contemplando, dejando que aquellos puntos formen una unidad; si te mantienes en ese estado de observación, podrás ver a tu propia existencia como el camino de la misma humanidad, de la vida y el mundo...

 Esa contemplación es nuestra pipa, cuando logres eso en todos los aspectos de tu vida y tu pensamiento, y si puedes también en el arte, eres un gran fumador, y te diría mas, pensamiento y mundo cotidiano junto al arte, llegarán a ser lo mismo, la vida entera será un fenómeno estético, ya no una lucha por salvarse con los afanes del yo.

 Juan escuchaba con atención las palabras de aquel hombre, aquello de fumar al mundo le daba cosquillas en el vientre, se sentía liviano como el viento, su semblante se lleno de alegría, empezó a ver todo como por primera vez.

 

Día Cuarto.

-¿Sabes qué? Ayer pensé mucho en eso de fumar al mundo –dijo Pedro-, pero antes dime ¿cómo te llamas?

-Umm... puedes llamarme como quieras –respondió el hombre-, no me importa como me llames, pero según el registro civil me llamo Antonio Heise.

-Y dígame don Antonio ¿porqué esta aquí? –preguntó Pedro

- Porque me volví loco –respondió el hombre

-Ja!Ja! ¿pero porqué se volvió loco? –volvió a preguntar Pedro

-Era mi destino –respondió el hombre

-Pero no creo que usted esté loco como los demás, o como yo –dijo Pedro

-Pues deberías dudar –respondió el hombre-, yo podría ser un don Quijote y tú mi escudero, yo podría llevarte por las aventuras de mi desvariada cabeza.

-Pero yo apuesto por usted –le dijo confiado Pedro-, quiero ser su escudero, lléveme por los caminos de su locura, enséñeme a fumar al mundo.

-Adelante entonces –dijo el hombre-, si estas convencido en tu corazón, que quizá tu destino no esté con los cuerdos de este mundo; ponte en guardia que quizá sea tu locura la que habrá de salvarte.

 

Día Quinto.

-Don Antonio, ande, cuénteme su quijotesca historia –le dijo Pedro

-Esta bien –contestó don Antonio-. Cierto día, ya cuando el sol se perdía entre los tejados del barrio en que vivía, sentí en mi alma un deseo enorme de dejarlo todo. Quería encontrar no solo un camino que fuera mío, sino aquel que sentía guardaba relación con los grandes hombres que pisaron esta tierra. Yo no quería ser como un gran hombre de aquellos, pero gustoso daría mi vida por alcanzar aquella vivencia que sabía que nadie podría dármela. Prepare entonces mi mochila y dije: “Al diablo con el mundo”. Fui a vivir hacia el campo. 

 Pero mandar al diablo al mundo implicaba muchas cosas, antes que nada desechar mis afanes todos, afanes que compartía con la masa con la que habitaba; ya lo sabes, dinero, posición, placeres del vulgo, y demás.

 En el momento en que tomé aquella decisión tenía algún dinero en el banco, que había ido juntando a parir de unos buenos negocios que había hecho. Trabajaba como analista de sistemas informáticos, cuando el estudio que hacía sobre la teoría general de sistemas desembocó finalmente en la necesidad del estudio de la filosofía.

 Disfrutaba mucho leyendo a los filósofos románticos, pero cuando conocí a Shopenhauer fue como si un meteorito se hubiera estrellado contra mí ser. Como alguna vez lo dijo su más grande discípulo, Friedrich Nietzsche, sentía que él había escrito especialmente para mí. Inmediatamente se convirtió en maestro y padre de mi espíritu. Luego conseguí su fotografía en un semanario cultural. Tenía una mirada profunda y atenta, pero como proyectada hacia alguna extraña lejanía; sus pocos cabellos despeinados rodeaban la coronilla de su cabeza; su mandíbula apretada insistentemente quizá era como su perseverancia en vivir la filosofía como un “filósofo” y no como un “profesor de filosofía”. En fin, recorté la fotografía y la encuadré, luego la colgué por la pared, arriba, sobre el monitor de mi computadora. 

 

Día Sexto.

Como te dije ayer, Shopenhauer ha influido en mi, quizá por los rasgos de su filosofía, que concuerdan con mi manera de acercarme al mundo, pues toda filosofía, a pesar de que siempre se desenvuelva en hondas abstracciones, es un gran símbolo de los instintos mas íntimos del filósofo, y son estos instintos los que lo relacionan fuertemente con aquel que busca aprender.

 Dentro de la historia de la filosofía se lo identifica a Shopenhauer con el pesimismo, postura que ve con desconfianza las posibilidades del ser humano de construir un mundo mejor. El pesimismo sostiene que las desdichas, sufrimientos, errores y miserias del hombre tienen preponderancia sobre cualquier otro carácter de la vida, y que más valdría desentenderse del mundo antes que buscar en él gozo y felicidad. Particularmente no niego tal pesimismo en Shopenhauer, pero pienso que aquel que lo lea con todo su ser puede encontrar en él una elevación de espíritu tal, que haga que la diferencia entre pesimismo y optimismo pase a ser insignificante.

 Shopenhauer tiene una serie de libros escritos ya en sus últimos años, y que fueron agrupados con el nombre de Parerga y Paralipómena, y que trata sobre los más diversos temas, desde filosofía hasta principios para la vida cotidiana. En uno de estos libros se trata de la eudemonología, que en general consiste en una serie de normas dadas por los filósofos morales para el logro de la felicidad en la tierra. Shopenhaur considera el término eudemonología como un mero eufemismo, y piensa que tal término deberá referirse a una serie de principios para hacer de nuestra estancia en esta tierra llena de miserias y sufrimientos una vida menos desgraciada. Establece como principio fundamental de su eudemonología la siguiente frase de Aristóteles: “Quod dolore vacat, non quod suave est, persiquitur vir prudens”, lo que disminuye el dolor, no lo que es placentero, persigue el hombre prudente. Tal postura te parecerá ciertamente pesimista, pero Shopenhauer aclara al inicio de su libro que su exposición de la eudemonología se saldrá de los causes de su filosofía expuestos en su obra cumbre “El Mundo como Voluntad y Representación”. Allí Shopenhauer apunta que ningún libro de moral ni ninguno de estética podrá hacer de un hombre un santo o un artista.

 

Día Séptimo.

“Entonces llegué al campo. Visité a un viejo amigo que me ayudó a decidirme por unas tierras y unas cabezas de ganado. Allí invertí todo el dinero que tenía. Me acantoné entre campos de cultivo, estepas, bosquecillos y arroyos; pasaba el tiempo pensando, leyendo y escribiendo...

 Conocí a una muchacha del lugar, Juliana, hablaba poco, era despierta y servicial; al poco tiempo ya vivíamos juntos, ella se ocupaba de la casa, yo de los negocios del campo y de los libros. Así, trascurrieron largos tramos de mi vida, hasta que llegue aquí, hace dos meses que estoy conviviendo con la locura. Los motivos de mi estancia en el neurosiquiátrico creo yo tienen que ver con mi destino, uno de los médicos es muy amigo mío, mi vida dejo de repente de tener sentido y le pedí que me ayudara, yo solo confiaba en él, así que tuve que aceptar internarme en este paraíso de la locura. Quizá debía pasar por aquí para aprender algo, quizá algo tan sencillo como acostumbrarme a ver el mundo como por primera vez”.

 

Luego de tres meses ambos salieron del neuropsiquiátrico, habían mejorado raudamente sus estados de ánimo, para la sorpresa del médico del hospital y amigo de donAntonio, quien con una sonrisa en el rostro les dijo que estaba contento con el mejoramiento observado.

 Don Antonio volvió a sus campos de Ybycu’í, junto a su familia que había abandonado por su repentina depresión.

 Pedro volvió a Villarrica, en donde en un día de invierno me relato su historia, con la mirada perdida en una extraña lejanía, no se sabia si de su alma o del paisaje campesino que lo rodeaba.

 

Fin. 

 

 

10. EL SEMINARISTA

Una luna radiante iluminaba la sombría calle del seminario, y desde la lejanía se asomaban los ladridos quejumbrosos de algunos perros. De pronto, sobre la muralla del seminario, se dibujó una figura silenciosa, como un ladrón nocturno, abalanzándose sobre los ladrillos. Era José, el seminarista.

 Caminando por el oscuro empedrado, fue alejándose de aquel lugar. Sus dispersos pensamientos se tambaleaban entre recuerdos de placer, experimentados en su primer romance, con una cuarentona obesa. Y un sentimiento de culpa lo embargaba por estar faltando a su promesa de castidad, propia de un aspirante al sacerdocio.

 Pero su profundo ardor se excusaba con lo que le había dicho su compañero seminarista mientras se embriagaban en secreto en la habitación que compartían.

- Mirá José –le decía su amigo agarrándose los testículos- si Dios ha colocado este instrumento entre mis piernas, será para que yo lo utilice, y te digo que lo haré siempre que lo quiera, ¿o acaso no sabes? ¡Si Dios se hizo hombre! ¡Dios también se hizo pene!

- Shhhhiiiiiii…. Callate que nos escuchan –le decía José, y ambos reían tapándose la boca-.

 José sonreía en el camino, mientras recordaba aquel momento, pero de nuevo volvía aquella pesadumbre de la culpa, y su alma se teñía como la noche que lo escuchaba.

 Hasta que llego a una casa de dos plantas, miró hacia arriba, los vidrios estaban cubiertos de cortinas. Se agacho entonces, buscando alguna piedrita, -¡tac!¡tac!- resonó el cristal, en la noche silenciosa; luego se escucho un tenue crujido, y una puerta que se abría, era Irma, que se asomo al balcón, tenía una cara regordeta y lánguida, y unos cabellos desparramados en el caos. Colocó un índice en la boca y le indicó una puertecita en el costado de la casa.

 Apenas penetró José el oscuro jardín, cuando se encontró con los voluminosos brazos de Irma que lo apretaron contra sus pechos de melones, mientras su boca hambrienta sorbía los jugos de inocencia del joven seminarista. Pero el tiempo era escaso, debido al peligro de su marido que permanecía en la habitación de arriba. Lo tomó pues del brazo, y lo llevo a una pequeña habitación que antes utilizaba la niñera. Allí el la penetró y ella gimió su placer prohibido.

 

Pero un fuerte golpe en la puerta los devolvió a ambos al mundo de la desgracia, era el marido de Irma, que de una patada había abierto la puerta. ¡Pero que carajo! Gritó airado el marido, José se abalanzó sobre su pantalón, lo único que tenía a mano, y arremetió como un ariete contra el marido, éste cayó al piso, y José se escabulló como una comadreja por el jardín, salió a la calle, y empezó a correr como nunca antes lo había hecho.

 Desnudo, aun un poco excitado, pero asustado como un niño, corriendo, corriendo, hasta que se cruzó frente a las narices de un perro que furioso empezó a perseguirlo. José no podía creerlo, el máximo placer se había cambiado en infortunio en un abrir y cerrar de ojos.

 Pero el perro lo dejó al momento, José llegó a la segunda cuadra jadeando, giró a la izquierda, se colocó lentamente el pantalón, y caminó despacio hacia el seminario. Su cuerpo nadaba en adrenalina, y su alma en el fuego de la culpa.

 Llegó al seminario, agachó la frente y dejó caer unas lágrimas, luego trepó la muralla, y desapareció de sus calles de tragedia.

 

 

(x) INDICE

-1. El problema del sueÑo.

-2. Viajar sin destino.

-3. Leyendo al Fausto.

-4. Escuchando a Brahms.

-5. Diálogo entre amigos.

-6. Reglas generales de vida.

-7. Administrador.

-8. La no-enseñanza.

-9. Locos.

-10. El seminarista.

CIERRA LOS OJOS (COLECCIÓN DE POESIAS)

PREFACIO

 Estas poesías surgieron durante el año 2003, tiempo en el cual iba quedando atrás los vientos errantes de la primera juventud, vientos que llevaban las hojas secas de los sueños y de la mística. Los nuevos horizontes que se habrían hablaban de caminos más claros sin dejar de ser trájicos, de pasos más seguros aun medio del reinado de la incertidumbre, pero sin dejar de revelar en cada paraje que el destino se manifiesta con la sencillez de los juegos de la infancia.

 

1. SUBLIMES PASOS

Son sublimes pasos hacia la escoria,

Son la unión de contrarios que se abrazan,

conjugando a la naturaleza sabia,

¡Ah! La vida!

hondo nos sumerge hacia arriba.

 

Comentarios:

Para San Agustín, las Ideas se encuentran en la mente divina, es decir, en ella se encuentran los modelos o arquetipos de los objetos particulares que se revelan a los sentidos, por supuesto, incluidas entre estos al hombre. La escoria tiene que ver con ese proceso de interiorización que pregona San Agustín, en donde uno se va encontrando con lo más impuro de uno mismo, y que es necesario conocer y reencausar, de un modo tal que dejen el campo abierto para que el alma quede pre-dispuesta para recibir la iluminación, el supremo regalo de la divinidad. La iluminación une al hombre con las Ideas, el pensamiento de Dios, en donde los contrarios se articulan como en un bello contrapunto musical, lejos de las relaciones conflictivas del mundo de los sentidos.

 La “Vida”, es ciertamente un término propio del romanticismo y de la filosofía contemporánea antes que de San Agustín, pero que no nos impide ver aquel hilo maravilloso que une a todas las expresiones de la filosofía perenne. Así, a la vida profunda, como al pensamiento de Dios, se llega a través de la magia de la intuición, la llave sagrada que nos hermana con el mundo.

 

2. ENTRE SILENCIOS Y GRITOS DE ASOMBRO

Entre silencios y gritos de asombro,

un hombre se acerca a lo incierto,

crea un lenguaje y se salva del momento,

entre silencios y gritos de asombro.

 

Comentarios:

El bucle o ciclo entre el conocer-actuar, o si se quiere entre el computar-actuar (entendiendo el computar como el tratamiento de símbolos), puede llegar a un “punto cero” en el cual el cerebro-espíritu se conmueve, y ocurre en ese momento el acto de creación, el desborde de la creatividad, luego de la nada, de la situación límite, de la aparente quietud del computar.

 

3. EL VIENTO

El viento es extraño,

sus versos son los míos,

sus susurros yo los canto,

sus latidos me mantienen vivo.

¡Ah! La tragedia gozosa

que inunda mi espíritu,

se expande en el mundo,

y abraza a todo con lágrimas y risas.

 

4. CALLES

Hablan las calles, repiten sus cantos estridentes, de motores y voces de gentes. ¡Ah!

Estas calles de afanes y luchas, de romances y alegrías, de borracheras y luto…

Entre estas calles camino, como por una metáfora de la nada y la incertidumbre, que conviven con el mundo cotidiano del sueño y la tontería…

Ahora sabemos del monte inocente, porque existe la ciudad ufana; ahora sabemos de un misterio, porque existe la estructura, de la razón soberana.

 

5. SUSPIRO

El viento se abraza al pensamiento,

y surca las fronteras infinitas de la vida.

¡Ah! El tiempo y la nostalgia…

que desaparecen ante el suspiro aniquilante.

¿Será? ¿Será? Pregunta el hombre incrédulo,

antes de esfumarse en la nada maravillosa.

 

6. SILENCIOS

Silencios llenos de sones de fantasía,

de símbolos que danzan en los contrarios,

dados lanzados en los abismos,

vida que se renueva en la muerte.

 

7. SE PASEA EL SILENCIO

Se pasea el silencio por las paredes humedecidas y por los viejos muebles, por los rostros cansados por el trabajo, y por el lento paso del viento entre las paredes.

Se pasa el silencio, sin mensajes, sin palabras, aunque revela el eterno afán del mundo, y sus constantes gritos de guerra.

 

8. VIOLINES

Violines gimientes,

recorren el alma como un viento errante,

van por caminos desiertos,

desatan con su paso los secretos.

 

9. PALABRAS Y MUERTE

Quien empuña la pluma, empuña la vida.

Quien besa las palabras, besa la muerte.

 

10. UN PUEBLO

Un pueblo habla en sus calles ausentes,

en sus silencios de Luna,

y en los ojos de su gente que espera...

Un pueblo es semilla,

de símbolo que crece y que crea,

que desborda en acciones y cantos...

Un pueblo muere en sus poetas,

en ramajes de flores y espinas.

 

11. SUEÑA

Sueña hombre, con tus lágrimas...

lágrimas que riegan el suelo entristecido.

Sueña hombre, con tus lágrimas...

ama el mundo florecido.

 

12. CIERRA LOS OJOS

Cierra los ojos y deja que el mundo se mueva,

que el mundo se afane en tus entrañas,

que fluya como un mar infinito de energía

que se repliega y expande...

Cierra los ojos y deja que el mundo sea lo que es, la danza inefable de los contrarios que se aman y se odian.

Deja hermano...

Deja de ser tú, para encontrar en lo otro el auténtico “tú”,

El silencio que sabe.

Cierra los ojos...

Y verás.

 

13. DESPIERTA

Despierta, una y otra vez, despierta,

Deja que el silencio llene el alboroto del mundo,

Deja que todo se renueve en la armonía del caos,

Deja que abismo ría en la estructura,

Despierta, una y otra vez, despierta.

 

14. NADA DE QUE ASIRSE

Todo se mueve tan rápido en este suspiro del mundo,

Tan rápido que en su agitación destruye todo,

Y no queda nada...

Nada de que asirse, nada con que salvarse.

Y tenue el viento, repite la melodía de siempre...

Como un susurro...

Casi un silencio...

Despierta.

 

15. NO ES NADA Y SE OLVIDA

Vaga silenciosa,

sin tiempo y sin rumbo,

sin madre y sin patria,

sin arma ni concepto,

no pide, ni toma,

no saca, no escupe,

no grita, ni llora,

no es hombre, ni bestia,

ni planta ni roca,

no es nada...

y se olvida...

no es nada...

y se olvida...

la muerte y la vida.

 

16. MIRA

Mira una roca, eres tú,

Mira a un árbol, eres tú,

Mira a un hombre, eres tú,

Mírate a ti mismo, eres tú.

 

17. UNA SILLA SOLITARIA

Una silla solitaria frente a una ventana,

Alguien mira...

Árboles, viento, casas, gato...

Una silla solitaria,

Y ya nadie mira.

 

18. VIEJO COCOTERO

Viejo cocotero, amigo mío,

Cuantas veces nos hablamos,

Cuantas lunas vigilamos,

¡Oh! Amigo cocotero.

 

19. MUERE ALMA MIA

Muere alma mía en este ocaso,

Parte con  los rayos del sol al horizonte,

Muere en la visión distante,

Muere tranquila, pasa,

el crepúsculo me abraza.

 

20. JULIO QUE MUERE DESPACIO

El cielo nublado, triste, medita al invierno,

es inconmovible en su presencia, lejano y silencioso.

Los limoneros están como ausentes,

no tienen frutos, y sus flores no hablan.

Y los cocoteros, en todas partes,

conmovidos por un lóbrego viento...

Y un asombro, y un suspiro...

y Julio que muere despacio.

Trágica canción invernal.

 

21. IMÁGENES SIN TIEMPO

Imágenes sin tiempo,

recrean la idea inefable

que danza en el mar de los contrarios,

rehaciendo los tejidos de lo existente.

El mundo solo es música

de un espíritu ausente,

que sabe cuando levantar vuelo hacia la vida,

y cuando hundirse en el lúgubre barro de la muerte.

¡Ah! Este silencio gris que todo lo llena

con su trágico son de afán eterno...

¡Ah! Bella melodía esencial,

deja que muera en tu silencio,

en un tenue suspiro que ya nadie advierta...

Deja al final,

que las palabras callen,

por los caminos de tu ausencia.

 

22. NOCHE

Lleno esta este silencio de los ruidos de la noche,

y no trae consigo ese afán infecundo,

de esta ciudad que ahora duerme,

cuando despierta en sus rugidos de guerra,

y hecha a andar la eterna maquinaria del deseo.

Es una lóbrega noche,

que danza con el viento que sube del río,

noche sin velos que lleva su gozo y su pena...

noche diáfana que llama a la aurora,

noche que muere,

va...

Silenciosa y sabia.

 

23. VOLUNTAD

Los libros llenan los estantes,

Y tu figura mi pensamiento errante,

¡Ah! Matinal despertar de la voluntad conmovida...

Que empuja al mundo hacia su triple destino

De nacer, permanecer, y morir.

Esta voluntad que llega a este tiempo

Desde siempre...

Ahora repite el cantar sediento

De su trágica e imposible insatisfacción.

Viejo mundo que nunca muere,

Anciano de eterna queja.

 

24. CUARTO DE REFLEXIÓN

Esta vieja lámpara se ha deshecho, y esta habitación que siempre fue sombría, ahora agoniza en la tarde que muere.

Llega la noche y no existe la luz,

¡Oh! Hermano Prometeo.

 

25. VOLUNTAD

Mundo de representación,

que se esparce ufano,

llevando lágrimas y risas

por la senda del afán.

Tenue rocío baña el pastizal,

los gallos claman al cielo,

y el labriego pynandí

camina hacia el chacral.

Suena, punzante despertador,

y eleva su látigo al burgués,

ahora parado hacia el volátil billete

que aletea rumbo al sepulcro.

Y mientras, un infante riendo en su inocencia,

serio jugando su juego,

construyendo la imagen perdida,

en los ojos ciegos de sus padres.

Voluntad latiendo en el mundo.

 

26. HABLA EL VIENTO

Habla el viento en la noche,

y diluye sus palabras

entre los versos errantes...

El tiempo agoniza y muere,

y consume la realidad en la nada,

de la que otra vez brotan sin causa...

¡Ah! Bambúes crujientes,

ante el viento que pasa sin rumbo

y se pierde...

 

27. VIENTO

Viento que pasa sin rumbo,

no espera una tregua,

empuña una lanza y golpea,

fino y seco,

contra la arena y la hierba...

Lejano susurro penetra errabundo,

y lleva la pena en un triste preludio,

que hunde profundo su filo,

en la pútrida herida del mundo.

 

28. A NINGUNA PARTE

A ninguna parte…

A ninguna parte va este suspiro nocturno,

Que se esfuma con el viento que traspasa la ventana,

A ninguna parte proclama,

No transforma el mundo,

Ni se afana.

 

29. SILENCIOSA MADRUGADA

Hablando con la silenciosa madrugada,

perdi el sueño al final,

entre libros y una guitarra ausente...

Pero ya el sueño bailotea entre las palabras,

enhebrando el cansancio del cuerpo,

rendido ante la voluntad.

 

30. VIENTOS, PALABRAS

Murmurante viento entre las hojas,

conmueve a los silencios campesinos…

Oscuras nubes pasan en hileras,

dirigiéndose a ninguna parte.

Y estas palabras errantes,

que buscan emanciparse,

y ser naturaleza.

 

31. COCOTERO

Bailotean tus largas hojas con el viento,

Pero tu fuerte tronco se resiste a todo,

Impasible observas…

Y acoges generoso,

Mis palabras errantes.

 

32. FRAGANTE NOCHE

Fragante noche esparcida en una inefable tristeza…

Y es que este tiempo sin tiempo se sumerge en las entrañas del mundo,

Arrojando en los ausentes versos la mísera realidad de los afanes.

¿No será que hoy se muestra la llave del misterio?

¿O solo es el canto enlutado que iluso creyó haber nacido?

 

33.

Tenue silencio,

roto por los murmullos lejanos

que llegan como melodías de la nada…

Tal vez un hombre sensible lo comprenda,

que cargue este infinito en su alma,

y que camine decidido por las fronteras peligrosas del abismo,

hasta morir con sus miedos…

devorado por el místico fuego.

 

34.

¿Existe? ¿no existe?

¿Ser? ¿no ser?

Palabras!

Canciones!

Silencios.

 

35.

Súbito rumor…

Recorriendo las calles silenciosas.

Habla un silencio de la nada del mundo,

Y se esfuma sin rastros…

Sin historia…

Sin tiempo…

 

36.

Es el mundo la magia

Que ha estructurado el cosmos,

En una danza dialéctica

Que respira a los contrarios.

 

37.

Figuras que pasan y se disuelven sin memoria…

Son el sueño de la vida que se esfuma en un suspiro…

Ayer la historia quiso hacerse historia…

Más hoy ha muerto el mito,

Y el lúgubre viento de un abismo

Respira en el silencio.

 

38.

Dios vive en cada latido del mundo,

En cada silencio que brota de los afanes enloquecidos.

Dios se conmueve con la tristeza,

Con las lágrimas que bañan al mundo enlutado.

Dios recorre los alegres parques,

Entre los niños y sus madres.

Dios se acerca en todas partes,

Pero se cubre con infinitas máscaras,

Pues el Dios desvelado destruye nuestros ídolos

Y nos deja sin nada…

¿Podría alguien aguantarlo?

Solo aquel vigilante que paciente espere,

Hasta que llegue Dios en un suspiro,

Y remueva nuestros míseros afanes…

Vendrá Dios y ya nada seremos…

Vendrá Dios y todo habrá terminado…

Y vendrá Dios, a Dios.

 

39.

¿Te escondes?

Ah! Misterio que llenas la miseria,

Toma este anhelo ufano,

Y vuelve a la fuente,

Nada habrá pasado. 

 

40.

Noche silenciosa,

Que se expande en un mensaje sin tiempo,

En la voz del misterio

Que se oculta tras la penumbra

Y las lejanas estrellas.

 

41.

La noche medita en su silencio,

Cocinando en la tierra dormida

Los jugos de la vida,

Que estallaran con los

Primeros rayos de plenitud.

Canta la noche,

Con la luna y las estrellas,

A los oídos atentos del vigilante,

Que escudriña sus palabras

Y sus cantos…

 

42.

Hombre…

Tú que te afanas en el mundo,

Vuelve a la naturaleza;

Tú que peleas con el tiempo

Y asaltas fortalezas,

Vuelve a la naturaleza;

Tú que gritas tus miserias

Y que lloras tus falencias,

Vuelve a la naturaleza;

Vuelve a la inocencia de los bosques,

Al fluir de los arroyos,

Al susurro del viento…

Hombre…

Hermano…

Vuelve a la naturaleza.

 

43.

Brotan las flores de las ramas de los árboles, y saludan al caminante sumergido en el bosque; hasta que llega que llega la primavera y ellas se despiden bendiciendo de la vida… muriendo con el viento que las arranca y las devuelve a la tierra, madre y señora de sus raíces.

 

44.

Esperar el tiempo sin tiempo,

Que nunca se asoma al mundo,

Porque el mundo es la condición de la espera…

Porque el mundo engendra al deseo,

Desde todas las fronteras infinitas…

Porque el abismo muestra el abismo al loco,

Y el loco decide,

Perder la vida,

Perder la cordura,

Perder el yo,

Perder a todo…

En la nada maravillosa.

 

45.

Tenue suspiro entre las hojas,

Lleva los eternos afanes sin final,

Y en cada paso de su lento andar,

Los funde en el pulso natural.

Caminar por los abismos,

Siempre caminar,

Ciudades y parques,

Ríos y bosques,

Llegadas y adioses,

Morir y germinar…

 

46.

¿Quién mira?

¿Quién calla?

¿Quién muere?

¿Quién vive?

 

47.

Habla la ciudad,

y le responde un silencio,

y ahora un susurro

lleva las voces y el silencio,

y encuentra en ninguna parte un resquicio,

donde nunca existió el tiempo.

Habla la ciudad,

y le responde un silencio,

y ahora el diálogo se hace fuente

que alimenta al mundo atrincherado,

encendiendo la riza y el llanto,

mientras un hombre contempla extasiado.

Habla la ciudad,

y le responde un silencio,

con cada latir de la vida

que huye de la nada

y se refugia en el sueño.

Habla la ciudad,

y lejano en la noche,

le responde un silencio. 

 

48.

Habla el viento entre los ramajes de los árboles…

Y esparce los susurros lejanos, que llegan a las tierras del alma.

Ojala pudiera el hombre dormido, saber de aquello que lo llama,

Partiría sin rumbo hacia ninguna parte…

Sin fin ni destino,

Enhebrando el camino.

 

49.

Llora la noche,

La lluvia cae insistente,

Sobre los oscuros tejados de la ciudad,

Y forma con los ladridos lejanos de algunos perros

una rara sinfonía.

Noche triste,

alcanza este susurro alado

que vuela entre sentimientos,

y deja que las lágrimas caigan

por la pena del mundo sumido en contrarios.

Llora la noche,

y mientras llora

trae el cansancio a la pluma,

que ahora descansa sobre la hoja escrita

de sueños y afanes.

 

50.

Tendido en la cruz el cristo,

Hecho de toda pasión y agonía,

Por su sangre marchita y moribunda…

He ahí el gran hombre,

Extendido en el madero como vulgar ladrón,

Como perro acribillado,

Con su miseria de tripas y carne.

 

51.

En un suspiro todo llega a su fin…

Y el barullo del  mundo se hace nada en su esencia.

Y el loco camina sobre el abismo,

Como en la casa que no posee,

Con la seguridad que ya nada quiere.

 

52. Palabras ausentes, que hablan de un tiempo dormido en sus sombras. Silencios llenos de afanes, de luchas eternas que llaman a los hombres de polvo a cargar la esperanza.

 

53.

Traeré al mundo el mundo,

Y el mundo se hará mundo,

En este mundo del mundo.

 

54.

Habla el viento entre los ramajes,

Y reparte su canto lejano,

Entre los caminos de arena

Que van a todas partes.

 

55.

Lóbrega noche,

pasa silenciosa,

consumiendo al tiempo

en su boca abismal.

 

56. CAMINATA

Se mueve el mundo en la mente,

Hilvanando en cada paso el tejido de las cosas.

La faena del día es soleada, polvorienta, lejana y triste,

Como los pasos ausentes a la nada…

 

57.

Una brisa suave traspasa mi pensamiento,

Es tu voz delicada que se expande en mi

Como un murmullo crepuscular,

Que añora la vida, el sueño y la porfía.

Tu tardanza invernal amaneció en primavera,

Y te sentí en mis versos como sol y flores,

Como brisa y manantial…

Como cantar renovado en acordes sin tiempo.

Amor, que linda estas,

Te he visto en mi castillo de ensueño,

Y te llame en susurros,

Para que nadie comprenda que te amo,

Pues el amor se oculta en los versos,

Y florece en tu silencio.

 

58.

Llegaran mis besos a ti,

desde las lejanas cumbres de mis sueños;

tocaran los frutos de tus labios,

y se posarán en tu piel de niña.

Llegaran mis besos a ti,

por los caminos errantes de mis versos,

por la sangre que fluye desde mi alma,

por el latir de mi pecho buscando al tuyo.

Llegarán mis besos a ti,

como un susurro en la noche,

tenue, tibio, fluyente,

como un silencio…

Y un adiós.

A CIENTO CINCUENTA AÑOS DE LA MUERTE DE SCHOPENHAUER

 Este año se cumplen 150 años de la muerte Arthur Schopenhauer, uno de los más grandes pensadores de occidente, y precursor del pensamiento actual. Su pensamiento comúnmente tildado de pesimista, destila todo tipo de enfoques de aproximación, desde el crítico social hasta el epistemológico o el estético. ¿Pero quien fue Schopenhauer? Un genio filosófico sin lugar a dudas, pero fue antes que nada un hombre de profunda sensibilidad, que quiso hacer habitable el mísero mundo en el que nos afanamos día a día, a través de una filosofía vital, llena de vivencias y descripciones de la amarga experiencia de un mundo pletórico de promesas incumplidas.

 Su obra cumbre lleva el nombre de “El mundo como voluntad y representación”, que expone los lineamientos fundamentales de su pensamiento. El mundo no es mas que una ilusoria representación, nos dice Schopenhauer. Aquello por lo cual el saber cotidiano y también el científico se afana, no es mas que una cubierta engañadora, que contribuye a aumentar los interminables deseos, fuente constante del dolor universal.  La ciencia es impotente para calmar la sed de infinito del hombre. El optimismo ilustrado, la confianza en la razón, no son más que míseros engaños que al final de la farsa se muestra en medio de un absurdo sin remedio.

 Para resistir esta desgraciada existencia Schopenahauer asumía las recetas espirituales del estoicismo, el “abstinere et sustinere”, el abstenerse y aguantar. Prueba de esta simpatía hacia la doctrina estoica es su obra más popular “El arte del buen vivir”.

 Pero el mundo no es solo representación, es esencialmente, en su fundamento, voluntad, una voluntad que no puede ser satisfecha nunca, porque a parte de ella nada existe; si, es una voluntad que se consume a sí misma  a través de los diferentes reinos de la naturaleza, el mineral, el vegetal, el animal, y dentro de este ultimo grupo, a través del hombre, la manifestación mas elevada de la voluntad. La vida, no es más que una lucha de todos contra todos, “bellum omnium contra omnes” como decía Hobbes, una lucha sin cuartel, sin descanso, sin tregua que dar, sin felicidad que alcanzar. En efecto, la felicidad es una farsa, originada en el mismo estado de indigencia material y espiritual del hombre y la naturaleza. El dolor es lo positivo, el placer, la felicidad, es su mera negación. Vivir es padecer.

 Dentro de esta inmensa vorágine de desdichas y sinsabores aparece el arte, como un momentáneo calmante para tanto dolor. Entre todas las formas artísticas, es la música la que ocupa un lugar primordial dentro de la reflexión del filósofo (aspecto que será retomado de una manera particular por Nietzsche en el Origen de la tragedia). La música nos revela a la voluntad como  totalidad, como la fuente que expresa al mundo atrincherado.    

En instantes breves pero intensos el hombre puede desligarse de las redes del mundo fragmentado y en guerra, a través de la contemplación estética, ya sea gracias a un paisaje natural, o gracias, como ya dijimos al arte. Pero esto no dura más que un momento efímero, para después dejar de nuevo su paso al teatro del infortunio.

 En fin, Schopenhauer llegó a ver una luz en medio de las tinieblas, aquello que podría poner fin al dolor sin medida del cosmos, esta luz es la negación de la voluntad de vivir, que debe ser entendida a partir del ejemplo de los más grandes santos o místicos de todas las tradiciones religiosas. La negación de la voluntad de vivir constituye la salvación del todo, es la compasión del santo hacia todas las criaturas sufrientes; pero tal salvación no se dirige hacia al mundo celestial sino hacia la nada. Lo que queda luego de que la voluntad como esencia del mundo ha sido negada es la nada. Nihilismo místico, filosofía perenne.

(Publicado en la revista Aranduca de la UCA, edicion 1, 2010)