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ROBERT LEÓN HELMAN

A CINCUENTA AÑOS DE LA MUERTE DE CAMUS

Albert Camus (1913-1960) constituye uno de los más conocidos escritores del siglo 20, identificado con la corriente existencialista de filosofía, y de manera particular con el pensamiento de Jean Paul Sartre (1905-1980). Enfermo de tuberculosis, su situación de alguna u otra manera revelará el carácter descontento y pesimista de toda su obra.  La inexistencia de Dios explica el absurdo irremediable de la vida, y la misma posibilidad de la libertad del hombre. Pero ¿cómo puede no existir Dios? La misma marcha de la modernidad ha llevado a la liquidación del fundamento de todo lo existente, la razón misma, la máscara de Dios. Nietzsche no hizo más que consumar con su afirmación de la muerte de Dios lo que ya se venía gestando desde el renacimiento, la secularización del mundo, del hombre y de la historia. Camus no es más que un símbolo del desmoronamiento de la civilización occidental.  Extranjero de sí mismo es el hombre, vagando sin descanso va, por los confines del absurdo, pretendiendo el encuentro con el sentido último de su existir, que le devuelva la serenidad que lo abandonó con la infancia perdida. Como Sísifo, una y otra vez lleva la pesada roca hacia la cumbre de la desdicha, para desde allí arrojarla, y al día siguiente, al despertar con el alba, pensar que esta empezando algo verdaderamente importante. Pero no, es la misma mísera roca que debe ser empujada a la cumbre de similar manera, para otra vez volver a comenzar.  En plena era tecnológica Camus nos dijo que la historia no va hacia ninguna parte, y más aun, que la vida misma no posee norte alguno. ¿Para qué seguir entonces con esta tormentosa experiencia de vivir? ¿Por qué no tomar la amarga medicina del suicidio? Para Camus el único problema realmente serio es el suicidio. No se adhiere a la radical opción de quitarse uno la vida, mas tampoco al cómodo recurso de la esperanza en un “más allá”, o de una “edad de oro”. El hombre de nuestro tiempo debe ser lo suficientemente valiente y lúcido para enfrentar día a día el sinsentido de todos sus afanes. La rebeldía del hombre libre se ha de manifestar como el heroísmo del que asume el absurdo de su camino, pero sin retroceder un solo paso frente a esta situación tormentosa.  La peste espiritual que pulula en la sociedad no es ya motivo para retroceder hacia una vida de retiro, no, el rebelde existencial ha de ser lo necesariamente fuerte para pisar el barro inmundo de los contactos sociales, al punto de encontrar en ello su vital alimento, el estímulo que lo mantenga despierto en medio la noche abismal.  El hombre es irremediablemente libre, como sostienen los principales exponentes de la corriente existencialista, en particular Sartre, pero ello no constituye ninguna fantástica condición que deba ser alabada, pues ella es una fuente profunda de angustia, de un desasosiego visceral que nunca deja de torturar la vida del hombre.  Finalmente, al hablar de Camus, no quisiéramos dejar de lado la oportunidad de recordar a pensadores paraguayos que recibieron influencias del existencialismo, y que han dejado una valiosa contribución para el desarrollo cultural del Paraguay, nos referimos particularmente a Gabriel Casaccia (1907-1980) y Roque Vallejos (1943-2006). Casaccia bajó de su pedestal al idealismo paraguayo propugnado por los pensadores novecentistas (Blas Garay, Manuel Domínguez, Juan E. O´leary, Fariña Nuñez, y otros), presentando la cara inconciente y tétrica de la tormentosa cotidianeidad. Vallejos, representante de la generación literaria del 60, supo expresar en sus versos sombríos, el absurdo en el que se desenvuelve el hombre en tiempos de crisis. Un día apareció muerto, tirado en medio de libros y recortes de diarios; se quito la vida, harto ya de las miserias del mundo. (Publicado en Revista Aranduca, número 2, año 2010)  

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